«La tara», nueva película de Amparo Aguilar, que se puede ver en los porteños cine Gaumont y en el museo Malba, recorre la historia del siglo XX en la piel de la familia de la directora, con la excusa del incompleto hallazgo de las latas de la única película surrealista argentina, tesoro anhelado por la cinefilia mundial.
«Tararira» es una leyenda del cine nacional. Dirigida por Benjamín Fondane en 1936, contó con el apoyo de Victoria Ocampo, pero, a pesar de ello, nunca se estrenó. Los coleccionistas del mundo quieren una copia de esta primera y única pieza surrealista del séptimo arte nacional. Aguilar sabía que su familia había estado vinculada al filme, pero jamás imaginó que encontraría una copia de la banda de sonido, realizada por El Cuarteto Aguilar, en el campo de su abuela.
«Sin esa materia de la película original, sentía que el narrar la historia familiar y social era algo que ya se había hecho, y que solía adquirir una forma con la que yo no coincidía mucho: que es esto de lustrar bronces y hablar de bueyes perdidos», dijo Aguilar a Télam.
La realizadora de la muy bien recibida «Malamadre» construye una historia que comienza con la fundación del bohemio cuarteto en España, que luego debió emigrar a la Argentina por la Guerra Civil Española.
«La tara», nueva película de Amparo Aguilar.
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«Cuando encontramos una película que sostenía los mismos cuestionamientos a un sistema injusto y ridículo, pero desde el absurdo… bueno, ahí sí. A nuestro juego nos llamaron (risas). Incluso pudimos aportar algunos cuestionamientos más, creo», comentó la directora.
El Cuarteto Aguilar no estuvo exento de polémicas familiares. Por ejemplo, a uno de los miembros le reprobaban la vida bohemia mientras se desarrollaba la guerra. Y este cuarteto, además, contaba con la particularidad para la época de que una integrante era mujer y «abiertamente lesbiana». Toda una osadía.
El amor filial traspasa el dolor. Pero es quizá ese amor el que transforma las peleas que en un principio parecerían ser nimias en relaciones irreconciliables. En el medio de todo ello, la ciencia de los profesionales médicos de la familia chocaba con el arte de músicos y directores, como el de un tío abuelo cineasta que fue bastión de la Revolución Cubana.
En un momento, la directora se embrolla en el árbol genealógico y traslada esa confusión a la pantalla. No es algo que perturbe, sino que, por el contrario, ahonda en el conflicto filial e histórico.
«La película plantea como cuestión central que ‘el ojo busca el hueco por donde ver’, eso aplica a las lecturas de la historia, por supuesto. Entonces: desde qué lugar podría arrogarme yo la potestad de recrear algo, como si supiera cómo fue. ¡No! La memoria es inasible, se construye en el encuentro entre lo que hay y lo que supongo, y esa suposición está cruzada con mi subjetividad», comentó Aguilar.
– ¿Te cambió la forma de ver a tus hijos el indagar en tus antepasados?
– Debatir la idea de linaje era algo muy importante (linaje como ascendencia ilustre); pero que eso no invalida la posibilidad de pensar en los legados. O sea: una no puede borrar la historia, no puede no venir de donde viene. Mis hijos tampoco, son hijos míos, de su papá, tienen sus historias. Ahora, a la hora de volver a revisar la historia, podrán elegir con qué legados quedarse. Qué destacar, qué combatir. Y eso nos pasa a todas y a todos al mirar para atrás en nuestras biografías, y creo que es algo muy bello que aportan los feminismos y ni hablar de las travas, ¿no? la posibilidad de reescribirnos. Así que me emociona pensar en lo que mis hijos harán con esto, ojalá reescriban de nuevo.
– ¿Qué te reveló «La tara» sobre el siglo XX?
– Hay como una idea de que las vidas eran mucho más relevantes que las actuales. Y cuando me pongo a pensar, creo que el elemento común y dramático en aquellas biografías es la irrupción de la violencia. Cualquier desayuno se vuelve tremendamente épico si es interrumpido por una bomba, digamos. Ahora, ese mundo, esa forma tan asociada a lo patriarcal: atacar, colonizar, tomar el poder, agarrar las armas… entregar la vida… quizás se está yendo, ¿no? Ojalá. Mirar la historia de tantos abuelos y abuelas, pudiendo pensar «¿dónde estaban las mujeres acá, las lesbianas, los niños? ¿Qué pasaba con ellos?». Por ahí el mundo pueda ser uno que tenga más que ver con las políticas del afecto, del cuidado, de oponerse a la destrucción y, sobre todo, de la imaginación política. Y en eso, los marginales podemos tener bastante que aportar, porque conocemos cómo es tejer redes desde lugares que no son el centro.
– ¿Cómo fue involucrar a tus hermanos y primo en este viaje (tanto físico como cinematográfico)?
– Fue realmente algo orgánico. Al investigar sobre la historia familiar, una termina movilizando a toda la familia en la búsqueda. La nuestra es una familia enorme, y hay posiciones muy distintas entre nosotros, por lo que uno de los primeros límites éticos que establecí fue no pasar por encima del deseo de participar de los demás. Hay más Aguilares repartidos por el equipo (además de los hermanos y el primo). Hay una diferencia entre recrear y performativizar, creo, y tiene que ver con la idea de verdad. Así que decidimos generar estas performances que nos incluían claramente en la enunciación. Esto es lo que imaginamos que pudo haber pasado. Y la experiencia en sí, fue muy gozosa. Creo que algo de eso se respira en la película, y es parte de lo que proponemos: pensar un mundo también se puede hacer desde el disfrute.