Reflexiones de la vida diaria: «Más y más insana envidia»

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Telam SE

Más y más insana envidia

¿Cómo no envidiar a ese sujeto, sujeta o sujete que no le teme al ridículo? Es imposible. Uno lo ve. Está ahí, haciendo el ridículo. Es un hazmerreír, un verdadero ejemplo de la estupidez humana, un total RI DÍ CU LO. Y no le importa. ¡Si hasta parece que la pasa bien!

¿Le faltara alguna enzima en el cerebro? ¿Será una carencia hormonal? ¿Algún golpe que recibió de chico?  Dicen que del ridículo no se vuelve. ¡Mentira! Basta prender la tele para saber que hay gente que va y viene. ¡Y en cada viaje, acumula millas para volver a ir!

Y la envidia me carcome cuando escucho, y compruebo, que hay seres humanos que jamás han ido al dentista. No saben cómo suena un torno. Y por sobre todas las cosas, no han sentido el dolor. Oh, el dolor, de una muela. Y no es porque se cepillan los dientes 16 veces por día o porque tienen un asistente que les pasa el hilo dental cada media hora.

¡No señor! La naturaleza los hizo así: inmunes a las caries, invulnerables al sarro, resistentes a cualquier mordida de elementos rompedientes. Y sobre todas las cosas, nunca sabrán lo que es que te digan en la cara: “Hay que poner un perno y una corona. Estamos hablando de unos 120 mil pesos”. O nunca sentirán el frío correrles por la espalda al escuchar “Hay que hacer un implante. Estamos hablando de unos 200 mil pesos”. Y mucho menos escucharán “Hay que hacer dentadura postiza. Estamos hablando de pedir un crédito al FMI”. Lo pienso y me quiero morder la lengua, pero no lo hago, por miedo a que se me afloje una corona.

Y más que envidia, siento rencor, cuando descubro que alguien, sin haber estudiado, fruto de un talento natural, sabe dibujar, y lo hace bien, o que sabe escribir poemas, y lo hace bien, o sabe componer canciones. ¿Saben qué distinta hubiera sido mi vida amorosa? Jamás pude decirle a una chica “Mirá: Te hice este retrato al óleo”, o “Es un simple poemita que ganó el Nobel de literatura, pero me salió así, de una”, o “te compuse esta canción y te la grabé con la orquesta filarmónica de Frankfurt y acá te la regalo en un caset masterizado en una consola TASCAM 347-Ab-HD Plus. Ah. Y está con Dolby”.

Nunca pude pasar del chocolatín. No sirvo ni para trazar una línea recta en un papel milimetrado. No puedo dibujar un corazón y que no parezca un riñón, ¡ni siquiera puedo poner las manos como el Fideo Di María y que parezca un corazón y no un gesto obsceno! ¿Cómo nos los voy a envidiar?

Y acá entran los súper deportistas. Que no son profesionales, no ganan dinero, pero juegan bien a todo: fútbol, tenis, vóley, taekwondo, wáter polo, esquí, saltos ornamentales, Fórmula 1… ¡todo bien juegan! Nunca les podés ganar una vuelta al Scalextric, nunca un partido del escoba del 15, ni siquiera una carrera de embolsados. Les jugás al ping-pong, les atás las manos, y te ganan agarrando la paleta con la boca. ¿Envidia? Naaa… es algo más profundo… ¡es como un tsunami de envidia!

Pero a los que me dan ganas de hacerles algo, de denunciarlos ante la corte de la Haya o algún tribunal de injusticia, son los que no sufren el calor. ¡¿Cómo pueden andar de saco y corbata en un día de 42 grados, sin transpirar, y caminando por la vereda del sol?! Y no van lento y con la lengua afuera, como perro San Bernardo en el Caribe. No. Hasta parecen sonreír sarcásticamente ante el mundo “Acá estoy, sin una gota de sudor, en plena ola de calor. Y no. No necesito agua. Soy como un camello. No me deshidrato fácil”.  Y mientras ellos se pavonean como si fuesen inmunes a los rayos UV, a vos la transpiración ya se te metió como catarata por la raja de la espalda y enfila por entre el calzón hacia las profundidades de tus nalgas y vas mojando con el sudor que te cae de entre las cejas los papeles que tenés que llevar justo a esa dirección que queda en la vereda del sol.

Y no. No es consuelo saber que si no sufre el calor, probablemente sufra el frío. Porque yo a esa gente la conozco: son atérmicos, son atermostáticos, son adiabáticos, ¡su vida es una isoterma! Sé que en pleno invierno, en medio de la ola polar, andarán con un saco liviano, corbatita finita, ¡y sin camiseta ni calzones largos! Nunca un pantalón de frisa, un pullover de lana, un anorak sueco. No. Jamás sufren. Yo los conozco. Los envidio al punto que me sale la hiel por la comisura de los labios. Los envidio tanto que alguna vez llegué a seguir a uno. Día y noche. A todos lados. Con frío y con calor. Con y sin sensación térmica. ¿Y saben qué descubrí? Que el día que llueve, los tipos no llevan paraguas, y así y todo…¡no se mojan! Tienen su propio clima. ¡Y no tienen que estar pendientes del pronóstico del tiempo! ¡Qué tupé!

Y la lista sigue, porque la envidia no se detiene. Pero no quiero que usted piense: “cómo envidio a este tipo que hace este podcast con estas pavadas”. O si. No lo sé.