‘Francisca’: una obra maestra de Manoel de Oliveira que deconstruye los mecanismos del desengaño amoroso

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Como muchos de los adolescentes de mi generación, descubrí el cine de Manoel de Oliveira con el estreno en pantalla grande de ‘El valle de Abraham’ (1993). Desde el póster central los enormes y luminosos ojos de la actriz Leonor Silveira me llamaban como luciérnagas borrachas. La película me resultó tan agotadora como apasionante, incluso hipnótica. Oliveira fue el autor de un cine ensimismado, reflexivo, poderosamente invernal, como invernales eran, al menos en mi cabeza, las películas de Tarkovski o Bergman, con quien el portugués tiene algunos puntos en común.

Un cine hablado, encantado de exhibirse y escucharse, que combina hermosos paisajes con los alfilerazos del diálogo. Eso no quita que la independencia de estos autores tan singulares les haga a veces romper esta norma: así como Bergman es también responsable de comedias tan encantadoras, incluso frívolas, como ‘Sonrisas de una noche de verano’ (1955) o la adorable ‘Esas mujeres’ (1955), Oliveira también se tomó sus reposos para filmar divertimentos magníficos como ‘Singularidades de una chica rubia’ (2009).

Estremecedor clásico que merece la pena recuperar

Sus concisos 61 minutos contrastaban, y de qué manera, con los 212 de ‘El valle de Abraham’, al igual que con los algo más ligeros 166 minutos de ‘Francisca’, que tan oportunamente ahora la cartelera española rescata de un mayoritario e injusto olvido.

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Pocos sabíamos, en ese 1993 donde todavía quedaba lejos las prerrogativas de Internet, especialmente aquellos que no vivíamos en grandes ciudades y, por tanto, no frecuentábamos cineclubs ni filmotecas, que el portugués llevaba en activo desde 1931, fecha en la que rodó su primer cortometraje, y en su dilatada trayectoria se encontraban obras maestras tan diversas como ‘El pasado y el presente’ (1972), ‘Benilde’ (1975), ‘El zapato de raso’ (1985), ‘Los caníbales’ (1988), ‘La divina comedia’ (1991) o esta estremecedora ‘Francisca’ (1981) que ahora nos ocupa.

La película es una adaptación de la novela ‘Fanny Owen’ de Agustina Bessa-Luís, novelista fetiche del autor y una de las voces más importantes de la narrativa portuguesa del siglo pasado. Se sitúa en un Portugal que trataba de superar la independencia de Brasil, y que se debatía entre el liberalismo y el absolutismo. Es un retrato de las clases altas, de mujeres que guardan intimidad con sus doncellas y de caballeros bigotudos que conversan entre sofismas y citas del Marqués de Sade y Lord Byron.

Pero al director esta recreación histórica le importa sobre todo para situar a los personajes en un contexto: aunque en ella hay espacio para la representación de una ópera y un baile de apertura, ‘Francisca’ desarrolla la mayoría de sus secuencias en interiores, en habitaciones poco iluminadas y planos largos, donde la conversación es omnipresente pero los silencios dicen tanto o más que cualquier declaración de intenciones. Esta singular sucesión de rótulos explicativos y secuencias constata su origen literario, pero también con los entresijos de la representación teatral u operística, además de funcionar como un particular homenaje a los mecanismos del cine silente, con especial hincapié en el cine del gran Carl Theodor Dreyer.

Francisca

Francisca

Es esta una obra indudablemente compleja en su desarmante y meticulosa ambición. Por un lado, desde luego, es un retrato femenino pero también algo más que eso. Tan importante es el personaje de Francisca, o Fanny, como la relación que establece con su criada y confidente y el particular triángulo amoroso que forma con el escritor Camilo Castelo Branco y de su rival José Augusto.

‘Francisca’, una obra imprescindible para amantes de los desafíos cinematográficos

También es una zambullida en el matrimonio como secuestro, cautiverio y sometimiento. Oliveira deconstruye las constantes del Romanticismo con una afilada escritura no exenta de ironía y una estructura clásica pero no exenta de giros y sorpresas, en la que cada secuencia oculta tanto como muestra. Exige, en definitiva, un tipo de espectador atento, capaz de leer entre líneas para aprehender con plenitud las secretas claves de la tragedia.

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Los actores se muestran entregados a la causa y realizan trabajos correctos, pero muchas veces no son más que meros maniquíes a expensas del devenir de sus personajes y de la escritura de su maestro y demiurgo. Al final, hay poco espacio para la esperanza, especialmente cuando el amante no es correspondido: «Sólo hay dos cosas serias», declama uno de sus personajes, «El amor y el dinero. La muerte no pasa de ser un accidente moral».

Los espectadores amantes de desafíos harán bien en sumergirse en ‘Francisca’ y desde luego no quedarán decepcionados. Su visionado enlaza con las intricadas obras de otros autores igualmente inabarcables, como Raúl Ruiz y Rita Azebedo Gomes (aquí figurinista), como con la narrativa, no sólo de Fernando Pessoa y José Saramago, sino además de Eça de Queirós, Gonçalo M. Tabares, António Lobo Antunes o Mário de Sá Carneiro.

Francisca

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