La frase “Que se vayan todos” resumió el enorme descontento de la sociedad argentina con su clase política, en medio de la grave crisis económica, social y política de diciembre de 2001, que terminó con graves disturbios, una fuerte represión policial, 39 fallecidos y la renuncia del presidente Fernando De la Rúa.
En su exigencia inicial, “Que se vayan todos” pregonaba precisamente eso: una real renovación de nombres y cargos en la dirigencia nacional. La frase tenía una amplia aceptación a lo largo de todo el país.
Todo comenzó algunos años antes. La Argentina vivía desde la mitad del segundo gobierno de Carlos Menem una profunda recesión, profundizada a partir de 1998. La Ley de Convertibilidad impulsada por Domingo Cavallo (un peso igual a un dólar) había generado una ola indiscriminada de importaciones que hizo estragos en la industria nacional. El cierre de cientos de fábricas provocó una fuerte suba del porcentaje del desempleo en la Argentina, del trabajo informal y de los índices de pobreza.
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En ese contexto, donde más se escuchaba “el que se vayan todos” fue en las marchas, en los piquetes y en los cacerolazos de la población en contra de los anuncios del Gobierno. En diciembre de 2001, el hartazgo ya era total y generalizado.
El colapso del plan de Convertibilidad
El 3 de diciembre de 2001, Fernando De la Rúa, por recomendación del ministro de Economía Domingo Cavallo, dispuso una restricción general para retirar fondos de los bancos que se conoció como “corralito financiero”. La norma generó protestas y condicionó la posibilidad de tener ingresos económicos para los trabajadores informales, que en ese momento ya eran más del 50% de la población económicamente activa.
Aquella medida impulsada por Cavallo se tomó luego de que el FMI anunciara que no le enviaría más fondos a la Argentina. El hecho de no poder disponer de su propio dinero, tanto ahorros como para uso cotidiano, hizo detonar la paciencia de la sociedad. Empezaban a recrudecer entonces los levantamientos populares, los saqueos y cortes de rutas que se venían produciendo desde varios días antes. Y crecía a la par del descontento social, la incertidumbre política y económica. La frase de cabecera de aquellos reclamos masivos fue el “que se vayan todos”.
La reacción popular fue incontenible para el Gobierno cuando De la Rúa decretó Estado de Sitio sobre territorio argentino, como consecuencia de una serie de saqueos que se habían comenzado a dar en diversos puntos de la provincia de Buenos Aires. La medida desató una protesta masiva con cacerolas en todas partes del país y una multitud se concentró al día siguiente en la Plaza de Mayo.
Enfrentamientos, muertes y la renuncia del Presidente
En un marco de altísima violencia, las calles del centro porteño se convirtieron en campos de batalla, donde el uso indiscriminado de la fuerza por parte de la Policía terminó con varios muertos. En total, en todo el país durante aquellas jornadas del 19 y el 20 de diciembre hubo 39 muertes.
Los hechos más dramáticos se vivieron en la Plaza de Mayo y sus alrededores. Allí fueron asesinadas nueve personas y se contabilizaron cerca de 230 heridos de mayor y menor gravedad. Amparado en el Estado de Sitio, y con la visto bueno del secretario de Seguridad nacional, Enrique Mathov, la Policía reprimió indiscriminadamente a los manifestantes sin medir las consecuencias.
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Hubo gente acribillada a sangre fría y recién 15 años más tarde, en 2016, diez acusados de aquella matanza fueron condenados a penas de entre tres y seis años de prisión.
Durante esas horas dramáticas un grupo de manifestantes traspasó el vallado e intentó, sin éxito, copar la Casa Rosada. Al día siguiente, el 20 de diciembre, De la Rúa firmó su renuncia y se fue en helicóptero, una imagen que captaron todos los medios de comunicación y que quedó como uno de los símbolos del peor momento institucional de la Argentina.
“Que se vayan todos” resume aquella época triste del país, aunque esa premisa que fue la bandera en numerosas protestas y manifestaciones no logró trasladarse a los hechos. Veinte años más tarde, muchos dirigentes de entonces siguen formando parte de la clase política de la Argentina.
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