En los últimos meses hemos presenciado importantes descubrimientos de galaxias lejanas, pertenecientes a una época en la que el universo tenía una pequeña fracción de la edad que tiene ahora y era, además, mucho más pequeño. El telescopio James Webb (JWST) tiene mucho que ver con esto, pero no es nuestra única arma.
Desde los confines del universo al desierto de Chile. Hace unas semanas, un equipo de astrónomos anunciaba el descubrimiento de una “galaxia invisible”, una galaxia tan distante y tenue que había pasado desapercibida en búsquedas anteriores. Fue detectada gracias a la red de telescopios ALMA (Atacama Large Millimeter/submillimeter Array) situada en el desierto chileno.
El equipo responsable del hallazgo comunicó los detalles de éste en un artículo en la revista The Astrophysical Journal. En él, los autores explican que la imagen que nos llega es la instantánea de una galaxia de un universo joven, cuando habían pasado solo 2.000 millones de años del Big Bang, esto es, hace unos 11.700 millones de años.
Según describen los astrónomos que descubrieron la nueva galaxia, ésta es compacta y contiene una gran cantidad de polvo interestelar. Se trata, como cabría esperar, de una galaxia joven y muy activa en la formación de nuevas estrellas, a una velocidad 1.000 veces superior a la que nuestra galaxia, la Vía Láctea, crea nuevos soles.
Una “lupa” relativista. Los nuevos descubrimientos de galaxias y otros objetos muy distantes son posibles gracias a una circunstancia relacionada con el trabajo del archiconocido Albert Einstein. Tal como predijo el físico, la gravedad es capaz de afectar a la trayectoria de los haces de luz que se pasan cerca de un objeto muy masivo.
Así, galaxias y estrellas situados a medio camino entre nosotros y aquellos objetos distantes que queremos observar, funcionan como una lente que suma a la capacidad de nuestros propios telescopios. Esta herramienta ha permitido algunos de los descubrimientos de galaxias más lejanas y antiguas del universo, además de otros objetos astronómicos también interesantes.
El Universo primitivo. El interés de los astrofísicos por ver más allá en el espacio y en el tiempo no es casual. Cuantos más objetos de este tiempo conozcamos y comprendamos mayor será nuestra capacidad de entender qué pasó en los primeros millones de años de nuestro cosmos.
Y es que aún hay muchos huevos que rellenar en nuestro conocimiento de la cosmogénesis y todo el proceso que nos ha traído hasta aquí. El último descubrimiento protagonizado por ALMA nos transporta a una época en la que el universo tenía aún una sexta parte de su tamaño presente tal y como explican los investigadores. El ritmo de expansión del espacio es, también, uno de estos enigmas que queremos resolver.
“Las galaxias muy distantes son auténticas minas de información sobre el pasado y la evolución futura de nuestro universo”, explica en una nota de prensa Marika Giulietti, quien encabeza la publicación del trabajo. “Aun así, estudiarlas supone un gran reto. [estas galaxias son] muy compactas y por consiguiente difíciles de observar.”
Las longitudes de onda. ALMA, como el JWST aprovecha longitudes de onda más largas que las características del espectro visible. Esto tiene dos ventajas a la hora de detectar objetos muy lejanos. La primera es el corrimiento a rojo que experimenta la luz al atravesar grandes distancias a través de un espacio que se estira y que con él estira su longitud de onda.
La segunda ventaja es que estas longitudes de onda consiguen traspasar el polvo interestelar que oscurece las galaxias más lejanas. Como explica Giulietti, “la causa de este oscurecimiento es la presencia masiva de polvo interestelar, que intercepta la luz visible de las estrellas jóvenes, y dificulta su detección con instrumentos ópticos, y la reemite en ondas más largas donde puede ser observada sólo con interferómetros poderosos en bandas (sub)milimétricas y de radio.”
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Imágenes | European Southern Observatory (ESO), CC BY 4.0