El cambio climático también acecha a las ostras: por qué el calentamiento de los mares produciría ostras más tóxicas

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No hace falta ser científico para comprender que el cambio climático no tiene visos de traer nada bueno. A los dramas de peores cosechas o a la imposibilidad de alimentar a cierto tipo de ganado, quizá las señales más evidentes por ser terrestres, se suman las nuevas realidades que alteran los ecosistemas marinos.

En términos generales, el cambio climático supondría aguas más calientes en la mayor parte de los mares y océanos del mundo, lo cual puede modificar el hábitat de la mayor parte de mariscos y pescados que conocemos.

Lo que no sabíamos es que el cambio climático podría tener una consecuencia aún más inesperada sobre las ostras. Jugosas, salinas y habitualmente para consumir en crudas, estos bivalvos de lujo (aunque cada vez menos) podrían convertirse en más y más tóxicos cuanto más se eleven las temperaturas de las aguas marinas.

Como sucede con todos estos animales que se dedican a filtrar el agua del mar para alimentarse -algo que también sucede con los mejillones-, un aumento en la temperatura de las aguas marinas podría aumentar su toxicidad ya que se incrementarían los riesgos de que las ostras sean huéspedes de una bacteria conocida como Vibrio.

Aunque son varias las especies de esta bacteria presentes en las ostras, la más frecuente es la Vibrio vulnificus, responsable de una enfermedad conocida como vibriosis y que es especialmente abundante en las ostras que proceden de océanos templados.

Ante un riesgo potencial de que las aguas oceánicas se calienten en zonas donde hasta ahora se consideraban aguas frías -como pueden ser las costas del Atlántico norte, de donde proceden la mayor parte de las ostras que se consumen en Europa- las posibilidades de la vibriosis aumentan.

Y aumentan porque las ostras se consumen, principalmente, crudas. Si se cocinasen, las probabilidades de que el vibrio sobreviva y por tanto transmita la vibriosis se reducen exponencialmente. Algo que no sucede con los ejemplares que se consumen en crudo, tal y como explica un estudio de la revista científica Nature, que explica cómo se han incrementado por ocho los casos de vibriosis tras consumir ostras en la Costa Este de Estados Unidos desde 1988.

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El drama de la vibriosis es que las ostras que lo sufren ni huelen ni saben distinto de las ostras que están sanas, razón por la que contaminarse de vibriosis es una suerte de lotería que tiene cada vez más papeletas de tocarnos a medio y largo plazo si los océanos aumentan sus temperaturas.

Imágenes | iStock

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