El año que viene se van a cumplir treinta años de la llegada de Andrés Calamaro a tierras españolas, luego de que su disco Nadie sale vivo de aquí -hoy valorado como un verdadero clásico del rock argentino- no recibiera en su propia tierra la atención esperada. Desde aquel verano boreal de 1990 en que el cantante llegó a Madrid y empezó a dar los primeros pasos con Los Rodríguez, se fue cimentando un vínculo con el público español como no ha tenido ningún otro músico argentino. Y su propia figura -más allá del éxito que había cosechado con Los Abuelos de la Nada- no terminó de instalarse masivamente en Argentina sino hasta que lo vimos volver triunfante de España a caballo del hit “Sin documentos”. Desde entonces, Calamaro supo jugar a dos puntas como nadie, ofreciendo su música, su lírica e incluso sus ideas más polémicas en simultáneo al nuevo y al viejo continente, con la posibilidad de trazar el mapa de sus giras como un verdadero conquistador.
El tour presentación de su último disco, Cargar la suerte, se viene moviendo desde comienzos de mayo por España y recién para el mes de octubre cruzará el Atlántico con recitales confirmados en Chile, Uruguay, Paraguay y algunas provincias argentinas (la fecha en Buenos Aires es un misterio que seguramente en la próximas semanas terminará por develarse). Pero las esquirlas de los primeros conciertos de Calamaro por el territorio español no han pasado inadvertidas para nadie, ni en España ni en Argentina. La verba picante del cantante sobre el escenario -como una continuidad de su actividad en Twitter o firmando columnas en diarios- convirtieron a esta gira en una suerte de foro de ideas en movimiento, una conversación que va sumando líneas en cada concierto y que en ocasiones también sabe descansar para que la música vuelva a ganar centralidad. Calamaro va por las ciudades intercalando entre sus canciones algunos de los posicionamientos que sacan chispazos en redes sociales y que luego, desde los portales de noticias, escandalizan a la opinión pública.
El paso de la gira por Barcelona había dejado una polémica de lo más pintoresca entre el cantante y Viggo Mortensen, tal vez la figura ligada a la Argentina de mayor reconocimiento en el ecosistema de Hollywood. Sobre el escenario del Teatro Liceo, en referencia a unas críticas que el actor había tenido hacia el partido de derecha Vox, Calamaro tomó posición: “Yo no estoy aquí para decir lo que la gente quiere oír, eso es demasiado fácil, para eso está Viggo Mortensen con su discurso antifascista facilón”. En señal de reprobación, el público le pidió “rock and roll, por favor” y Calamaro retrucó que “el rock and roll no es complaciente, el rock gusta, pero ofende”. Desde luego, el intercambio con el público no pasó a mayores: matizadas por una inmejorable lista de canciones -desde las más frescas del último disco hasta las inoxidables- y el buen sentido del humor de Calamaro, hasta las posiciones más polémicas se tornan, por lo menos, discutibles. Aislando por un momento toda rispidez, lo que apareció en el escenario como verdad afilada e irrefutable es un presente musical super saludable, con una propuesta de banda capaz de combinar momentos de alta sensibilidad con esa energía rockera de la que Calamaro se nutre y con las que carga sus propias armas.
Llegando a lo que el propio Andrés llamó “España del medio” -los conciertos en Burgos y Teruel del último fin de semana-, las aguas políticas se calmaron y la música volvió a ocupar el centro de la escena. La formación de la banda y el rol del propio Calamaro dentro de ella aparecen como una novedad respecto de sus últimas giras o, en realidad, como una síntesis de algunas de esas puestas anteriores. Ya con un solo guitarrista en el escenario (Julián Kanevsky) y el propio Calamaro concentrado en un set de teclados hecho a su medida, el repertorio gana en matices y no pierde vigor. La banda, que completan Germám Wiedemer (piano), Mariano Domínguez (bajo) y Martín Brun (batería), parece evocar algo del espíritu intimista de lo que fue la gira Licencia Para Cantar, pero con artillería de sobra para rockear cuando las canciones lo piden.
Lo que ofrece Calamaro en el escenario es mucho más que canciones: es una puerta abierta a su propio mundo de ideas y referencias culturales, además de un acto de generosidad para el público que enfrenta cada noche. Hacia la mitad del show, cuando ya han pasado varias canciones de Cargar la suerte y de esa trilogía imbatible que constituyen Alta suciedad, Honestidad brutal y El salmón, hace su entrada al escenario el termo y el mate para que el cantante, al tiempo que va cebando, despliegue su rol de showman y contador de historias, mezclando consejos de botánica con lectura de décimas (estructura poética conformada por diez versos octosilábicos) que escribe apenas unas horas antes de subir al escenario y dedica especialmente a cada ciudad que lo recibe. Y mientras revuelve sus papeles, donde están escritas las letras de las canciones que va cantando, Calamaro le pide piedad al público: “No piensen que no tengo memoria, piensen que sé leer”.
Entre los quiebres del repertorio, aparecieron como el más largo viaje hacia el pasado “Ni hablar”, canción pop de culto del mencionado Nadie sale vivo de aquí (lanzado en 1989), y “Algún lugar encontraré”, tema central de la película Caballos salvajes, muy pocas veces incluido en shows. Si bien no es la primera vez que lo hace, otro gran momento del concierto es la fusión entre las canciones “Loco” (de Alta suciedad) y “Corte de huracán” (del disco El palacio de la flores, producido por Litto Nebbia en 2006), presentada por el mismo Calamaro como dos caras de una misma moneda, donde hay por un lado temas siempre celebrados y cantados por multitudes y, por el otro, los que reciben la mayor indiferencia de parte del público. La discoteca de Calamaro se abrió en esta serie de conciertos gracias a los pasajes de varios covers adaptados a sus propias canciones como el caso de “Los chicos”, que derivó primero en “Can’t Stand Losing You” (The Police) y luego en “Somebody Put Something in My Drink” (Ramones). También, precediendo a la melancólica “Los aviones”, la banda se le animó a una versión casi completa de “La gran bestia pop”, de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, que al menos en la ciudad de Burgos -de pocos turistas y menos expatriados argentinos- no tuvo el infaltable coro de “vamos los Redondos”.
En la segunda mitad del show también se destacaron “Cuando no estás” y “Rehenes”, temas del disco Bohemio que podrían quedarse a vivir para siempre en las listas de temas de Calamaro y dos perlas de Cargar la suerte como son “My mafia” y “Tránsito lento”. Si la presencia del mate en el escenario de cada uno de los conciertos de este tramo de la gira pudo entenderse como un guiño a su Argentina natal en territorio español, la inclusión de varias canciones de Los Rodríguez como “Milonga del marinero y el capitán”, “Mi enfermedad” y el cierre del show con “Me estás atrapando otra vez” también puede leerse como un gesto de agradecimiento de Calamaro al país que le abrió los brazos cuando Argentina se ahogaba en penurias económicas que saboteaban el desarrollo de cualquier proyecto.
“España del medio tiene la piel más dura que en las cornisas, se puede decir cualquier cosa”, sostuvo Calamaro sobre el escenario de Burgos para luego en Twitter completar el concepto agregando que “no saltan a la primera de cambio, así se hable con libertad infame”. Esa libertad para decir todo lo que piensa y habiendo dejado de lado la tirantez que pudo haber tenido con el público en fechas anteriores, le dieron a este tramo de la gira una calidez que se agradeció arriba y abajo del escenario. Todavía quedan varias ciudades españolas por visitar y finalmente, el momento de cruzar el océano para encontrarse con el público de América.
Fuente: lanacion.com.ar