Cuando oímos eso de “el poder sanador de la mente” una bombilla se enciende en nuestra cabeza. Es una señal de alerta. A menudo expresiones así se utilizan para vendernos algún “aceite de serpiente” o algún tratamiento pseudocientífico. En contraste, el mejor ejemplo de esta extraña relación entre cuerpo y mente, no solo es un fenómeno documentado, sino que es una de las bases alrededor de las cuales se construyen los ensayos clínicos: el efecto placebo.
La relación va más allá, pero hay un problema: no sabemos gran cosa sobre ella. Nuestro cerebro y sistema nervioso central son extremadamente complejos y nuestra comprensión sobre él es ínfima. Ahora, investigadores médicos en distintos campos tratan de averiguar cómo funcionan estas interacciones para afrontar distintos retos médicos. Uno de ellos, el llamado “síndrome del corazón roto”.
En un artículo reciente publicado en Nature, se da cuenta del trabajo (aún no publicado como artículo revisado por pares) de dos investigadoras del Instituto Tecnológico de Israel, Hedva Haykin y Asya Rolls. El trabajo de estas dos investigadoras se centra en el llamado “síndrome del corazón roto” o miocardiopatía de Takotsubo.
Esta miocardiopatía resulta de un debilitamiento del ventrículo izquierdo que aparece vinculado con un evento estresante, emocional o físico. La pérdida de un ser querido es uno de estos hechos que se ha vinculado con este síndrome. De ahí la alusión al “corazón roto”.
El trabajo de este equipo se ha realizado en ratones. Los investigadores estimularon algunas regiones del cerebro de ratones vinculadas con emociones positivas. Comprobaron después que las lesiones cardiacas detectadas en los ratones que habían recibido estimulación parecían más leves que las lesiones de los ratones que no la habían recibido.
Aún es pronto para poder extraer concusiones certeras sobre esta investigación puesto que no entendemos muy bien los mecanismos que producen este vínculo entre nuestro cerebro y distintos aspectos de nuestra salud. El trabajo de hormonas como el cortisol puede estar relacionado, por ejemplo, con la vinculación entre estrés y salud cardiaca.
El estrés también se ha vinculado, por ejemplo, con la respuesta inflamatoria que nuestro sistema inmune utiliza como mecanismo de defensa (y que a menudo es la que nos causa la sensación física de malestar que asociamos con las enfermedades). Puesto que existen diversos tipos de estresores, pueden existir diversas vías de interacción, tal y como explicaban Haykin y Rolls en un trabajo de 2021.
Otros investigadores han analizado en asunto. Por ejemplo, el neurocirujano Kevin Tracey. Investigando el efecto de antiinflamatorios, observó que la respuesta de éstos se extendía por todo el cuerpo aun cuando eran aplicados tan solo al cerebro. Al indagar en el asunto, comprobó que cortar el nervio vago implicaba cortar este efecto antiinflamatorio.
La mala noticia es que aún no sabemos del todo cómo explotar esto. Tracey sugería en su trabajo la manipulación del nervio vago como método para reducir la respuesta inflamatoria del cuerpo. Los últimos trabajos del experto exploran esta posibilidad, pero aún queda mucho camino por recorrer hasta convertirlo en terapia.
Las posibilidades de estas líneas de investigación tan incipientes son numerosas, y no conoceremos su potencial real hasta dentro de años, si no décadas. Cortar los efectos somáticos de las emociones negativas como el estrés debería ser uno de los logros en estas investigaciones, pero estas investigaciones también podrían decirnos mucho de la parte menos emocional de nuestro sistema nervioso central y cómo ésta se vincula con nuestro sistema inmune.
Mientras buscamos formas de comprender el problema a nivel biológico, quizá lo mejor que podamos hacer para evitar que nuestro cerebro le juegue una mala pasada a nuestro cuerpo es evitar estas emociones negativas. Algunos expertos abogan por mantener una mentalidad positiva. Sabemos que esto nunca nos va a curar de un infarto, pero quizá reduzca nuestras posibilidades de sufrirlo.
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