Durante
años,
el
gotelé
fue
el
enemigo
número
uno
de
las
reformas.
Quitar,
alisar,
empapelar…
cualquier
cosa
antes
que
convivir
con
esas
pequeñas
ondulaciones
de
piso
antiguo.
Pero
como
tantas
veces
en
decoración,
lo
que
parecía
superado
vuelve
renovado.
Ahora
el
gotelé
—y
otras
texturas—
regresan
con
nueva
narrativa:
aportan
profundidad,
calidez
y
una
dosis
de
nostalgia
visual
que
se
mezcla
con
las
líneas
modernas.
No
hay
que
cubrirlo,
sino
aprender
a
usarlo
a
favor.
El
truco
está
en
el
acabado:
el
gotelé
fino
puede
iluminarse
con
pintura
mate
o
tonos
empolvados.
El
resultado
es
envolvente
y
evita
la
frialdad
de
las
paredes
lisas.
Pero
no
es
la
única
opción
en
el
terreno
del
relieve
decorativo.
Las
paredes
rugosas
con
efecto
cemento,
las
pinturas
con
árido
o
los
revocos
tipo
estuco
veneciano
también
vuelven
con
fuerza.
Cada
textura
genera
un
tipo
de
atmósfera,
y
no
todas
requieren
una
casa
de
campo.

Incluso
los
paneles
decorativos
de
yeso
o
poliuretano
permiten
simular
textura
sin
obra.
Y
los
papeles
pintados
con
relieve
ofrecen
resultados
llamativos
sin
ensuciar
ni
levantar
polvo.
Son
una
forma
de
jugar
con
la
dimensión
sin
entrar
en
obras.
En
dormitorios,
los
acabados
texturados
aportan
sensación
de
abrigo.
En
salones,
rompen
la
monotonía
sin
necesidad
de
color.
En
pasillos
o
recibidores,
añaden
interés
sin
recargar.
Eso
sí,
no
todo
vale.
Hay
que
elegir
una
pared
protagonista,
evitar
saturar
espacios
pequeños
y
combinar
con
iluminación
adecuada.
Las
sombras
juegan
un
papel
clave
en
estas
superficies.

Si
el
gotelé
está
en
buen
estado,
una
pintura
adecuada
lo
revaloriza.
Si
está
mal
ejecutado,
puede
lijarse
ligeramente
para
suavizarlo.
Pero
eliminarlo
por
completo
ya
no
es
una
obligación
estética.
La
textura,
bien
utilizada,
es
una
declaración
de
intenciones.
Y
el
gotelé,
lejos
de
ser
un
problema,
puede
convertirse
en
parte
del
estilo.
La
clave
está
en
dejar
de
disimularlo
y
empezar
a
integrarlo.
Foto
|
cookie_studio,
Jarrod
Erbe
y
Victor
Moragriega
En
DAP
|
La
mesa
de
Eugenia
Martínez
de
Irujo:
color,
vajilla
y
un
toque
de
rebeldía
aristocrática