Violencia es violencia, sin importar la víctima

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La crueldad –incluidas sus formas más extremas- fueron aceptadas con relativa indiferencia durante la mayor parte de la historia, reduciendo a sus víctimas humanas y no humanas al ámbito del “no ser” o a simples cifras parte del pasado. (Por Angélica Miotti)

A nivel global y local, algunas formas de violencia -como fenómeno complejo y atravesado por un sinfín de variables- está siendo denunciada y socialmente condenada cada vez con mayor firmeza, contundencia y legitimación. Nos estamos reconociendo finalmente como intolerantes a la violencia y por su parte, el Estado continúa creando –o debería hacerlo- instituciones/programas para su prevención, canalización, tratamiento, etc.

Pero, contra todo este pronóstico,  el pasado lunes 28 de marzo, el país entero “se detuvo” ante un hecho de violencia –la cual alcanzó niveles astronómicos- perpetuado en las inmediaciones de nuestra ciudad. Un camión que transportaba alrededor de 240 cerdos (seres con conciencia y plena capacidad de sentir al igual que los humanos) a su destino (el matadero) volcó al costado de la ruta. El conductor estuvo y está fuera de peligro, pero los demás animales (los humanos también somos animales), que ya venían con grados altos de estrés, miedo y dolor físico (los camiones jaula, son de las peores condenas para un ser vivo y sintiente) murieron al caer camión, ya sea por golpes y asfixia; y otros, los que habían podido sobrevivir y estaban en estado de shock, perdidos, llenos de miedo y buscando libertad (como haría cualquier humano en esa situación) fueron asesinados de manera perversa, cruel, deliberada.

En un escenario dantesco e interminable para esos animales, los humanos confirmamos que la realidad supera cualquier ficción y que no somos capaces de proteger a los seres más indefensos. Si bien es cierto que no es correcto generalizar, tampoco lo es eximirnos de responsabilidad: lo que sucedió el lunes es una clara muestra de lo que también somos como sociedad: violencia. Una sociedad irrespetuosa con la otredad, con formas diferentes de vivir, sentir y habitar este Planeta. Tuvimos la oportunidad de haber sido humildes y empáticos con seres indefensos, pero decidimos y elegimos (está demostrado que no fue por hambre, lo cual tampoco justifica nada de lo que sucedió y seria para una discusión aparte) colocarnos del lado violento y opresor y clavar cuchillos, sintiendo los chillidos de dolor, dar mazazos y palazos a seres que sienten y necesitaban ayuda. Decidimos ser espectadores de ello, haciendo inclusive, que menores normalicen la violencia. Decidimos como Estado NO intervenir (¿para qué está la Policía entonces?). Decidimos, como agravante, banalizar la vida y el dolor del otro, reírnos de ello, vanagloriarnos, ufanarnos y  pavonearnos. Decidimos hacer alarde de la violencia y de la comisión de delitos.

Por si esto fuera poco, el maltrato hacia los demás animales es un fuerte indicador de la violencia entre los seres humanos. Esto, lejos de ser un invento de quien escribe o una frase cliché, es una afirmación con rigor científico y empírico. Y el vínculo que tenemos con los demás animales habla de qué sociedad somos y queremos ser, qué sociedad estamos construyendo y qué mundo estamos dejando a las futuras generaciones. No importa el grado y no importa si la víctima es humana o no humana, violencia es violencia. Y como tal se debe erradicar.

Desde 1954, y con antecedentes de 1882, en nuestro país se consideran delitos los actos de malos tratos y de crueldad cometidos sobre los demás animales. Su protección penal está prevista en la Ley 14.346, la cual forma parte de nuestro Código Penal y, por ende, es exigible y aplicable en todo el país (aunque la práctica procesal, moral y social arroje deudas al respecto).

La Asociación Civil Amparo Animal con Pers. Jca. nº 898/19 -de la cual soy presidenta- representada por la abogada Regina Rinaldoni y el letrado Germán Trigos se constituirá como parte defensora de los derechos animales mediante una querella. Pero es imprescindible también la participación activa de aquella parte de la sociedad a la que no le fue indiferente esta situación de violencia, aquella que se indignó, la que se opuso, la que lloró, la que no pudo ver las imágenes pero empanizó con el dolor ajeno. Esa parte de la ciudad que reclamó Justicia también para los demás animales. Sepamos que la Justicia y las leyes son un organismo vivo que se mueven, avanzan y se transforman a medida que la sociedad así lo exige. Avanza, si avanza la conciencia social, los reclamos, nuevas necesidades y la “aparición” de colectivos que históricamente han sido oprimidos. Los Poderes del Estado son necesarios, pero el Poder Social es fundamental.

Por otro lado, la situación hace patente la imperiosa necesidad de revisar nuestros hábitos de consumo, nuestras elecciones y sus impactos, nuestra posición ante otras formas de vida (las no humanas). Es urgente revisar y cuestionar nuestros privilegios de especie (“Especismo”) que nos nublan la empatía y no nos permiten poner un freno a este mal en expansión: la violencia.

Que este evento sea la oportunidad para que la Justicia se coloque en la vereda de la NO VIOLENCIA. Que el sufrimiento de esos animales nos sirva, también, como un verdadero despertador de conciencias y nos ayude a superar el falaz sentido de superioridad humana que nos hace creer somos los únicos seres dignos de protección y dueños de vidas que nos pertenecen. Esto no es sólo necesario, también es posible, y  no sería un flaco progreso en este mundo cruel y violento en el que vivimos.

  • La autora es Abogada, mediadora. Activista y docente de Derecho Animal