Un
Ayuntamiento
está
preocupado
por
la
seguridad
de
sus
vecinos.
Los
coches
pasan
demasiado
rápido
y
los
peatones
corren
el
riesgo
de
ser
atropellados.
Conscientes
del
problema,
instalan
radares
para
obligar
a
los
conductores
a
reducir
la
velocidad.
Llegan
decenas,
cientos
o
miles
de
multas
en
unos
pocos
días.
Son
historias
universales.
Porque
explican
historias
y
dinámicas
en
Lleida
o
en
Albany,
Estados
Unidos.
Lo
que
es
seguro
es
que
la
velocidad
en
los
entornos
urbanos
sigue
siendo
un
problema.
13.000
multas
en
10
días
En
los
últimos
años
hemos
visto
cómo
el
interior
de
las
ciudades
está
apostando
por
reducir
el
tráfico
y
la
velocidad
a
la
que
pueden
circular
los
coches.
La
tendencia
está
cruzando
fronteras
y
los
datos
reflejan
que
existe
un
problema
con
el
exceso
de
velocidad
en
el
interior
de
las
ciudades.
Recordemos
que,
según
datos
de
la
DGT,
a
30
km/h
sólo
fallecen
el
5%
de
los
peatones
atropellados.
La
cifra
aumenta
al
50%
cuando
el
atropello
se
produce
a
50
km/h
y
a
80
km/h
la
práctica
totalidad
de
los
peatones
morirán
si
son
atropellados.
Con
estos
datos
en
la
mano,
Ayuntamientos
de
todo
el
mundo
han
buscado
la
manera
de
calmar
el
tráfico
como
buenamente
pueden.
Tenemos
al
pueblo
italiano
que
registró
128.000
sanciones
de
tráfico
en
apenas
10
días,
ya
que
sus
120
vecinos
tenían
problemas
para
desplazarse
por
su
propio
entorno
urbano.
O
al
pueblo
asturiano
que
también
gestionó
15.000
multas
por
exceso
de
velocidad
en
dos
meses.
El
último
caso
en
el
que
un
pueblo
registra
cifras
de
escándalo
gracias
a
sus
radares
llega
desde
Estados
Unidos.
Albany,
en
el
estado
de
Nueva
York
(y
su
capital,
de
hecho),
también
se
ha
sumado
a
esta
particular
lista
en
su
intento
por
proteger
a
los
más
pequeños
de
camino
a
la
escuela.
En
su
intento
por
calmar
el
tráfico
en
las
zonas
cercanas
a
los
colegios,
el
Ayuntamiento
desplegó
tres
radares
junto
a
los
colegios,
en
los
que
se
limita
la
velocidad
a
20
mph
(32
km/h).
El
resultado
ha
sido
tan
desalentador
como
aleccionador.
En
10
días
se
han
registrado
13.000
sanciones.
Lejos
de
ceder
ante
los
conductores,
la
alcaldesa
de
la
ciudad
ha
recordado
que
la
ciudad
no
sólo
mantendrá
estos
radares
(informan
en
News10
que
se
activan
al
superar
la
velocidad
en
11
mph,
a
casi
50
km/h)
también
reducirá
la
velocidad
máxima
en
la
inmensa
mayoría
de
las
calles
del
entorno
urbano
a
25
mph
(40
km/h).
Un
problema
para
el
que
se
buscan
todo
tipo
de
soluciones
En
España
hace
años
que
se
están
tomando
medidas
para
reducir
la
velocidad
en
las
calles
de
las
ciudades.
Desde
2021
se
aplica
una
reducción
generalizada
en
todos
las
calles
con
un
carril
por
sentido
a
un
máximo
de
30
km/h.
Y
en
aquellas
vías
de
dos
o
más
carriles
se
han
instalado
carriles
prioritarios
para
ciclistas
con
el
mismo
máximo
en
el
límite
de
velocidad.
A
esto
hay
que
añadir
las
medidas
que
se
han
ido
tomando
relacionadas
con
el
urbanismo
táctico
o
la
línea
de
actuación
que
ha
marcado
Pontevedra
donde
no
se
han
registrado
accidentes
de
tráfico
en
una
década.
Medidas
que
tienen
su
inspiración
en
los
barrios
holandeses
de
los
años
60
con
los
que
se
pretendía
dar
un
giro
radical
a
la
movilidad
de
lo
que,
entonces,
era
un
infierno
cochista.
Y
conscientes
del
peligro
que
representan
los
coches
gigantescos
circulando
a
una
velocidad
muy
alta
por
el
interior
de
las
ciudades,
algunas
ciudades
de
Estados
Unidos
están
tomando
todo
tipo
de
medidas
para
tratar
de
calmar
el
tráfico.
Han
probado,
por
ejemplo,
por
pintar
el
suelo
de
los
cruces.
La
pintura
en
el
suelo
impacta
directamente
sobre
nuestro
subconsciente
y
ayuda
a
que
levantemos
el
pie
del
acelerador.
Según
datos
de
Bloomberg,
allí
donde
se
ha
puesto
en
marcha
la
iniciativa
han
conseguido
reducir
en
un
50%
los
accidentes
de
tráfico
y
un
37%
los
accidentes
con
lesiones.
La
lógica
que
sigue
detrás
de
esta
decisión
es
la
misma
que
aplica
la
DGT
para
pintar
la
famosa
línea
roja
en
una
carretera
secundaria
o
los
círculos
en
las
curvas
que
está
implementando
Cataluña
en
sus
carreteras
para
tratar
de
reducir
el
número
de
accidentes
de
motoristas.
Medidas
similares
se
aplican
en
Madrid
en
la
entrada
de
los
colegios
y
Francia
también
ha
probado
estas
opciones
con
éxito.
Pero
también
se
han
tomado
medidas
más
estrambóticas.
En
San
Francisco,
un
oficial
de
policía
se
cansó
de
que
los
coches
no
respetaran
los
pasos
de
peatones
y
circularan
a
una
velocidad
mucho
más
alta
de
la
debida.
Solución:
vestir
a
sus
agentes
de
pollos
gigantes.
La
intención
del
departamento
policial
era
visualizar
al
peatón
y
que
allí
existía
un
paso
para
el
mismo.
En
apenas
unas
horas
descubrieron
que
los
agentes
denunciaban
a
entre
30
y
40
conductores
que
hacían
caso
omiso
de
los
pasos
de
cebra.
Amy
Hurwitz,
responsable
de
la
acción,
lo
tenía
claro: «si
no
puedes
ver
a
alguien
dentro
de
un
disfraz
de
pollo
gigante,
tienes
un
problema».
Foto
|
Tyler
A.
McNeil
en
Wikimedia
En
Xataka
|
Comprar
un
coche
grande
y
pesado
te
protege
más
a
ti.
Pero
es
un
peligro
para
el
resto
de
conductores