Pensar en el Hollywood actual suele implicar hacerlo en los engranajes que mueven la industria, la taquilla y las estrategias comerciales de los grandes estudios a golpe de tendencia y que, a pesar de que siempre han estado ahí —a fin de cuentas, hablamos de un negocio que se mueve al ritmo de la oferta y la demanda—, hacen más ruido que nunca debido la realidad hiperconectada y saturada de información en la que vivimos.
Entre ellos, además del inagotable filón de los superhéroes, las franquicias interminables y los universos compartidos, encontramos unas secuelas tardías convertidas en poco menos que fábricas de explotación nostálgica que no suelen ofrecer más que una regresión a recuerdos y lugares que, puede que por los efectos del paso del tiempo, creemos mejores de lo que tal vez eran.
En medio de este panorama, ‘Top Gun: Maverick’ se eleva como una de esas poquísimas excepciones que no sólo deslumbra en su condición de continuación modélica, sino que también logra mejorar al original. Y es que Joseph Kosinski y su equipo han abrazado sin cortapisas el cliché argumental que enfrenta pasado y presente, convirtiéndolo casi en un motor narrativo que hace despegar al que podríamos calificar como el blockbuster perfecto.
Bienvenidos a la zona de peligro
La secuencia de créditos de ‘Top Gun: Maverick’, que nos transporta a ritmo de Kenny Loggins a finales de la década de los ochenta, se alza como toda una declaración de intenciones y como un pequeño anticipo de la paradoja temporal que supone el largometraje. La música, el montaje, la clásica paleta de colores teal & orange… todo lo que bombardea el patio de butacas durante los primeros minutos es digno de la factoría Bruckheimer de hace tres décadas, pero hay algo que no termina de cuadrar.
Conforme avanza su metraje, la película, que adopta las bases de la fórmula que enamoró a medio mundo hace 36 años y las perfecciona hasta límites insospechados, se revela progresivamente como una suerte de máquina del tiempo cinematográfica que invita a pensar en un blockbuster hijo de otra época —actualización sociocultural aparte—, pero con una ejecución a la vanguardia del medio.
Como era de esperar, en el primer aspecto del filme donde se puede percibir esta evolución es en su gran reclamo: unas escenas de acción tan espectaculares y revolucionarias como lo fueron las de ‘Mad Max: Furia en la carretera’ en 2015. Y es que no todos los días el elenco de una superproducción se sube a unos cuantos jets cargados de cámaras para rodar escenas de combate aéreo sin trampa ni cartón.
Esta exhibición de músculo, fotografiada por el siempre lúcido Claudio Miranda —responsable de títulos como ‘La vida de PI’, ‘Oblivion’, ‘El curioso caso de Benjamin Button’— y editada por el preciso Eddie Hamilton —’Misión: Imposible – Fallout’—, regala una colección de set pieces realmente sobrecogedoras y que, vistas en una pantalla IMAX con una relación de aspecto de 1.90:1, desencajan mandíbulas y llegan a provocar auténtico vértigo.
Por supuesto, no es motivo alguno de sorpresa que un actioner de 150 millones de dólares protagonizado por Tom Cruise tenga una acción de ensueño con un plus de peligrosidad. Lo que sí impacta y pilla totalmente desprevenido es que si ‘Top Gun: Maverick’ deja a la competencia en pañales en cuanto a técnica se refiere, su tratamiento de personajes, las dinámicas entre ellos y la carga dramática del conjunto están igualmente a la altura de las circunstancias.
Nostalgia aparte —que, todo sea dicho, está tratada con mimo y elegancia—, la cinta se toma su tiempo para desarrollar con paciencia a sus protagonistas; algo que cojeaba en la ‘Top Gun’ original y que en esta ocasión se traduce en una empatía instantánea que dispara los niveles de épica y emoción, y en alguna que otra lágrima durante un tercer acto tan cálido como electrizante.
A día de hoy, y salvo sorpresas, no tengo ningún tipo de duda de que ‘Top Gun: Maverick’ terminará el curso cinematográfico 2022 dentro de mi Top 3 con lo mejor del año. Y es que no todos los días espectáculo y emoción se funden con tantísimo equilibrio, supurando ese encanto de los clásicos ochenteros fotograma a fotograma, y derrochando talento personificado por un Tom Cruise al que, honestamente, no nos merecemos.