Setenta plantas y ningún balcón

0
186

Yo sé que el contacto con la naturaleza es importante, pero no por mucho plantar cosas en tu contrafrente poco luminoso vas a estar en contacto con la naturaleza.

Para entrar en contacto con la naturaleza tenés que ir al mar, a las sierras, a un glaciar, a la reserva ecológica o ver cómo cae un árbol sobre tu auto estacionado en la calle un día de tormenta. 
Y raramente una persona admitirá que NO ama la naturaleza.

Porque ahora está de moda amar la naturaleza, preocuparse por el medio ambiente y tener tu huerta orgánica en dos frasquitos de yogur. Yo puedo decir, sin ningún orgullo, que no me llevo bien con la naturaleza.

Soy bicho de ciudad. No por eso dejo de estar en contacto con la tierra. Hace un mes que no paso la aspiradora. 
No crean que no lo intenté. Pero era como si no hubiera pagado nunca la factura de la luz: nada prendía. Y eso que probé con distintas variedades: albahaca, perejil, sueldo en blanco… nada.

Yo creo saber por qué nunca me llevé bien con las plantas: no les hablo. Lo único que me faltaba. Hacer un zoom con el potus. Y, además, porque me parece que se dieron cuenta de que las quiero para la ensalada. Y la tercera, seguramente, es porque de adolescente, en muchas citas, me dejaron plantado.

Lo que me llama la atención es que hay muchos nombres femeninos que coinciden con plantas o flores: Margarita, Rosa, Violeta, Azucena, Dalia… y el caso más extremo de amor por las plantas, pero fiaca para buscar nombre: Flor. 
Claro: es más fácil decir Margarita que Chrysanthemum leucanthemum. No va. Imaginate a Gardel diciendo: “Ya no sos mi Chrysanthemum leucanthemum”.


Casi nadie, en cambio, se pone nombre de animales: Cangrejo González, Jirafa Rodríguez, Rinoceronte Pascuali, Aguaviva Goldemberg… no hay. Salvo algún León, los animalitos se usan de apodo: ratón, pato, sapo, burrito, pájaro y el más famoso últimamente: Gato.

Para colmo de males ahora parece que está de moda comer flores. Se ve que un día algún chef se quedó sin perejil y dijo: “ma si, ponele el helecho”. Y el comensal se lo devoró y nació esta moda tan absurda como la del bonsai.

Ul árbol da sombra, da frutos, da hojas. En cambio el bonsái… ¡da lástima! Yo entiendo que en Japón no hay lugar, pero una sequoia bonsái es un contrasentido.

Y después hay un tipo de plantas antinaturales: las plantas de interiores. ¡No hay en la naturaleza plantas que hayan nacido en interiores, salvo el musgo en las cavernas! Y encima te dicen: “hay que ponerlas porque “le dan vida” al departamento”. ¡Minga! Si se prende fuego, lo primero que vas a tratar de rescatar no son las plantas: lo primero es la guita.

Y uno de los mayores peligros de la vida en la ciudad: la costumbre de regalar plantas cuando alguien inaugura un negocio. Abren una agencia de loto… regalan plantas. Abren un restorán, plantas. Un quirófano, plantas. 

Y es un regalo traicionero. Porque te obligan a cuidarla porque corrés el riesgo de que un día venga el que te la regaló y lo primero que busque es ver “cómo está su palo de agua”. Mi respuesta habitual, cuando no la encuentran es: “lo doné para experimentos científicos por el bien de la humanidad”, mientras trato de esconder la maceta con la tierra reseca bajo la mesada del lavadero.

Pero debo reconocer que las plantas no me gustan en mi departamento. En cambio en una plaza, si. Es más: me encanta el Jardín Botánico. Yo voy seguido porque mi dentista atiende enfrente. Y cada vez que voy me doy una vuelta para ver a la gramínea furfurácea, el fuenicunum vulgare o mi plantus de naranjus lima. Y así me estoy volviendo un experto en variedades vegetales. El único problema es que asocié tanto el botánico con el dentista, que huelo una flor y ¡me duele la muela!