Sensación de Inseguridad eléctrica
Llega el verano y con él las actividades propias de la estación: playas, piletas, manguerazos, vacaciones, afters omicrón, bronceadores, mallas que no te entran y lo que no puede faltar en todo verano que se precie: los cortes de luz.
Los más experimentados lo tomamos con calma, con precaución y con ansiolíticos. Pero hay gente que le entra la desesperación: “¡Desenchufá la heladera!” “¡Desenchufá la computadora!” “¡Desenchufá los televisores!”. Y salen disparados a la tarea.
En cambio los más veteranos, con doble dosis de ansiolítico, y ya duchos, antes de proceder al desenchufe, comprobamos que no se trata de nuestra vivienda únicamente, sino que se trata de un corte que afecta a varias viviendas. Eso es bueno: Muchos afectados implica que en algún momento habrá solución. Pocos afectados… mmm… es peligroso: primero tienen que atender a los muchos afectados y recién después venís vos, el poco afectado.
Comprobado que no es nuestro problema, bajamos la térmica, desenchufamos todo con la calma ansiolítica, subimos la térmica y comenzamos una lenta procesión de insultos que arranca por dentro y de a poco se va manifestando en voz alta.
Los novatos entretanto buscarán desesperadamente velas – (“Las velas, las velas, ¿dónde pusiste las velas?”, «¿tenemos velas?» «¿cómo que no tenemos velas?») – o el celular o una linterna o un bichito de luz, algo.
Los más veteranos sabemos con exactitud en qué cajón están las velas, donde hay una linterna, sabemos si las pilas son nuevas o un poco usadas y sabemos que más importante que todo eso, es agarrar un par de baldes y llenarlos con agua en caso de vivir en un edificio de departamentos, ya que si el corte dura mucho, el agua dura poco.
Y luego… a esperar: a mirar la página del Enre y darle F5 cada 10 minutos, mandar “Luz” y el número de cliente al 2020 e ir juntando un veneno silencioso, que te va carcomiendo. Especialmente si llegamos a avistar que en la vereda de enfrente… ¡Hay luz! Eso no es democrático. Si cortan, que nos corten a todos. No puede ser que de una vereda haya luz y de la otra no.
Oscuridad para todes o luz para todes.
Y eventualmente la luz vuelve. Pueden ser un par de horas, un par de días o un par de años. Pero vuelve. Los novatos van y enchufan todo rápidamente. “¡Enchufá la heladera!” “¡Enchufá la compu!” “¡Enchufá el televisor!” Los más veteranos no. Sabemos que debemos darle unos 10 minutos a la cosa, no sea que la compañía nos mande 700 voltios y nos queme desde la heladera a la planchita para el pelo.
Y aquí es donde nace un fenómeno sicológico que he dado en llamar “sensación de inseguridad eléctrica”, que no es el miedo a que te choreen durante el apagón. No. Es el miedo a que te corten la luz. No solo los que sufrieron cortes sienten la Sensación de Inseguridad eléctrica. Los que tuvieron luz también lo experimentan porque saben que otros les cortaron.
Es sencillo: la gente no llena su heladera por temor a los cortes. Compra solo lo del día. Porque está inseguro. No sabe si va a tener luz y va a tener que tirar todo. La gente no compra lácteos si no sabe si el negocio donde compra tuvo luz, estudia una a una las carnicerías del barrio para ver cuál tiene grupo electrógeno y cuál no, tiene un mapa más inteligente que Google Maps donde figura cada una de las rotiserías a las que se les cortó la luz y registra el tiempo de corte y hasta calcula el tiempo de vida útil de un pastel de papas fuera de la heladera en un día de 56 grados a la sombra.
Y entonces desarrollamos conductas nuevas. En lugar de buscar videítos graciosos de YouTube, solo buscamos ofertas de luces de emergencia. En lugar de pasarte recomendaciones con tus amigos sobre series de Netflix, te pasás datos sobre paneles solares.
En las redes sociales, particularmente en las apps de citas, nadie pregunta “¿de qué signo sos?” o “¿qué música te gusta?”. No. Te preguntan: “¿Tenés luz?” Cambiás tu estado de Facebook. Primero era: “casado”, después “es complicado”. Ahora es “intermitente”.
Y las conversaciones con tus amigos, que podían ser de fútbol, moda, política, viajes, literatura, filosofía oriental, comida fusión o un video viral de Tik Tok ahora giran en torno a un solo tema: transformadores, cableado subterráneo y megawats.
Cambian tus hábitos de tu consumo: antes elegías el celular más caro, el de marca, el que te daba estatus. Ahora buscás el celular cuya luz del flash dure más tiempo. Y tenés el celular, la tablet o la notebook todo el tiempo enchufados, con la batería recalentada, para que estén al 100% ante la eventualidad del apagón.
Y vivís traumado. Marcado. Vas llegando a tu casa y ves un negocio sin luz, y ya sentís que tu mundo se desmorona. Ni hablar si no anda el semáforo de la esquina. La taquicardia te impide el movimiento, no querés seguir caminando… y llegás a tu casa y hay luz. Y respirás tranquilo. Aunque sabés que… bueno… si se cortó en la otra cuadra, si se cortó el semáforo… seguís vos, es inexorable…
Como el final de este columna, que tengo que terminarla antes de que se cort