El Salmón acaba de lanzar su nuevo disco “Cargar la suerte”. Dos miradas encontradas sobre su nuevo trabajo.
A favor: Calamaro es el Diego Armando de las canciones
Las últimas dos décadas del rock nacional le deben mucho a Andrés Calamaro.
El rock barrial post Cromañón sentó sus bases en la prosa del gran compositor y, en el mejor de los casos (o siendo generosos con la idea), se inspiró en su cadencia, su rítmica y su lírica de corazón roto.
Entonces, en medio de tanto clon genérico, qué mejor que oír el sonido “calamaresco” en boca y manos de su propio creador.
En este sentido, Cargar la suerte, su más reciente disco, suena a Calamaro, y esa es una gran noticia. Baladas pegadizas y antojadizas, riffs filosos y una rima (hasta de la que él se jacta en track 5) que lleva el auténtico ADN de uno de los grandes autores del país.
Es que la “lengua popular” de Andrés Calamaro propone un disco repleto de verdades afiladas para los corazones olvidados de siempre.
“Si no existo a tu lado ya no existo”, arriesga el cantautor en los primeros párrafos de este disco, y ese manual de verdades dolorosas nuevamente estará ahí para ser oído por quien quiera. Hay máximas propias, y referencias precisas a otros grandes: Cuarteles de invierno titula a lo Osvaldo Soriano o “Navegar es preciso”, suplica a lo Fernando Pessoa.
Cargar la suerte, además de una expresión taurina, es un disco de rock tradicional, un trabajo de guitarras que sirven nobles o rabiosas a las canciones, que en esta oportunidad van de la balada a la ranchera sin mostrar sobresaltos. Una docena de temas que pasan tan rápido y afables como los 37 minutos que dura el disco.
En este disco hay canciones de amor, hay desamor, hay melancolía, hay olvido y partidas: todo lo que nos inquieta en nuestra naturaleza y todo lo que puede ofrecer la mejor cara de un compositor clásico, que es el auténtico Diego Armando de las canciones.
En contra: Calamaro y un homenaje a sí mismo
Andrés Calamaro vuelve al ruedo y trae bajo el brazo Cargar la suerte, nuevo trabajo de 12 canciones que remiten a un universo archiconocido en la constelación de su discografía.
La sorpresa no cumple un rol protagónico en esta apuesta, en la que el compositor –que supo alimentar la mística del encierro previo al parto creativo deslumbrante– dialoga con su propia tradición de comodidad, desaprovechando una excelente oportunidad para reinventarse como ha sido capaz de hacer tantas veces.
Salvo por algunas contadísimas excepciones (Las rimas podría ser una) no hay estallidos, ni estridencias: se trata de un disco que coquetea con el rock de manera correcta (casi funcional al género, sin interpelarlo) y que acaba siendo una clase magistral del correcto uso del estudio de grabación, dejando el espíritu de frescura en segundo plano.
Indudablemente es un disco a la medida de su firma, y en este sentido están presentes (a veces con demasiada frecuencia) los versos previsibles de métrica cantada, montados en su mayor parte sobre melodías que pueden hasta sonar repetitivas.
Calamaro dialoga de alguna manera con su propio personaje (que se muestra como un argentino de exportación que necesita del mate en tierras lejanas, que no necesita enemigos teniendo tantos hermanos, como reza Diego Armando Canciones), y ese guiño hoy ya no reporta los mismos beneficios para quienes buscan algo de profundidad en las letras.
Cargar la suerte transita la banquina del riesgo para quienes esperan un disco cargado de novedades: en síntesis, es un trabajo en el que no parecen haber decantado aprendizajes propios de un tercio de la vida, ideal para asumir riesgos creativos que refrescan.
Un disco para agregar a la colección color salmón, pero que seguramente no se ubicará en el anaquel de los imprescindibles.
Vos por Rodrigo Rojas