El terror, si dejamos a un lado la comedia, podría catalogarse como el género cinematográfico más complicado de ejecutar y llevar a buen puerto en lo que respecta a suscitar en el público las emociones pretendidas de un modo auténtico y visceral; siendo una de las herramientas más óptimas para alcanzar tan noble objetivo es el juego con las expectativas.
La sábana que oculta algo y cae progresivamente, la puerta que chirría a espaldas de un personaje, el reflejo de un arma blanca acercándose poco a poco a su víctima… Todos estos, recursos habituales, se revelan como plenamente efectivos únicamente cuando rompen por completo la anticipación del espectador; dejándole desnudo ante el horror y angustiado frente a lo impredecible.
La ruptura de las expectativas es la única vía posible para gestar una gran cinta de terror, y lo primero que hace Ari Aster en la maravillosa ‘Midsommar’ es bañar su turbio metraje con la perpetua luz del Sol nórdico, huyendo de la oscuridad que se suele asociar al género. A partir de ahí, el autor de ‘Hereditary’ desata un hipnótico infierno de 140 perfectos minutos que penetra en el fondo del inconsciente mientras te sume en un delicioso desconcierto del que es imposible escapar.
La obra de un AUTOR en mayúsculas
[embedded content]
Hablar de ‘Midsommar’ es hacerlo del asombroso refinamiento formal y narrativo de un cineasta que firmó su debut, aunque cueste creerlo, hace tan sólo un año. Un ejercicio en el que la casi obsesiva perfección y el gusto por el detalle en lo que respecta a lo visual va más allá del efectismo y del ejercicio de estilo, sirviendo su brillante diseño de producción como un soporte necesario para edificar sus sugestivas y densas lecturas.
Como si de una catarsis compartida entre director y protagonista se tratase —está escrita tras una ruptura amorosa del propio Aster—, la película comparte la misma carga temática de ‘Hereditary’, explorando con acierto y desasosiego conceptos tan variados como el infierno que puede suponer la vida en pareja o la necesidad de pertenencia a un grupo o núcleo familiar; elementos presentados como algunas de las mayores debilidades del ser humano.
Pero, como apuntaba anteriormente, si este absorbente y, por momentos, engolado viaje trasciende a su condición de cinta de terror sofisticado e inaccesible para todo tipo de público, es gracias al modo en que hace malabares con las expectativas para regar el metraje con una infinidad de sorpresas que afectan a los factores más insospechados.
Y es que, tras quedarse clavado en la butaca durante sus primeros compases, pocos —por no decir nadie— podrían esperar que, entre su aparente contención, su alma de drama introspectivo de terror y su ultraestilizada forma, ‘Midsommar’ encerrase una esencia cafre y desmadrada, con cierto poso de comedia negra como el carbón, que no teme en reencauzar sus referentes el folk horror de ‘El hombre de mimbre’ a ‘La matanza de Texas’ e, incluso, al slasher arquetípico y desenfadado de los años 90.
Mas allá de guiños más o menos obvios, la narrativa del filme y el diseño de sus personajes son un buen ejemplo de esto. No cuesta identificar en el peculiar grupo de protagónicos a la final girl, al colega graciosete, al intelectual o al tipejo odioso de turno que, en cualquier otro escenario, irían cayendo a manos de un asesino enmascarado y que en esta ocasión deben enfrentarse a los peligros de una peculiar comunidad nórdica.
El modo en que evoluciona la historia resulta igualmente chocante. El director opta por hacer de la cocción a fuego lento y la sobriedad los leitmotivs del largometraje, caldeando el ambiente e invitando a esperar que la olla a presión en la que se convierte la atmósfera termine explotando en cualquier momento. Pero Aster se niega a satisfacer nuestros instintos primarios, limitándose a salpicar puntualmente el metraje con instantáneas de una brutal violencia para, después, regresar al ritmo habitual y al uso del fuera de campo. Nunca deja que ‘Midsommar’ se desate del todo, y eso, en conjunto, es tan enervante como inteligente.
Es sumamente complicado intentar catalogar a ‘Midsommar’ de un modo que haga justicia a su excepcional riqueza y su dualidad. Es mucho más sencilla de lo que aparenta y encierra a su vez una complejidad que daría para horas de análisis. Transpira un aroma a broma de un exquisito mal gusto que se entremezcla con una trascendencia con la que esas películas que se esfuerzan desesperadamente por destacar entre sus congéneres tan sólo pueden soñar.
Por eso es mejor liberarse de odiosas etiquetas y limitarse a reivindicar ‘Midsommar’ como uno de los filmes de terror más relevantes que nos va a dejar esta década, firmado por un AUTOR —en mayúsculas— tan único y sobresaliente como su atípica y, por el momento, breve filmografía.