Mauro Viale, el hombre que creó un género televisivo, polémico y único

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Mauro Viale impuso un estilo personal al talk show. Ámelo o déjelo.

Mauro Viale impuso un estilo personal al talk show. Ámelo o déjelo.

Durante el anochecer del 10 de marzo, el contagio de Covid-19 del periodista  Mauro Viale no tuvo un gran impacto en la prensa, ya que ese viernes había compartido semejante desgracia con otros 20.130 argentinos. El domingo, en cambio, la noticia de su muerte se desplomó sobre el espíritu público con el mismo peso que una roca gigantesca en el océano.

Previamente, la internación de Víctor Hugo Morales –la otra voz, junto a la suya, que relataba desde el Estadio Azteca los goles de Diego Maradona a los ingleses, en 1986– le dio mala espina. Y la de Horacio Cabak –su colega de Polémica en el bar– lo convenció de que las balas picaban cerca.

Aún así, el final de aquel hombre contiene una paradoja, puesto que su modo de informar acerca de la pandemia –así como después resaltarían los obituarios– fue “un importante aporte a la prevención”, al punto de propiciar un efecto póstumo: el uso del barbijo ante las cámaras televisivas. Un detalle que tal vez fuera para él más increíble que su propio fallecimiento.

Pero su legado en el campo de la llamada “sociedad del espectáculo”, donde las tragedias de la realidad se transforman en una representación casi teatral, es más complejo y trascendente.

He aquí la historia que lo condujo hacia ese territorio.

Modelo para armar

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Mauro y Guillote, 15 años después

Transcurrían los primeros minutos del 9 de octubre de 1996 cuando una patota policial ingresaba a un piso de 400 metros cuadrados –con gimnasio, sauna, cama solar y un comedor para 15 personas– en la décima planta del edificio de la Avenida del Libertador 3540. Los intrusos parecían enardecidos.

El propietario del inmueble, quien no se encontraba allí, tenía una veta muy tierna: coleccionaba ositos de peluche. Los policías primero destriparon uno blanco, y nada. Luego, otro negro con la camiseta de Boca; el resultado también fue negativo. Los ositos estaban “limpios”.

Cuatro horas después continuaban sacudiendo sin éxito cada rincón del departamento. Pero, de pronto, como en una ficción ideada por un autor poco imaginativo, se detuvieron ante un jarrón de pie.

La siguiente escena tuvo lugar en la vereda, junto al portón vidriado del edificio, cuando el juez federal de Dolores, Hernán Bernasconi, fue rodeado por un tumulto de cámaras y micrófonos.

–Hemos secuestrado medio kilo de cocaína, aproximadamente –fueron sus primeras palabras. Sonreía de oreja a oreja.

Entonces se refirió a una organización de narcotraficantes con posibles conexiones internacionales, vinculada a Guillermo Coppola, el representante de Maradona. A los movileros se les hacía agua en la boca.

Mientras tanto, entre los “Serpicos” que pululaban en el hall, llamaba la atención un tipo regordete, con barba en candado y cabello lacio con raya al medio. Tenía las pupilas dilatadas y lucía atrapado en un inocultable estado de euforia. Hablaba a los gritos por un celular. Gesticulaba. Así salió en todos los canales de TV. Se trataba del oficial Daniel Diamante. Ese tipo y el cabo primero Antonio Gerase –también allí presente– eran los sabuesos predilectos del magistrado.

Las imágenes grabadas del allanamiento empezaron a difundirse en los noticieros cuando aquel miércoles aún no terminaba de clarear.

Diego Maradona siempre tuvo un especial cariño por Mauro.

Diego Maradona siempre tuvo un especial cariño por Mauro.

Mauricio Goldfarb –tal era el verdadero nombre de Mauro Viale– quedó hechizado por lo que veía desde el televisor de su hogar, mientras desayunaba.

¿Cuál habría sido entonces su percepción del caso?

Desde la pantalla, el juez seguía dándose dique por su hazaña, mientras Diamante daba vueltas en el hall. En ese instante sonó el celular de Viale; desde el otro lado de la línea un productor de informó que Coppola se acababa de entregar.  Entonces partió con premura hacia ATC, donde conducía su programa, «Mediodía con Mauro».

Unas horas después, flanqueado por Diamante y Gerase en la puerta del juzgado federal de Dolores, Bernasconi anunció que la indagatoria a Coppola había concluido. Y que éste sería alojado en el penal de esa ciudad.

Lo cierto es que el juez acariciaba un sueño: convertirse en titular de la Secretaría de Seguridad de la provincia (una dependencia que aún no poseía rango ministerial). Su estrategia para satisfacer tal anhelo consistía en desatar una guerra purificadora contra ricos y famosos.

Así, junto a sus dos dilectos agentes del orden, supo transformarse en el artífice del escándalo policíaco-judicial más estrambótico de los ’90. 

Para emboscar a Coppola, ya había arrastrado hacia las mazmorras del Código Penal –siempre en base a evidencias antojadizas y/o fraguadas– a otras alegres almas de aquella época; a saber: el ex futbolista Alberto Tarantini; el relacionista público de la noche porteña, Héctor “Yayo” Cozza; el productor de espectáculos, Claudio Coppola (sin ningún parentesco con “Guillote”) y el manager de bandas rockeras, Tomás Simonelli, además de Gabriel Esposito, cuyo único ocupación era ser cuñado de Maradona.

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Las chicas del Caso Coppola

También saltaron entonces a la luz las testigos de identidad reservada, Samantha Farjat y Julieta La Valle. Debidamente extorsionadas por Diamante y Gerase, ellas habían oficiado de forzadas informantes. Otra figura del elenco femenino del caso fue Natalia Denegri –apresada junto a Tarantini–. Tampoco fue ajena al asunto Fernanda Villar, quien se ufanaba de haber sido la novia “oficial” del ya asesinado “Rey de la Noche”, Leopoldo “Poli” Armentano.

Ya se sabe que, en el aspecto estrictamente procesal, el lote de arrestados recuperó la libertad en forma escalonada. Y Coppola, en particular, luego de permanecer tras las rejas durante 97 días. Todos terminaron absueltos. Ocurre que la causa se había derrumbado estrepitosamente.

Bernasconi puso entonces los pies en polvorosa (sería extraditado desde Rio de Janeiro en 2000). Pero Diamante y Gerase terminaron presos.

Cuando una citación judicial lo llevó a Tribunales para declarar, Gerase gritó su verdad:

–¡Soy inocente! ¡Soy completamente inocente!

Un movilero, también a los gritos, le preguntó:

–¿Diamante también es inocente?

Imperturbable, Gerase lo miró, y dijo:

–¡Por supuesto! Ese es más inocente que yo.

Desde el inicio de esta historia, habían transcurrido 13 semanas. Aquel lapso le bastó a Mauro Viale para crear un género televisivo.

El gran invento

Viale, mediando entre Samantha Farjat y Fernanda Villar.

Viale, mediando entre Samantha Farjat y Fernanda Villar.

Cuando Coppola atravesaba su temporada en el infierno, Mauro Viale tenía 49 años y un pasado en el periodismo deportivo, con tránsito en todos sus roles: desde notero de cancha hasta relator, pasando por panelista de «Polémica en el Fútbol».

En 1989 incursionó en otros rubros del oficio; primero, en el noticiero de ATC y, después, en el magazine mañanero de esa emisora. También allí, en agosto de 1996, nació «Mediodía con Mauro». 

El tipo ya tenía un estilo único, polémico pero, a la vez, cálido, y con pasos muy cautelosos en la cornisa de la ética. Pero exactamente al mes del debut de dicho programa, el destino –con el auspicio involuntario del doctor Bernasconi– lo puso ante la gran aventura de su existencia: la construcción de un formato entre sensacionalista y algo bizarro, aunque rico en matices y con momentos de impensada profundidad. Un sitio donde podía suceder cualquier cosa. Era algo más que la información convertida en show.

En el aspecto fáctico, de un día para el otro el estudio 3 de aquel canal empezó a ser frecuentado por las protagonistas del caso policial que mantenía en vilo al país, las “chicas Coppola”, junto a los varones del expediente, una extravagante barrita de playboys en desgracia, quienes caían allí a medida en que la Cámara de Apelaciones los sacaba de la cárcel.

Diego y Coppola volvieron a reunirse en los últimos años.

Diego y Coppola volvieron a reunirse en los últimos años.

También acudían en manada sus abogados, siempre de traje, menos el penalista Carlos Rey, quien deslumbraba con sus camisas de colores chillones.

El programa fue, asimismo, el espacio propicio para el lanzamiento de otras pintorescas personalidades, como el ahora célebre Jacobo Winograd y el controvertido Oscar Demelli, quien solía jactarse de haber sido La Momia, de «Titanes en el ring». Esto último, por cierto, generó un momento muy tenso, al irrumpir, estando el programa en el aire, otros ex luchadores del ciclo creado por Martín Karadagián –entre ellos, “el Ancho” Rubén Peucelle– para acusarlo de impostor, en una escena que casi llega al pugilato.

Claro que la gran singularidad de «Mediodía con Mauro» eran los gritos, los insultos, las pibas tirándose de las mechas, mientras rodaban por el suelo, ante el –presunto– azoro de Viale.

Se dice que la producción les pagaba a las integrantes más taquilleras de esa troupe entre 100 y 500 pesos por programa (bajo el uno a uno). Y que para garantizar su exclusividad, las tenía alojadas en un hotel de cinco estrellas.

El producto televisivo inventado por Mauro fue varias cosas a la vez: un laboratorio social y una terapia de grupo, cuyo mérito estuvo depositado en la variedad de sus pacientes. Pero sobre todo fue la extensión inequívocamente surrealista de una trama policial.

Cuesta creer que Mauro ya no esté entre nosotros.

El 10 de marzo pasado llamó por teléfono a quien esto escribe para salir al aire en su programa de radio Colonia. Resultó notable que la entrevista fuera en realidad como una charla de café entre dos amigos.

En un momento, con tono confesional, Mauro tocó el tema de la ética, y sus palabras fueron:

“Somos de todo un poco. Pero calamidad no hice ninguna. Porque tengo un freno. Hay un freno moral impuesto por la cultura paisana. ¿Yo que sé? hasta acá llegamos… esto no se hace. Y no lo hice nunca. No te olvides que en mi familia son todos psicoanalistas, y de ese origen… todos judíos. Por eso entendemos que hay un freno. Ese freno viene solo. Porque es una imposición cultural. Yo no sé si la vida es así”.

Ninguno de los dos imaginó entonces que aquella había sido nuestra despedida.

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La última charla entre Mauro Viale y el autor de esta nota