A rey muerto, rey puesto
Cuenta la leyenda que la sentencia proviene de Felipe V, El Animoso. Durante la Guerra de Sucesión Española, en los primeros años del siglo XVIII… Felipe quiso luchar y sus soldados le recriminaron que no debía arriesgar su vida siendo el rey, temían que el monarca pudiera sufrir algún percance por el intenso fuego enemigo.
Uno de sus hombres le rogó que se pusiera a cubierto: “Majestad, soldados hay miles, y rey no hay más que uno”. ¿Qué respondió el primer Borbón español? “Si el rey muere, otro habrá. A rey muerto, rey puesto”…
Parece que Felipe caía en grandes pozos de melancolía en épocas de paz, la guerra le daba ánimos… De ahí nació su apelativo de “El Animoso”… Melancólico y todo, el hombre se las arregló para “monarquear” el país durante 45 años…
Claro, en su origen el refrán expresaba la continuidad dinástica de los reyes, pero el tiempo, casi siempre sabio, lo tornó útil para recordarnos que nadie es irreemplazable, sea quien sea, haga lo que haga…
Atenti aquellos que, por tener grandes responsabilidades, laborales o de cualquier tipo, creen que su figura es vital para la supervivencia de la empresa en la que está inmerso… ¡Nooo, nada que ver! ¡Fue lindo mientras duró, chau, fuiste, que pase el que sigue!…
Los españoles asimilaron de entrada que el refrán “A rey muerto, rey puesto” también les cabía a los plebeyos; pero, atentos a su identificación con el sentido trágico de la vida, le agregaban estos derivados: “El muerto, al hoyo, y el vivo, al bollo” “Al vivo, la hogaza, al muerto, la mortaja”…
Quizá, dando a entender que la muerte es tan inevitable como reemplazables somos todos los vivos…