A menudo, los gritos no son vistos como una forma de violencia hacia el niño. Casi todos los padres han gritado alguna vez a sus hijos y muchos lo hacen de forma habitual, pero debemos saber que gritar a los niños daña su autoestima y por eso, evitar hacerlo.
Como padres, que queremos sembrar en nuestros hijos una personalidad sólida, deberíamos tener más autocontrol antes de levantarles la voz porque gritándoles les estamos dejando una huella psicológica irreversible que no se borra luego con un beso y un abrazo.
Los gritos son violencia
Como bien nos contaba Ramón Soler en una entrevista que nos concedió para el blog, los «Gritos, amenazas y chantajes son violencia psicológica», son manifestaciones de maltrato, aunque nos cueste verlo.
Los adultos somos nosotros, y somos los padres quienes tenemos que encontrar y poner en práctica las herramientas para no perder el control, saber controlar la ira y no explotar cuando las situaciones parezca que nos superan.
Porque es lógico, todos somos padres y vivimos cotidianamente con los hijos situaciones que nos ponen al borde del abismo. En segundos somos capaces de convertirnos en monstruos temerarios. La pregunta que tenemos que hacernos es ¿queremos que nuestros hijos nos vean así? ¿Queremos ser monstruos temerarios o padres comprensivos?
Lo peor es que el grito no tiene vuelta atrás. Por más que luego les pidamos perdón por haber perdido los nervios y les demostremos cariño, el daño ya está hecho y nada puede remediarlo.
Está comprobado científicamente
Muchas veces se piensa «si total por un par de gritos, qué le va a pasar», pero está comprobado científicamente los efectos que tienen los gritos en la infancia sobre los niños.
La Universidad de Pittsburgh y la Universidad de Michigan han colaborado en un estudio conjunto, publicado por la revista Child Development, en el que han hecho un seguimiento del comportamiento de casi mil familias compuestas por padre, madre e hijos de entre l3 y 14 años.
El 45% de las madres y el 42% de los padres admitieron haber gritado y en algún caso insultado a sus hijos. Los investigadores comprobaron los efectos de esa violencia verbal sobre los niños y encontraron que habían desarrollado diversos problemas de conducta en el año sucesivo comparado con los niños que no habían recibido gritos.
Los problemas van desde discusiones con compañeros, dificultades en el rendimiento escolar, mentiras a los padres, peleas en el colegio, robos en tiendas y síntomas de tristeza repentina y depresión.
Los efectos de los gritos
Todos esos problemas de conducta surgen a raíz de que los gritos van minando poco a poco su autoestima y su autoconfianza. Ni hablar si además se utilizan insultos como «inútil» o «vago».
El niño acaba creyéndose que es un inútil o un vago, o incluso etiquetas más light que les solemos poner como torpe, tonto, etc.
Los gritos no dejan secuelas físicas, pero sí psicológicas y emocionales. Crecer con un patrón familiar donde los gritos son moneda corriente les hace inseguros, retraídos y acaban creyendo que es la única manera de hacerse valer, sometiendo a otro a gritos.
Evitar los gritos es posible
Nadie dice que sea fácil, especialmente cuando hemos sido educados en una casa con gritos y cuando por norma comenzamos a hacerlo también con nuestros propios hijos.
Pero nunca es tarde para modificar conductas que reconocemos que son dañinas para nuestros hijos. Los queremos y queremos lo mejor para ellos.
En momentos en los que nos sentimos desbordados, en los que sentimos que estamos a punto de perder el control y la ira se apodera de nosotros, debemos detenernos antes de que el volcán explote.
En primer lugar, hay que reconocer la ira para poder frenarla y controlarla. Luego descargar nuestra frustración de otra forma que no sea a través de los gritos hacia nuestros hijos.
Lo importante es saber que se puede educar a los hijos de otra forma, porque gritar a los niños daña su autoestima, dejando una huella imborrable en ellos en una etapa de la vida en la que están construyendo su personalidad.
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