Un análisis sesudo y racional de lo que pasó con los jóvenes en Buenos Aires. ¿Tiembla Estados Unidos? También, la milagrosa cura de Messi en la oscura mirada del nefasto personaje de cada lunes.
Por fin se terminaron los Juegos de la Juventud, un par de semanas insoportables en el que el pasquín naranja llenó páginas y páginas con actividades que no le importaban a nadie. Está bien que los hayan llamado “juegos”: de ninguna manera eso puede considerarse deporte. Con algunos ejemplos basta: si el handball masculino no le interesa a nadie, imaginate quién puede quedarse mirando el ¡beach handball femenino! Los que llenaron las tribunas eran parientes de las pibas o directamente babosos que fueron a ver a las chicas entangadas. La convocatoria popular, esas tribunas desbordantes, no prueban nada ni son reflejo de interés: acá, con tal de cazar algo gratis, son capaces de quedarse escuchando cumbia o alguna de esos atentados al oído que se promocionan como espectáculos callejeros en la rambla de La Infeliz con 3 grados bajo cero en pleno verano.
La prueba más contundente de que los Juegos no existieron es la posición de Estados Unidos en el medallero: no figuró, no mandaron a nadie. Llegaban a mandar a cuatro morochos de los que juegan a cualquier cosa en los playgrounds yanquis y ganaban todo. ¿O ahora van a creer que somos la potencia deportiva del futuro por 11 medallas chotas? ¿Que fueron 32? Las de oro (enchapado o ni eso) fueron 11, las otras fueron de plata o bronce. ¡Lo único que nos falta el celebrar a los que salen segundos o terceros! Por favor, eduquémoslos dechicos a ganar y dejémonos de boludeces.
El Contra de la fecha