«Volver a empezar sin elegirlo», la «culpa por poder comer» y la tristeza por estar alejados de su familia son algunos de los puntos que conectan las historias de refugiados que viven en la Argentina y que forman parte de los más de 110 millones de personas que están en situación de desplazamiento o de exilio forzado como resultado de conflictos armados, persecuciones o violaciones de los derechos humanos alrededor del mundo.
«Me cuesta decir que salí por razones políticas», contó a Télam Lía Valeri, una diseñadora industrial venezolana de 53 años, sentada en uno de los pocos bancos con sol dentro del predio de la exESMA, donde participó en un programa de radio patrocinado por la agencia de la ONU para refugiados (Acnur) que se estrenará el martes por YouTube, en el marco del Día Mundial del Refugiado.
Lía tiene el corazón partido entre Venezuela y Argentina, a donde llegó en avión junto a sus dos hijos en 2006, cuando el registro de venezolanos en el país no superaba los 600. Ahora estima que son más de 220.000.
«El padre de mis hijos trabajaba para la industria petrolera, hasta que en 2002 hubo un paro nacional. Los que se sumaron y los que habían votado contra (Hugo) Chávez entraron a una lista. Fuimos tildados de golpistas. No podíamos salir de casa después de las 18, no teníamos acceso a nada. Tuvimos que irnos con todo el dolor de nuestra alma«, continuó, con visible emoción.
El paro por tiempo indeterminado de 2002, decretado por la patronal Fedecámaras y por la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), ambas opositoras al chavismo, interrumpió la actividad hidrocarburífera (principal ingreso del país) y el funcionamiento de la petrolera estatal Pdvsa, y se extendió desde el 2 de diciembre de 2002 hasta febrero de 2003.
El paro se produjo meses después del golpe de Estado de abril de 2002 que derrocó por dos días al entonces presidente, Hugo Chávez, hasta que retomó el Ejecutivo el 14 de abril, tras una previa reasunción de quien era su vicepresidente, Diosdado Cabello.
Actualmente, Venezuela atraviesa la segunda crisis de desplazamiento externo de mayor magnitud a nivel mundial. Más de 7 millones de personas abandonaron el país y 6 millones de ellos fueron acogidos en naciones latinoamericanas.
«Una cosa es planificar irse a otro país, pero yo tuve que salir con un niño en cada mano y despedirme de mi familia, de la tierra que amaba. Mi mamá no iba a ver crecer a sus nietos. Tenía que empezar de nuevo mi carrera. Se vive más tranquilo, pero siempre queda esa tristeza y la angustia de la incertidumbre», resumió la impulsora de la Fundación para la Integración Cultural de Migrantes y Refugiados (FICU).
Sus más de 15 años de trabajos en organizaciones que prestan asistencia a refugiados la llevaron a notar que un sentimiento que acompaña a la mayoría es el cargo de conciencia.
«No sientan culpa porque están tranquilos, porque pueden ir al supermercado, tener leche y comer; no sientan culpa, que ya es suficiente dolor estar lejos», aseguró.
«No sientan culpa porque están tranquilos, porque pueden ir al supermercado, tener leche y comer; no sientan culpa, que ya es suficiente dolor estar lejos»Lía Valeri
Como ella, más de 1 de cada 74 personas a nivel mundial permanecen desplazadas por la fuerza y casi el 90% se encuentra en países de renta baja y media. De finales de 2021 a finales de 2022 la cifra creció en 19 millones, lo que equivale a poblaciones de Ecuador, Países Bajos o Somalía, llegando a 108 millones.
Además de la guerra en Ucrania y la estampida de refugiados de Afganistán, este año con el estallido de la guerra en Sudán el número de refugiados superó la barrera de los 110 millones y las proyecciones no muestran retrocesos en las tendencias, según el último informe del Acnur.
Muchos venezolanos, a diferencia de Lía, huyen hacia la fronteriza Colombia, uno de los países que más refugiados acoge en América Latina, con 2,5 millones, pero Mauricio Viloria debió hacer el camino inverso.
Es licenciado en Ciencias Sociales, tiene 48 años y, tras una larga travesía, llegó desde Colombia a Argentina en 2008. Previo a su exilio, se desempeñaba como investigador y profesor universitario en cátedras vinculadas al desplazamiento forzado interno y protección internacional.
«Mi compañera y yo sufrimos persecución política en la época del uribismo. Pasamos de ver el fenómeno como objeto de estudio a ser protagonistas de la distancia entre la teoría y la práctica», se presentó.
Entre 2000 y 2012, unas 400.000 personas fueron obligadas a desplazarse fuera del país por los conflictos internos entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC. Actualmente, la cifra asciende a 31.281.
A diferencia de Lía, Mauricio y su pareja debieron cruzar por tierra y sortear varios controles policiales. Primero fueron a Venezuela pensando que podrían volver a Colombia en el corto plazo, pero la conflictividad ya había atravesado las fronteras.
«Las respuestas de protección no eran de protección. Cuando vimos que la situación se iba a prolongar, familiares que tenemos en Argentina empezaron a indagar con Madres de Plaza de Mayo qué opciones había. No habíamos planeado el viaje, no teníamos pasaportes y si no podíamos cruzar con nuestros documentos, no había manera de llegar. Ahí es donde quedan esas categorías difusas», reflexionó.
«En Venezuela había un control riguroso migratorio, pero también había mucha corrupción y, si te identificaban, la gente daba lo que tenía para poder continuar. Así cruzamos a Brasil y una semana y media después llegamos a Argentina», recordó Mauricio, que aún mantiene el estatus de refugiado político a modo testimonial.
Una vez en Argentina, continuaron trabajando sobre casos de desapariciones en Colombia desde la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad con la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por desaparecidas.
«De alguna manera el exilio es eso, busca justamente alejarte de las cosas que hacés, de las cosas que creés, de las cosas que querés. Esta fue una forma de resistir al exilio. Encontrar la inclusión también por la vía de la solidaridad e intereses comunes frente a la historia de la región», expresó.
Coincidió con Lía en que «es como volver a empezar sin elegirlo».
«Cuando la gente migra, tiene una expectativa a futuro. A nosotros nos mantuvo la adrenalina hasta llegar acá. Después nos cayó la ficha de la distancia, de que tu historia se borra. Lo que no podés probar con papeles, no existe. Curiosamente, el retorno es un poco volver a eso, aunque volvés al lugar del que partiste, ha pasado mucho tiempo», precisó.
Cuando la gente migra, tiene una expectativa a futuro. A nosotros nos mantuvo la adrenalina hasta llegar acá. Después nos cayó la ficha de la distancia, de que tu historia se borraMauricio Viloria
Del total de refugiados, 6,5 millones proceden de Siria, que encabeza la lista, y aunque a primera vista las culturas argentina y siria parecen muy distintas, para Okba Aziza, «comparten muchas cosas a nivel humano».
Él tiene 36 años, es licenciado en lengua y literatura inglesa y llegó a Argentina en 2017 en el marco de un programa de visa humanitaria, cinco años después de realizar una maestría en la enseñanza del inglés en Inglaterra.
Su infancia transcurrió en Latakia, la principal ciudad portuaria siria, que indirectamente padece las consecuencias de la guerra y la violencia interna.
«De un día a otro -profundizó- la población se duplicó y encontré cada día menos posibilidades de seguir con mi plan de vida. Fue como una migración elegida y forzada al mismo tiempo, porque desde mi infancia tuve presente a Argentina en la literatura del atlas», apuntó.
Fue como una migración elegida y forzada al mismo tiempo, porque desde mi infancia tuve presente a Argentina en la literatura del atlasOkba Aziza
No obstante, destacó: «Mis primeros meses en Argentina no fueron muy sencillos. Ahora estoy muy integrado profesionalmente, y tengo amigos y familia. Tuve que aprender a mantener el vínculo familiar con calidad, pero de manera distinta, aunque siempre un poco la nostalgia sale».