«Cajas chinas» que se van desenvolviendo en tiempos de pandemia

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"Cajas chinas"

«Cajas chinas»

Una fuerte impronta feminista se va descubriendo a medida que avanza «Cajas chinas», un «thriller» teatral online de Kris Niklison, que ubica a sus seis personajes en mutua comunicación a través de la plataforma Zoom y que se puede ver los jueves a las 22 previa compra de entradas en ticketek.com.ar.

«Cajas chinas» comienza con la misma palabra que «Ubú rey», de Alfred Jarry, aunque sin intención de escandalizar, revolucionar el lenguaje ni nada por el estilo, sino para marcar la impericia de Daniel Aráoz frente al fenómeno cibernético, única herramienta empleada por varios artistas argentinos para enfrentar la pandemia del coronavirus y no morir en el intento.

El experimento tiene la particularidad de emitirse en vivo, por lo que cada función puede diferir de las otras, en tanto Aráoz y Roly Serrano interpretan a dos malandras con prisión domiciliaria y tobilleras electrónicas, condenados por un asalto a un hombre adinerado, propiciado por su esposa vengativa (Romina Gaetani).

El problema es que ha desaparecido de una cuenta bancaria la cuantiosa suma que habían obtenido en el atraco y con la que pensaban solucionar sus problemas económicos de por vida. Por más que se conocen de hace años –posiblemente de la cárcel- y manifiestan una familiaridad recurrente, la desconfianza hace su aparición.

Ambos son pájaros de cuenta y conocen sus antecedentes, en tanto los achaques de los años irrumpen en la acción: el personaje de Aráoz vive torturado por sus dolorosas hemorroides y el de Serrano comienza a mostrar partes monstruosas de su personalidad, con dosis de sadismo latente.

El inconveniente hace que se comuniquen con un «hacker» (Ivo Müller), experto en ingresar a cuentas ajenas, verificarlas o modificarlas, pero la búsqueda no termina allí sino que abarca también a la mujer vengativa, un personaje hiperkinético que soporta la cuarentena bailando con su perra o practicando ejercicios de jiu-jitsu.

Según el hacker, la cuenta fue derivada a una guarida fiscal en Singapur y el primer intento de comunicación con una ejecutiva china (Sang Min Lee) se corre hacia un sitio porno en la que una prostituta oriental (también Sang Min Lee) practica acrobacias sexuales con un zapallo anco, en uno de los desvíos más divertidos del asunto.

Otro de los inconvenientes de la gavilla es la dificultad idiomática –en la que Aráoz y Serrano quedan afuera- y en la que el brasileño Müller trata de solucionar desde su cubículo electrónico, mientras una abogada de temer (Kris Niklison) incurre en trapisondas legales y les asegura a los procesados una pronta liberación siempre y cuando le reserven una tajada considerable del dinero mal habido.

Kris Niklison

Kris Niklison

Solo sobre el final se conocerá el verdadero y ocurrente significado del título, «Cajas chinas».

Ese es el argumento de lo que se ve por la plataforma, que pese a la presencia real de los intérpretes frente a sus camaritas, tiene todos los inconvenientes típicos de estos emprendimientos de emergencia: diferencias de iluminación, «barridos» en los movimientos, tildes inesperados en las imágenes, ruptura de la simultaneidad entre las palabras y el movimiento de labios.

Todo eso no es una sorpresa para Niklison -guionista, actriz y productora del envío- sino elementos que resignifican lo que se ve en pantalla: sus condenados con tobillera confunden lo virtual con el mundo real y amenazan con fuertes castigos a sus contertulios, sin saber siquiera dónde está cada uno, toda una ventaja para los otros.

Son, en última instancia, viejos habitantes de los calabozos –como sus criaturas de «Puerta 7» o «El marginal»-, en el fondo melancólicos, tangueros y vencidos de antemano, con costumbres que ignoran las nuevas formas de comunicarse y, sobre todo, el anonimato que aseguran las redes.

Por lo que se dice hay tres en Buenos Aires, una en San Pablo, Brasil, y otro en Los Ángeles, California, pero la simultaneidad de acciones les hace perder esa perspectiva y les inventa una realidad que no es tal aunque lo parezca; incluso el «público asistente» puede entrar en la confusión, del mismo modo que tras el final los intérpretes lamentan no escuchar los aplausos.

Hay también diferencias en las tomas de cada personaje –de hecho, la única cámara que se mueve y muestra distintas partes de su departamento es la de Gaetani-, pero ya se sabe que el asunto es natural en un subgénero nacido con la pandemia y la cuarentena como recurso para no entumecerse y de paso recaudar.

Con asistencia de dirección y producción ejecutiva que corren a cargo del sospechoso nombre de Mi Chan Tchung, el asunto es de responsabilidad casi total de Kris Niklison, una porteña que estudió teatro en la Argentina, fundó su propia compañía y dio clases en The National Ballet Academy de Amsterdam y, estando en Hamburgo, formó parte del Cirque du Soleil.

Además del teatro y la danza aérea se ocupó del cine y el video y en 2006 rodó el documental «Diletante» sobre una anciana bastante excéntrica, que no por casualidad era su madre, y que le valió premios en los festivales de Mar del Plata, Cartagena y otros.

Según sus palabras, «si algo caracterizó siempre mi trabajo fue la curiosidad; en los 80 fui pionera al llevar video y circo a los teatros europeos y, ahora, la situación mundial y mi background ecléctico me llevaron a imaginar este híbrido, ya que la dificultad, es, fue y será la gran aliada del artista».