Cualquiera que practique deporte, de forma amateur o profesional, sea el que sea, puede dar fe de lo que significa sentir una situación de final. Las horas previas, los sueños, las presiones, los miedos, el convivir con la gloria o Devoto en muchos casos. Son siempre especiales, independientemente de cómo se haya llegado hasta ahí. Nadie piensa, al competir, en cómo se llegó hasta ahí, en si el rival es mejor, sino en la fantasía de ser campeón y de levantar el trofeo.
Lo más importante, en este caso para Boca, es que otra vez vivirá un partido decisivo. Y que se lo ganó en buena ley. No se trata de esconder la basura debajo de la alfombra ni de engañar. Lo más meritorio es que sin un estilo ni identidad definidas como River, el mismo Talleres, Defensa y Justicia o Vélez, aun así se las ingenió para llegar hasta esta definición.
A diferencia de esos equipos, se sobrepuso a tormentas propias, con responsabilidades de todo tipo: Riquelme y su Consejo, DTs y jugadores indisciplinados y en bajísimo nivel. La traumática salida de Russo, el microgate, las declaraciones poco felices de Battaglia, los intoxicados… y el pobrísimo 1-1 con Arsenal. Así y todo, sacó a River sin patear al arco en los 90’, luego merecidamente en penales a Patronato y 1-0 a Argentinos.
En un 2021 movidísimo, además lo estafaron contra el Mineiro, aunque las reacciones posteriores son indefendibles, por eso hubo fuertes sanciones y tuvo que arrancar el torneo con pibes. Estaba lejos de la tabla anual de la Libertadores, pero pese a todo fue mejor que varios otros y ya está adentro.
Más allá de su pálida imagen, de la sensación de no-equipo y de que hay demasiado por hacer, Boca puede ver esta final como la gran oportunidad de cerrar con un título, así como empezó el año. Si pudo sostenerse entre tanto revuelo… Es lo más positivo que logró, de nunca haberse hundido. Y no deja de ser una virtud para al menos jugarle alguna ficha, a pesar de todo y de todos.
