El músico Marcelo «Corvata» Corvalán señaló a Télam que su nuevo grupo Arde la Sangre, que marca la vuelta de su alianza artística con Hernán «Tery» Langer, le sirvió como «un refugio artístico y un cable a tierra» para hacerle frente a una realidad marcada entonces por el comienzo de la pandemia y «sin pensar en el pasado, en la gente y en nadie más», para atravesar «el duelo» por la disolución de Carajo.
«Era como una burbuja en el tiempo que nos sirvió para hacer música y experimentar. Al año de empezar a juntarnos teníamos como diez maquetas. Y recién ahí fue para mi empezar a mirar para adelante; porque al principio no lo sabía nadie más que nuestras familias, esposas y novias. No quería apresurarme hasta sentirme seguro de poder sobrellevar el duelo de veinte años de Carajo», señaló el cantante y bajista.
A principios del 2020, se anunciaba el final para su ex grupo, y a los pocos meses, motivado por Luciano Farelli (guitarra y teclados), Corvalán comenzaba a darle forma a lo que sería su nuevo proyecto de metal y power rock bautizado luego como Arde la Sangre, que terminaría de completarse con la llegada de su ex compañero «Tery» Langer en guitarra y Nacho Benavides en batería.
Con el estreno de algunos primeros sencillos y una primera presentación en directo desde el Microestadio Malvinas Argentina -sin público y transmitida por streaming- , el grupo estaba listo para inaugurar su discografía, primero con el registro de aquel vivo con «El Comienzo» y, sobre el final de año, con «La Cura», un primer álbum que se ofrece como un relato crudo y poético, cargado de riffs de guitarras y una base sólida infalible.
Arde La Sangre | «Hijos del Dolor» (Live session)
VER VIDEO
Télam: En más de una ocasión, hablaste de que este proyecto sirvió para sanar ¿Por qué?
Marcelo Corvalán: Después de la separación de Carajo, llegó la pandemia. Y quizás lo de sanar tiene que ver con esa mezcla de sensaciones: la de perder un proyecto después de veinte años. Sin dramatizarlo, porque es un duelo, y te guste o no; y no, porque no hay nada ni malo ni bueno en eso y tampoco soy víctima de nada. Pero lo de sanar tiene que ver con algo que se termina por el que apostaste todo, y también con lo que se estaba viviendo en el mundo, con la preocupación de que le pase algo a un ser querido o a tu familia. Con este proyecto encontramos un motivo para juntarnos, experimentar y tratar de componer, aunque a la distancia la mayor parte del tiempo. En ese momento, nos dimos cuenta de que algo estaba empezando a funcionar y que era bastante orgánico, para nada forzado y que encima se estaba poniendo divertido
T: ¿El disco fue apareciendo sobre la marcha? ¿Por qué dicen que estuvo impregnado por un «espíritu adolescente»?
MC: Sí, trabajamos un poco más y en agosto, cuando los protocolos se aflojaron y pudimos tener un permiso de alquiler de sala para movernos libremente nos juntamos a empezar a tocar todos. Es que al principio era muy loco, porque me sentía como un delincuente yendo a lo del Tano (Farelli). Pensaba, «estoy infringiendo la ley, pero ¿estoy haciéndole daño a alguien?» Tenía que subsistir, componer y tocar; agarraba la bici y me iba desde Paternal hasta Florida. Toda esa adrenalina siento que está en la música, por eso siento que tiene eso de espíritu adolescente y de primera vez. Queríamos también jugar con el secreto para que haya después una sorpresa. Era una carta muy importante que teníamos que pelar. Y, en mi caso, ya con una tercera banda era como el miedo a quedar como el ex, ex o caer en comparaciones, que a veces son buenas cuando venís de un lugar exitoso. No voy a negar que sirve un montón, pero tampoco quería dormir en esos laureles, sabiendo que tenía algo más para ofrecer. El «Tano» y «Nacho» quizás le pusieron una cuota extra, que de ser «Tery» y yo solos era muy difícil para reinventarnos así porque sí y de un día para el otro.
T: ¿Pensar en esta nueva visión para la banda te abrió otras posibilidades desde la escritura, como ocurrió con «Ángel Bastardo» donde te abriste a compartir más de tu historia?
MC: Yo creo que sí, que todo el tiempo te pasa eso. Con A.N.I.M.A.L. era joven y no tenía todavía el oficio de escritor de canciones, aunque lo hacía para Andrés (Giménez), con quien estábamos tratando de reivindicar nuestra cultura aborigen. Fue como, che, acá hay algo puro que el capitalismo y el mundo moderno se está devorando. Y acá se hablaba mucho de las tribus urbanas; estaba esa división, pero nosotros nos propusimos unir a los punks, a los heavies y a los raperos que eran pocos y estaban apareciendo. A toda la corriente alternativa que venía con data fresca. Queríamos unificar eso en el mensaje y ese fue nuestro leitmotiv. Recién con Carajo fue la primera vez que empecé a escribir para mi, porque antes de eso yo no cantaba salvo dos o tres cositas. Y ahí algo cambió con eso de vivir lo que canto, que me llevó a tratar de ser un poco más correcto y no bardear por bardear; que si denunciaba o me quejaba de algo, tenía que hacerme cargo porque podía gustarle a algunos y a otros no. Para mí fue como una reinvención, tratando de encontrar y descubrir la poesía y el romanticismo. Y fue muy loco porque al principio me sentía un poco perdido, como solo en una isla. Y con Arde la Sangre, en este plan de empezar a conocernos con los chicos, empecé a contarles mi historia como hijo adoptado. La historia que me contaron mis padres adoptivos desde chiquito.
T: ¿Pudiste encontrarte con la historia completa?
MC: Ya un poco más de grande, a los veinte, a los treinta iba preguntando, tratando de hilar toda la historia y nunca pude llegar a descubrirla. Pero, ahora a punto de cumplir cincuenta años, dos años atrás, retomé esa charla con mi mamá y pude descubrir un poco más. Fue muy loco que se despertara esa necesidad de conocer mi propio origen. Hablando también con mis hijas, pude contar un poco más. Siempre en un plan sano porque, gracias a Dios, siempre me sentí en paz con mi historia, pero quise tratar de llegar lo más posible. Y ahí, en todas esas cosas, yo me iba con mucha data de nuestras charlas y por eso en el disco quedaron un montón de letras que hablan sobre encontrar nuestra identidad. Y siento que tuvimos un final feliz, porque a todos nos pasan cosas feas, a algunos más y a otros menos, pero siempre el resumen es que pudimos canalizarlo en la música, tanto por el lugar que ocupamos dentro de la escena como músicos o como fanáticos de bandas. Siempre tuvimos ese lugar, ese refugio y nos ayudó un montón. También por eso el disco se llama «La Cura», porque era el mejor resumen para este comienzo y poder reflejar un poco desde dónde nació y en qué contexto empezó el grupo.