El estreno de ‘Wonder Woman 1984’ ha creado una oleada de reacciones que van desde la efusividad al desprecio, pero con una polarización negativa propia de los peores momentos de DC, llegándola a colocar por debajo de la vapuleada ‘Escuadrón Suicida’ (2016). Es hasta cierto punto entendible el rechazo, ya que la película de Patty Jenkins no es tanto un film de superhéroes tradicional como una fantasía ingenua muy retro con algunas escenas de acción.
Es más, la serendipia de su estreno navideño, cuando estaba programada para ser uno de los blockbusters del año ha casado muy bien con su aire de film clásico de aspiraciones caprianas y espíritu de cuento de Navidad, con una variación de Charles Dickens a través de W. W. Jacobs, Steven Spielberg y el cine clásico, con una buena intención cristalina y atolondrada, propia de los viejos tebeos en los que se basa.
SPOILERS de la película en el texto
Fantasía infantil sin ironía
Es natural que la mayor parte de ‘Wonder Woman 1984’ parezca una gran gilipollez, en un tiempo de cine de superhéroes tan avanzado que los tipos con superpoderes tienen reuniones con la OTAN y se encargan de gestionar los marrones de sus batallas como si fueran funcionarios de un fondo de rescate. Pero, aparte de preferir la lógica majestuosa de ‘Los Caballeros del Zodiaco‘ (esa armadura dorada y sus guerreros-dioses) lo cierto es que es muy coherente con el espíritu de su personaje y los tebeos antiguos donde vivió su época de esplendor.
Parece como si Patty Jenkins se hubiera aferrado a los momentos más icónicos de la anterior entrega para doblar el magnetismo incomprensible de su heroína a base de saltos de diosa, y la preocupación en la captura de momentos de maravilla cada vez que Gal Gadot hace algún movimiento sobrehumano. Como si se congelara el tiempo, Wonder Woman representa una pureza ética que se trasforma en mamporros de magia y elegancia indescriptible.
Sabe bien la directora que Wonder Woman ha calado en la infancia y planta en su película numerosas interacciones de la amazona con niñas, sabiendo que sirve de cómplice para una generación creciendo con su modelo, provocando corrientes de regocijo con un simple giño o un golpe de látigo en el momento preciso. Como el pisotón de Elsa de ‘Frozen’ (2010), en medio de ‘Let It Go’, hay explosiones emocionales que los niños viven de una manera que los adultos no logramos llegar a comprender.
La cita con los 80
Quizá porque su intención es conectar con un público más joven o porque su estilo encaja con una visión del cine de superhéroes ya superada, ‘Wonder Woman 1984’ no es una película que se mueva bien en los tiempos en los que se busca que cada nueva película mueva el género hacia adelante, sin embargo, sí que ofrece algunos elementos a tener en cuenta como su disimulado cambio de tornas en cuanto a la representación de los villanos y la resolución de su destino.
Si ‘Aves de Presa’ convertía todos los personajes masculinos en malvados porque quería basar su feminismo en un espectáculo de títeres y cachiporra, ‘Wonder Woman’ arriesga cambiando la vieja metáfora de poner a un gran villano con el que satanizar todos nuestros males mandándolo a prisión y colectiviza su mal al individualismo de cada uno de nosotros, previa carga original en un pobre aspirante a Donald Trump en la etapa de los 80 que está más perdido que nadie en el film.
De hecho, Max Lord no es tanto un Lex Luthor, como se ha querido ver, que realmente era un genio malvado, y si tiene que ver con los villanos torpes, horteras y patosos de ‘Superman 3’ (1983), que es a la que se parece ‘Wonder Woman 1984’, por mucho que aspire a ser como las de Donner (la subtrama de la pérdida de poderes, el romance de la II). Lord tiene algo de Webster y Bárbara bastante del Gus Gorman de Richard Pryor, no parece casualidad que en ambos casos estén interpretados por iconos de la comedia americana de su tiempo con poco que ver con el cine de superhéroes.
Inspiraciones poco ortodoxas
Sí, hay también parte de Donner, pero hay más del Richard Lester de la segunda parte y la tres, cuya secuencia de apertura, es directamente referenciada. Por supuesto, seguro que Jenkins era consciente del año con el que bautizaba su secuela, siendo el mismo año del estreno de la divertidísima ‘Supergirl’ (1984), un delirio con más fantasía que cine de superhéroes como tal, con una bruja Faye Dunaway tan over the top como Pedro Pascal, obteniendo poderes de un objeto especial con relación al origen de la protagonista.
Otra gran parte de la trama se centra en el amor de WW con Steve Trevor, un extraño pasaje de comedia romántica de los 80 con elementos fantásticos, tipo ‘Big’ (1988) o ‘Un, dos, tres,… Splash’ (1984), ‘La rosa púrpura de El Cairo’ (1985), en las que el elemento fantástico pasa por fases de risas con el gimmick de turno –aquí el objeto romántico ha poseído un cuerpo– para acabar con un eco amargo que se mueve más sobre mimbres clásicos de romances fantasmales encantadores como ‘El fantasma y la señora Muir’ (1947) o incluso ‘Always’ (1989).
De hecho, el tropo que mueve esa trama y la del vilano sigue la lógica indicada en la misma película de ‘La pata de mono’ (1902) o la saga ‘Wishmaster’ (1997), solo que en vez de centrarse en el terror se sigue una lógica de comedia de los 80 con absurdos como esas vacas en medio de la ciudad y otros desastres que coinciden más bien con películas como ‘Como Dios’ (Bruce Almighty, 2003), en la que el caos apocalíptico de las decisiones de Jim Carrey no es muy diferente al que acaba causando Max Lord.
A Scrooge no se le aparecen fantasmas, sino las consecuencias de sus deseos
Al final, la resolución bienintencionada de ‘Wonder Woman 1984’ penetra en los motivos de Lord, que quiere dar a su hijo, Alistair, todo lo que nunca tuvo. Pero en su periplo de corrupción, que se mueve con los mismos preceptos del individualismo anarcocapitalista de la era Reagan que cualquier Gordon Gekko, no se diferencia al dibujo del viejo Ebenezer Scrooge, una operación no muy diferente a la que proponía, oh sorpresa, Richard Donner en ‘Los fantasmas atacan al jefe’ (Scrooged, 1988), otra revisión del cuento navideño con la cultura yuppie del momento representada en Bill Murray.
DC ya había hecho su versión de cine de superhéroes navideña con ‘Batman Vuelve’ (Batman Returns, 1992), en la que además de una mujer marginal que se convierte en felino había un empresario llamado Max hambriento de poder. Aunque aquí el centro se pone en el personaje de Pascal cuyo arco redentor le acerca un poco a la olvidada ‘Family Man’ (2000), donde un broker de Wall Street obsesionado con el dinero tiene la oportunidad de ver cómo su vida podría haber sido diferente. Hay parte del tono absurdo de todo lo que ocurre en ‘Wonder Woman 1984’ que hace que camine siempre al borde de la textura febril de un sueño, de visita de fantasmas futuros que expliquen qué pasaría sí…
La escena navideña de cierre de ‘Wonder Woman 1984’ deja cristalinas sus intenciones, y su falta de pudor a la hora de mostrar su mensaje sobre la esperanza y abrazar la verdad, incluso frente a dificultades abrumadoras tenía un doble efecto en un año tan duro para el mundo y decisivo para EE.UU., ahora quedará como una rara avis bienintencionada en donde no cabe la mirada cínica y en donde el espectáculo no está tanto dirigido hacia la acción –a pesar de las secuencias en las que hace presencia, son extraordinarias– como a la inspiración. Lo hace de una forma excesivamente naif, con un humor tontorrón impensable en una sociedad con la bilis lista en el teclado, pero por eso también es una rareza valiente, que quizá esté más pensada para los más pequeños que para los padres, y eso no es necesariamente malo.