Amado y odiado, nunca ignorado, M. Night Shyamalan reencontró su lugar en la industria y en el corazón de los aficionados con su excelente pequeño ejercicio de horror, ‘La visita‘. Desde entonces encadenó un par de aciertos más que cerraban su ansiada trilogía de ‘El protegido‘. Ahora regresa con una adaptación de ‘Castillo de arena’, novela gráfica de Frederik Peeters y Pierre Oscar Lévy, con un resultado irregular que nos recuerda la fábula new age de ‘La joven del agua’, uno de sus trabajos más plomizos.
A vivir, que son dos días horas
A pesar de tocar el cielo con su gran éxito de crítica y público lleno de gente muerta (y mucho drama), el cineasta no ha tenido una campaña de promoción realmente fiel a los títulos que venían en camino. Ni con ‘El bosque‘ ni con ‘El incidente‘ ni mucho menos ahora con ‘Tiempo‘, que está muy lejos de ser ese producto vertiginoso y trepidante de horror playero que parecen prometer con sus avances.
‘Tiempo’ es la película más triste de Shyamalan. Más triste que ‘El sexto sentido‘. Y lo es desde el primer minuto. La primera secuencia de la película, con la familia llegando a esas vacaciones de ensueño que en realidad no son más que una cortina de humo para retrasar lo inevitable, es toda una declaración de intenciones que, además, funciona. Pero el hálito de tristeza que te invade ya se queda dentro, se apodera de la historia y de nuestra esperanza.
Shyamalan sigue demostrando que la composición y la puesta en escena son su punto fuerte. Su dominio de la toma larga dota de mucho músculo a una película varada en una localización extraordinariamente limitada: la orilla de una playa. Será ahí donde una serie de personajes sobrepasados por los extraños acontecimientos que se suceden lucharán por encontrar una solución a sus inevitables problemas. El espectador se verá reflejado en los personajes aturdidos, incapaces de salir de la playa, perdidos, con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva.
Porque todo es inevitable. El paso del tiempo, la descomposición de la razón, del cuerpo. En ese sentido, ‘Tiempo’ funciona condenadamente bien. Es implacable, no tiene piedad. Es rotunda en su discurso sobre nuestra fragilidad. Pero también es algo torpe en su exposición. Burda, tal vez. Shyamalan vuelve a tropezar con la misma piedra concha new age con la que a veces se trastabilla.
De vez en cuando es capaz de superar esos baches gracias a un guión de hierro y/o a unos colaboradores orquestales y visuales del más alto nivel, como podía pasar en ‘El bosque’ o en ‘Señales‘. Pero en ocasiones el trompazo es inevitable y provoca cierta incomodidad, como podía pasar en ‘El incidente’ (aunque estaría más justificado si hablamos largo y tendido sobre ella) o ya en mayor medida en películas como ‘La joven del agua’ o ‘After Earth‘. Esos títulos, forzados hasta el máximo, obligados a contentar a los más pequeños de su hogar, terminaban siendo historias exclusivas para ellos con algún fogonazo de creatividad y genio para obligarnos a pasar por la sala.
Por desgracia, su última película está más en esta última línea. No parece haber nadie alrededor que pueda parar los pies del cineasta, que no tiene miedo en dejar claro que de vez en cuando hace películas para sus hijas. Ese encanto de fábula, de historia para dormir, no siempre encaja bien. Así, en ‘Tiempo’ estamos ante un drama aterrador sobre la vejez y la enfermedad que funciona durante buena parte del metraje, aunque su ambición por alejarse y expandir el material de base terminará jugando en su contra. Sobre todo a la hora de cerrar la función. Uno tiene la sensación de que los aciertos de la película ya estaban en el material original y que los giros y licencias del director solo empeoran el conjunto.
Apoyado en un reparto que parece no encajar en ningún momento, las interpretaciones histriónicas no ayudan a sumergirnos en la historia. Gael García Bernal y Vicky Krieps hacen lo que pueden con su matrimonio condenado mientras Rufus Sewell y Abbey Lee defienden como pueden los personajes más complicados, que no complejos, de la función. Todo con resultados tan aleatorios como el viento. Para rematar la torpeza de su trabajo más flojo desde ‘After Earth’, Shyamalan se empeña en buscar un remate constante que a esas alturas de película ni interesa ni tampoco importa, por no decir que roza un peligroso escepticismo científico para los tiempos que corren. ‘Tiempo’ no es la película de horror veraniego que necesitábamos en este momento y, en efecto, ya está vieja antes de terminar.