Con los diez largometrajes que carga a sus espaldas como máximo responsable —once si contamos el que nos ocupa—, Christopher Nolan ha trascendido al término «director» para pasar por méritos propios a ser catalogado como un «autor». Un adjetivo vinculado, entre otras cosas, a unas pautas, obsesiones y señas de identidad repetidas, con ciertas variaciones, a lo largo de su heterogénea filmografía.
Este marcado estilo propio, personal y difícilmente confundible, ha convertido al cineasta británico en un objeto de amores y odios por partes iguales; defendiendo sus simpatizantes sus filias espacio-temporales, sus estructuras enrevesadas y su peculiar concepción sesuda del blockbuster, y criticando duramente sus detractores lo que consideran unas ínfulas de complejidad mucho más obvias y superficiales de lo que realmente son.
Con ‘Tenet’, esta polarización, lejos de debilitarse, está llamada a recrudecerse aún más; y es que este nuevo y deslumbrante puzzle cinematográfico que comparte buena parte de su código genético con la sobresaliente ‘Origen’ es, posiblemente, el largo más «Christopher Nolan» de Christopher Nolan. Para —muy— bien, o para mal.
El high-concept sobre todo lo demás
Uno de los grandes reclamos del cine de Christopher Nolan recae en su capacidad única para ofrecer premisas extraordinarias que ponen a prueba las expectativas del respetable sobre lo que han visto y llegarán a ver en la gran pantalla; desde las más contenidas, como la de ‘Memento’ hasta los juegos oníricos multicapa de ‘Origen’ o las odiseas cuánticas de ‘Interstellar’.
Dicho esto, si puedo afirmar sin temor a equivocarme que ‘Tenet’ es la cinta más puramente Nolan firmada por el director hasta la fecha, es gracias al modo en que se ha llevado aún más lejos la concepción de su alucinante high-concept y su traducción en pantalla. Una maniobra tan brillante como arriesgada que ha requerido supeditar a ella prácticamente todo lo demás, convirtiéndose en la mayor virtud de la película y, al mismo tiempo, en su mayor palo en la rueda.
En ‘Tenet’, el concepto sobre el que gira el relato lo es todo, y la principal perjudicada por ello es una narrativa que se ve obligada a hacer ciertos sacrificios y concesiones, pasando por un exceso de exposición oral y cierta falta de desarrollo de personajes —interpretados con solvencia por todo el reparto—, para introducir cuanto antes al público en su universo y mantener viva la llama hasta que explota la pirotecnia en un mid-point para el recuerdo.
Hasta su ecuador, el filme está dominado por una caótica sucesión de escenas montadas con una cadencia vertiginosa, que dan forma a un convencional thriller de espionaje al más puro estilo Bond —villano megalómano y desquiciado inclusive—. Reina la confusión. La sobreinformación bombardea el patio de butacas y te ves incapaz de parpadear mientras intentas buscar respuestas para sólo encontrar más incógnitas, y digerir el grandilocuente espectáculo que está pasando frente a tus ojos.
Cuando la función llega a su fin, todas las piezas que se han ido colocando sobre el tablero parecen encajar a la perfección, aunque es necesario un ejercicio de retrospectiva, una vuelta atrás en el tiempo hasta los primeros compases, para cerciorarse. Con ‘Tenet’, sus pistas estratégicamente colocadas y sus giros de guión —algunos menos impactantes de lo que cabría esperar— Christopher Nolan se ha asegurado de rebatir con argumentos sólidos a todos los que le acusaban de impregnar de una falsa complejidad a sus trabajos.
El arte del blockbuster
Si en lo que respecta a la narrativa, el insólito high-concept de ‘Tenet’ se convierte en un arma de doble filo, en términos formales hace las veces de catalizador de un despliegue audiovisual de primerísimo nivel y rara vez visto en una sala de cine. Una auténtica bomba de relojería para la que —y esto puede sonar a exageración, pero, en base a mi propia experiencia, no lo es—, no todos los cerebros están preparados.
La primera escena de acción, una vez el largometraje ha abrazado plenamente su premisa y ha puesto toda la carne en el asador, puede resultar algo difícil de procesar. Seguir la coreografía y tratar de comprender qué está ocurriendo puede suponer un quebradero de cabeza en primera instancia, pero, poco a poco, el caos se traduce en lógica, las dinámicas cobran sentido y sólo queda abrir los ojos como platos y dejar que se desencaje la mandíbula ante una exhibición de músculo para enmarcar.
La, como de costumbre, excelente fotografía de Hoyte Van Hoytema, y la banda sonora de un Ludwig Göransson cuyo brutal machaque electrónico ayuda a no echar en absoluto de menos a Hans Zimmer, envuelven a la perfección esas set pieces marca de la casa en las que prima lo práctico sobre lo digital y reina el cada vez más atípico plano general, y que culminan en un tercer acto montado en paralelo que justifica por si mismo la experiencia de disfrutar del largometraje en la pantalla más grande posible.
Como he expuesto anteriormente, ‘Tenet’ es la propuesta más ambiciosa, más autoconsciente, más sesuda y, a su vez, más artificiosa de un Christopher Nolan que ha estado a punto de devorarse a si mismo con un triple salto mortal con tirabuzón que, sin saber muy bien cómo, ha terminado aterrizando de pie. Una maniobra digna de la mayor de las ovaciones que, sin duda, ganará enteros en un segundo visionado en el que dispongamos de toda la información necesaria de antemano para su pleno goce.
No obstante, uno de los personajes que aparece durante el primer acto, da la clave al espectador para enfrentarse a ‘Tenet’ mientras se dirige a su protagonista: «No intentes comprenderlo. Siéntelo». Y vaya que si se siente…