‘Sweet Tooth‘ narra el peregrinaje a California de un híbrido de niño y ciervo llamado Gus, en busca de su madre, junto a Jepperd, un gigantón que esconde un corazón de oro bajo varias capas, un puñado de armas y kilos de músculo y presencia física.
Es, también, una serie que retrata con aterradora cercanía lo que nos ha tocado vivir con esta pandemia del COVID-19 (un virus, si me preguntas, que me encantaría ver pateado al mejor estilo manga), pero ofreciendo cierta distancia reconfortante entre realidad y ficción, porque ya sabemos que, aunque con buenas intenciones, las ficciones sobre dicha pandemia no nos hacen mucha gracia.
Y, como veremos a continuación, una obra que se aleja bastante del cómic que adapta, obra de uno de los “nuevos” guionistas estrella (¡ya lleva una década activo!) del panorama norteamericano: Jeff Lemire.
El campo dentro de mí
Jeff Lemire crece en una granja en Essex County, Ontario, y desde bien pequeño se siente atraído por los cómics, que lee a puñados rodeado de la monotonía y el duro y organizado trabajo de sus padres.
Tiene la impresión de que hacer cómics es su destino, pero antes toma un desvío hacia el séptimo arte gracias al ansia de contar historias y se pone a estudiar en una escuela de cine. Solo habrá un problema: cualquier proyecto cinematográfico requiere interacción constante con un montón de gente y eso no va con su personalidad. Esos cuatro años servirán, más que nada, para ratificar lo que quiere hacer con su vida.
¿Se pone, al fin, a hacer cómics? Pues me temo que no, estimado lector, porque Jeff sabe que tiene dentro lo que hace falta para ser un autor de cómic, pero también siente que no está preparado para dar el salto. Que es necesario practicar hasta dar con un estilo de dibujo y hallar su propia voz narrativa y visualmente.
Así que se mete a cocinero por las noches, lo que le deja una buena parte del día para dibujar y afilar lápices. Y una vez se siente listo, cuando al fin tiene una obra que considera que puede enseñar, ‘Lost dogs’, se autoedita gracias a una beca Xeric, una organización fundada ni más ni menos que por Peter Laird, uno de los creadores de las Tortugas Ninja. Su carrera como autor de cómics empieza así.
Primero, como autor completo con obras como ‘Essex County’, pero cuando las ideas superan a su capacidad para trazarlas, y cuando éstas pertenecen a personajes para los que sus lápices no son del tipo habitual, se dedica a guionizar porque, vaya, todas esas historias tienen que salir y él es diligente, y aplica la misma ética del trabajo de sus padres en la granja al servicio de los cómics.
De este modo, un chico salido de la nada y criado en un entorno rural acaba guionizando a algunos de los personajes más importantes del mundo del cómic como Superman, otros de culto como John Constantine, y creando varias series que hallan su hueco no sólo en el lector habitual, sino también en el mundo literario, académico (‘Essex County’ está considerada lectura esencial en Canadá) y, ahora, también en el audiovisual.
Y en cuanto a géneros, no le da miedo nada: desde la ciencia ficción en ‘Descender’, al terror en ‘Gideon Falls’, pasando por la deconstrucción del género de los superhéroes pasada por el filtro rural de su infancia en ‘Black Hammer‘.
Apocalipsis indie o Pequeño Mister Antler
Alguien que sólo haya leído el cómic de ‘Sweet Tooth’ puede tener una conversación muy interesante, aunque algo confusa, con otra persona que sólo haya visto la serie de televisión. Porque, como hemos visto ya en unas cuantas entregas de este tipo de artículos, la mayoría de las adaptaciones tienden a modificar bastante el punto de partida.
En el caso que nos ocupa, la transformación es a todos los niveles: argumental, temático y estético. Y el mejor ejemplo lo tenemos nada más arrancar la historia: el padre de Gus, en las viñetas, es un tipo que ha perdido la chaveta, que cree tener algún tipo de conversación con Dios y que está convencido de que el niño ciervo protagonista es poco menos que un mesías.
En la serie… es Will Forte, un actor que cuando no está haciendo papeles excéntricos (como ‘MacGruber’ o la desternillante ‘El último hombre en la Tierra’), tiene cara de amabilidad y buen rollo y se comporta como una figura paterna preocupada y cariñosa.
Otro ejemplo está en el trazo áspero de Lemire y sus escasas concesiones a embellecer la historia, como unos niños híbridos que no dan ganas precisamente de abrazar: Gus, el pobre, con su auténtica cara de ciervo acentúa que le falta un hervor en esto del Apocalipsis. Compárese con Christian Convery, que le interpreta y al que se han limitado a poner unas astas en la cabeza.
En la adaptación, la fotografía es muy colorida (lo que contrasta con los estallidos de violencia, así que no es gratuita) y la música, tanto original como licenciada, tiene un rollo indie, de instrumentos acústicos de cuerda, pianos y voces ahuecadas.
Aunque el paso de viñeta a televisión suponga cambios a nivel temático, argumental y estético, la serie de Netflix funciona como eco del cómic.
Porque el cómic no da tregua: a Jepperd, que por cierto es más seco y se ablanda menos durante la historia, le dan una paliza ya en los primeros números. Con Gus, se encuentra niñas prostituidas, gente desquiciada y, en general, un mundo en el que es imposible fiarse de algo o alguien. Ni siquiera el refugio para híbridos es agradable (y no digo más por no estropear la sorpresa). El que acuda a los cómics esperando leer algo parecido a la serie de televisión puede salir ojiplático por la mezcla de ‘La carretera’ y ‘Soy leyenda’ (sí, la novela original de Richard Matheson, no la adaptación de Will Smith), narrada por los hermanos Grimm.
Y es que el propio Lemire reconoce que ha preferido que se haga la serie así para distinguirse de un subgénero, el postapocalíptico, que añade películas a su canon cada vez que hay una crisis en el mundo. ¡Y será que no se suceden las crisis!
Negarse a ser un COVIDdado de piedra
Si no se hubiera distinguido lo suficiente del cómic, la serie de televisión tiene un as en la manga: si en las viñetas la enfermedad era poco más que la típica excusa para mostrar un mundo decadente y justificar niños medio animales, en Netflix han hecho de la necesidad una virtud, al tocarles el sanbenito de rodar en plena pandemia.
¿Cuánto del coronavirus ha afectado a los guiones y cuánto estaba pensado de antemano? No lo sabemos, pero sí podemos observar con pasmo cómo ha tomado (o previsto) el colapso sanitario, el nerviosismo de la gente y sí, como alguien que miraba con recelo hacia cualquier tos en el metro o en un espacio cerrado, también creo que refleja la paranoia, desde el típico ¿cuándo me tocará a mí? a ¿qué hago si alguien cercano se infecta?
‘Sweet tooth’, la serie, es el mejor producto audiovisual que se ha hecho sobre la actual pandemia, al menos de momento. Y todo ello sin abandonar uno de los puntos fuertes tanto de su historia, como del cómic del que bebe: el tono de cuento de hadas oscuro y el inicio de una nueva mitología. Algo que Jeff Lemire ha expandido aún más (al menos, en lo temático: en lo narrativo se queda corto) en la secuela de ‘Sweet Tooth’, subtitulada , ambientada mucho tiempo después del final del viaje de Gus.
Un viaje de ida y vuelta
La conclusión, creo que por primera vez en esta serie de artículos, es que el cómic original y la serie de televisión se complementan, que lo segundo es un eco de lo primero sin perder así calidad. Puede que pasar a la serie tras el cómic sea más sencillo que de la otra manera, pero ambas trayectorias no decepcionan. Desde luego, no va a ser un chasco como ‘Jupiter’s Legacy‘ o un viaje completamente distinto, como ‘The Umbrella Academy‘.
Y es que ambas obras pueden diferir en muchas cosas, pero coinciden en lo importante, que es representar la inocencia de un chico que deja la infancia atrás para construirse un futuro en un mundo que ha dejado de creer en ello.
Decía Chesterton que los cuentos de hadas son más que reales, no porque enseñen a los niños que existan dragones, sino porque les dicen que se les puede vencer. ‘Sweet tooth’ es un cuento de hadas sobre lo que viene después de una pandemia terrible: decidme ahora que no es éste el dragón que queremos derrotar ahora mismo.