Que levante la mano la madre quien no se haya sentido desbordada más de una vez, quien no haya tenido que lidiar con situaciones que la sacan de quicio y que a veces parecen insalvables. Porque adoramos a nuestros hijos, pero hay que reconocer que la maternidad no siempre es un camino de rosas.
Como decían nuestros abuelos, los niños no nacen con una manual de uso debajo del brazo y vamos aprendiendo juntos cómo convivir y educarles para ser felices. Cada una tenemos «nuestras misiones imposibles». Por ejemplo, a mí me superan las peleas entre mis hijos, el tener que pedirles doscientas veces que vengan a comer sin obtener respuesta, o las pataletas del pequeño en la calle sin ton ni son. Y sé que no tengo que chillarles, pero ¡me cuesta tanto retenerme!
Así que es bienvenida toda la ayuda de otras «expertas mamás» que sirvan para allanar el camino. Por eso, le pedimos a Carmen Osorio, periodista y creadora del blog «No soy una mamá drama» que nos contará alguno de sus trucos de madre de familia numerosa, y que ha recogido en su primer libro Mamá sin dramas. Cómo no desesperar con la difícil tarea de ser madre.
Puedes ser una madre feliz
Si no te da la vida y llega un momento en que no sabes cómo organizarte, puedes echarle un vistazo a los tips que te propone Carmen. Al menos te ayudarán a no caer en la desesperación, aunque te sientas agotada y a llegar a lo imprescindible (porque las súper mamás no existen).
Y sabe de lo que habla. Es mamá de tres niños en la tierra (y uno en el cielo) y está esperando su quinto bebé. Tiene los pies muy en el suelo y sus trucos de madre son los que ella misma utiliza en el día a día con sus hijos y ha comprobado que funcionan. Estos son un pequeño ejemplo que demuestran que no estás sola, que tus problemas son más comunes de lo que te crees y que es posible ser una madre feliz.
1. Darles libertad, pero con límites
Carmen asegura que no es especialmente ordenada ni maniática, que tiene cierta tolerancia a la anarquía y al caos, por lo que «en mi casa hay unas cuantas cosas que paso por alto y dejo hacer a mis hijos y otras no. Hay límites y normas».
Podemos pasar por alto, para no tengan la sensación de que les regañamos por todo y así entiendan mejor las negativas:
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Saltar en las camas. Los colchones duran muchos años y saltar en las camas solo se hace cuando eres pequeño.
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Jugar con plastilina. Si lo hacen en un espacio limitado y se limpia bien, no es para tanto.
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Coger la vajilla. Que pongan la mesa o que recojan sus platos cuando terminan. Todo lo malo que puede pasar es que rompan una pieza de la vajilla. ¡Pero jugar al fútbol dentro de casa, no!
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Comer solos. Por prisa y comodidad, tendemos a darles la comida a los niños hasta bien mayores. Puedes ayudarles hasta el año (es natural) pero en cuanto tienen un poco de psicomotricidad, es bueno que vayan aprendiendo. ¡Aunque se pongan perdidos!
2. Conseguir que salgan al cole, sin voces
Las mañanas pueden convertirse en una prueba única de paciencia maternal. Hay que conseguir que se levanten de la cama, desayunen, se laven los dientes, se vistan y salgamos de casa a tiempo para llegar puntual al cole. Y todo esto, mientras te arreglas para ir a trabajar o te cambias la camisa que termina de mancharte el pequeño cuando le has cogido en brazos después de desayunar.
Carmen tiene algunos trucos para esa hora critica del día.
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Eliminar distracciones. Cualquier juguete que ande por el salón les ayuda a olvidar que tienen que vestirse. Mejor esconder balones y cualquier objeto que sirva para jugar un partido de fútbol, los cromos de Pokémon y todo lo que les parezca interesante.
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Separar a los hermanos. Cuando tienen público, hacen más el bobo y más se entretienen. Si uno se crece y los otros azuzan y aquello empieza a parecer un circo, se manda al instigador a su habitación a vestirse.
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Salir de casa. Te pones el abrigo, abres la puerta de casa y llamas al ascensor. Alguna vez funciona porque creen que se quedan en tierra.
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Diles las cosas poniéndote a su altura. Lo habitual es que mientras acabas de arreglarte, les vas dando órdenes sin ni siquiera mirarles. Párate, mira a tu hijo y dile las cosas tranquilamente, pero con firmeza. Imagínate que tu jefe te dice que hagas algo mientras pasa caminando a su despacho. Probablemente harás otras cosas que tienes pendientes. Pero si se acerca, te mira a la cara y te dice “hay que hacer esto”, es más probable que te pongas con ello de inmediato.
3. No gritarles, ni sobrecargar al mayor de responsabilidades
Discuten entre ellos, les llamas o les dices veinte veces algo y siguen haciendo sus cosas, continúan diciendo “no” a otras veinte mil historias y después de ir subiendo el tono poco a poco para que te hagan caso (al principio de muy buenas maneras) terminas gritándoles. ¡Si es que parece que están sordos!
Pero cuenta Carmen que merece la pena retenerse, que ** «cuando dejas de decirles las cosas a gritos, se vuelven menos irascibles y más receptivos» **.
Dice esta mamá no drama, que tenemos que entender que los mayores tienen mucha presión. En la mayoría de las ocasiones les toca ceder, cuando tienen varios hermanos adquieren más responsabilidad que cuando no los tienen, les toca vivir las épocas de rabietas de sus hermanos y a veces, en el día a día, no te das cuenta de que quizás cargas mucho sobre ellos, y que si pasa algo, automáticamente pides explicaciones al mayor.
Cuenta Carmen que:
«en cuanto dejé de gritar en casa: mi hijo mayor se volvió más receptivo a todo lo que le dije, empezó a ayudar más en casa, me abraza mucho más que antes… Es un niño al que le molestan mucho los ruidos, se pone nervioso cuando sus hermanos lloran o cuando la gente grita en un partido de fútbol».
Pero no solo los niños mejoran. Desde que no grita admite que ha logrado controlar ciertas situaciones que antes la desbordaban. Y lo mejor es que no se pierde autoridad:
«Si digo no es no, porque hay cosas negociables y otras que no lo son. Y si se presenta un comportamiento que considero inapropiado les anticipo que, además de ser algo que no me gusta, puede tener consecuencias, como quedarse sin ir al parque o jugar un partido. La única diferencia ahora es el tono que usamos en casa, que a todos nos hace estar más tranquilos».
4. Mediar en las peleas entre hermanos
Y no solo cuando se empujan o se dan algún que otro mamporro, sino en las disputas por tener y querer siempre las mismas cosas. Los mayores se acostumbran a ceder cuando los hermanos son muy pequeños y no son capaces de razonar muchas cosas. Pero, ¿hasta dónde? «Es difícil ser jueza y ser justa en función de las necesidades de cada hijo, sin que ninguno sienta que queda de lado», explica esta madre de familia numerosa.
“Alfonso, déjaselo un rato”, dice Carmen a su hijo mayor, «por no oír protestar al mediano, que lo hace de una forma muy irritante, llorando». Porque esa ‘táctica’ les funciona muy bien a los niños desde bebés.
Por eso, cuando se tranquilicen las cosas, hay que enseñarles a solucionar los conflictos: pedir las cosas por favor, llegar a un acuerdo… E investigar quién es el culpable de las disputas, para evitar tomar medidas siempre con el mismo.
Suele funcionar premiar la colaboración y buen comportamiento.
Algunas tácticas útiles:
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Conocer qué situaciones son las que generan más peleas entre ellos y establecer reglas previas para cuándo suceden. Qué está permitido y qué no, y cómo debería actuar cada niño de manera concreta en relación con la comida, los juegos, la tele…
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Es importante explicarles que cada uno tiene sus propios sentimientos y que hay que tenerlos en cuenta al discutir, y entender los efectos que su comportamiento puede tener sobre su hermano.
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Animarles a exponer sus propias sugerencias para solucionar el problema. Solo si ellos no generan ideas, puedes proponer las tuyas. Tienen que asimilar que siempre hay una solución satisfactoria para ambas partes, aunque también ambos deban ceder un poco.
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Ignorar disputas menores. Cuando discutan entre ellos, puedes utilizar la técnica de la ‘cuenta atrás’: «cuento hasta 30 para que solucionéis el conflicto: treinta, veintinueve…». Si no se soluciona, se pueden retirar privilegios.
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Actuar de inmediato en agresiones o insultos degradantes: en estos casos, se quedan de inmediato sin privilegios ni recompensas.
5. Sobrellevar las rabietas
No es fácil enfrentarse a la pataleta de un niño o bebé. Es cierto que ellos lo pasan mal pero, ¿y nosotros, los padres?
Cuando tienen algún que otro berrinche de forma ocasional, no le das importancia y lo “soportas”. Lo malo es cuando entran en una etapa en la que esto sucede a diario, en cualquier momento y, en muchas ocasiones, no tienen una causa aparente que lo justifique.
Lo que tienes que pensar es que casi todos los niños pasan por alguna fase de rabietas, que no lo hacen a propósito y que hay que pasarla sí o sí.
Mientras llega el momento, puedes contar con algunos recursos:
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Tener algún juguete escondido, pero a mano, para que cuando el niño está en plena rabieta, enfocarles su atención hacia esto.
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Si no te funciona, puedes probar a irte a otra habitación. Sí tú, no él, porque mandarle a otro cuarto ‘a pensar’, cuando está en plena rabieta, es misión imposible. Dar órdenes no suele funcionar hasta que no pasa la tempestad. Y si desapareces, lo normal es que termine por calmarse solo cuando porque nadie le presta atención.
También puedes pensar en el origen del problema, si coincide con algún cambio en su vida: como el comienzo a la guardería y con la inminente llegada de un nuevo hermanito.
Las pataletas tienen un porqué (o no) y hay que buscar el origen del problema y sobre todo pensar en positivo: un día acabarán igual que llegaron, de repente.
6. Castigar de forma constructiva
Sobre este tema hay enciclopedias enteras, pero no todos los trucos funcionan con todos los niños y cada familia busca su método para educar con corrección, con sus propias normas. Carmen Osorio propone algunas ideas en su libro:
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No castigues a menudo Castigar por sistema no tendrá ningún efecto en el niño. Recurre antes al diálogo, a explicar qué se ha hecho mal, qué no debe hacerse… Si no, el único mensaje que damos es que se castiga por pegar al de al lado, pero no que está mal hacerlo. Tiene que haber aprendizaje para que entiendan que los actos tienen consecuencias.
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Elige tus batallas Decide qué cosas son importantes y cuáles no. Porque no nos interesa perder energía en ciertos aspectos y sí incidir en otros. Hay que recalcar mucho aquello que creas relevante y hay que decir que hacerlo o no tendrá sus consecuencias. Así que toca hacer tratos que tengan claro que si no se cumplen, tendrán efectos en otras cosas.
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Castiga proporcionalmente Los castigos nunca deben ir con mal tono ni menospreciando al niño, ni diciéndole que es malo, sino que su conducta ha sido incorrecta. Y, por supuesto, al castigarle, no hay que excederse: hay que tener en cuenta la edad y lo que se ha hecho mal.
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Elogiar también es necesario Se trata de ensalzar algunos comportamientos que sabes que le cuestan, de decirle de vez en cuando que lo ha hecho muy bien. Si a veces lo corregimos y lo sancionamos, ¿cómo no vamos a elogiarlos o darles un premio en alguna ocasión para motivarlos a seguir haciéndolo bien?
7. Que hagan las tareas por sí solos
Esta claro que hay que tomar decisiones por ellos, porque aún no tienen criterios. Peo a veces tendemos a organizarles mucho las cosas: prepararles su equipación de fútbol, organizarles su mochila…
«No hay que ser súper estricto con sus tareas, pero sí que tengan claro cuando las tienen que hacer. Cada familia tendrá sus prioridades, pero es bueno para ellos (y para los padres), darles autonomía».
Así lo entiende la autora del blog ‘No soy una mamá drama’, que explica que: «Por ejemplo, si están muy cansados, no les obligo a poner la mesa».
Además, cada niño es distinto pero si se le repiten las cosas, tienden a hacerlo: recoger su habitación, preparar su ropa… Así de claro lo tiene Carmen que añade:
«Solemos realizarlo nosotros por comodidad, para tardar menos, pero son muy autónomos y están más preparados de lo que nosotros pensamos. Mejor que desde pequeños empiecen ellos ya a hacerlo».
Lo que tienen que entender es que hay unas normas y hay que respetarlas: «Si no recoges los juguetes no podrás ir al parque».
Carmen Osorio termina insistiendo en la idea de que con los niños «no hay que empezar las batallas en las que no quieras meterte, porque no merecen la pena, como pelar porque se pongan la ropa que tú quieres en lugar de la que ellos eligen».
Quizás el secreto está quizás en ponernos firmes en los puntos que creemos esenciales y ser más permisivos en los que a nuestro juicio podemos pasar. Es decir, que se peguen en el cole, inadmisible: es serio y hay que ponerse firmes y castigarles con no hacer un plan determinado. Pero si quieren ir en chándal un domingo, que lo hagan: guardemos las energías para otros temas más relevantes.
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