Cuenta la mitología griega que después de que Creonte convenciera a Jasón de casarse con su hija, Medea, enferma de celos, cometió regicidio matando tanto al rey como a la princesa. Sabiendo que los corintios partirían en su búsqueda y la de su descendencia, no vio más remedio que matar a sus dos hijos para protegerlos y escapar de allí en su carro tirado por serpientes aladas.
El mito se ha contado de muchas maneras diferentes, e incluso Pier Paolo Pasolini lo llevó al cine en 1969. Ahora, la directora documental Alice Diop se acerca a su núcleo de una manera innovadora, difícil y poco amistosa pero reconfortante en cierta manera en ‘Saint Omer’, que le ha valido el Giraldillo de oro en el Festival de Sevilla. En mi caso debo reconocer que no era ni lejanamente mi favorita de la Sección Oficial, pero no es difícil ver por qué el jurado ha preferido esta cinta antes que ‘Close’, ‘Holy Spider’ o ‘My love affair with marriage’: un diálogo social que hace pensar mucho después de haberse apagado las luces de la sala.
¡Protesto!
Hemos visto, a estas alturas, cientos de películas judiciales, tanto de factura espectacular (‘El juicio de los siete de Chicago’), como más centradas en los actores (‘Algunos hombres buenos’) o que incluso tratan de hacer justicia con el pasado (‘Argentina, 1985’). ‘Saint Omer’ no destaca en su factura visual, desde luego: el juicio está contado desde un punto de vista frío, clínico, se podría decir que incluso aburrido, poniendo al espectador en el jurado. Pero esto no es un defecto de la cinta: forma parte consciente de su puesta en escena y de su propuesta.
Diop niega su propio lucimiento como directora: lo que pretende es que el público se centre en los gestos, las respuestas, las contestaciones visuales de dos mujeres unidas por unas vivencias comunes que las conectan más allá de los actos. Por un lado, Laurence Coly, una mujer de origen senegalés que reconoce haber matado a su bebé de quince meses dejando que la marea se la llevase, y al mismo tiempo se reconoce inocente. Por otro, Rama, una novelista que quiere utilizar el juicio como base para escribir una nueva versión de ‘Medea’ pero siente cómo su propia maternidad se ve afectada, sintiendo una simbiosis inesperada con Coly.
Se puede caer en el error de creer que, dado su pasado documentalista, Diop cae en la falsedad del género sin saber cómo contar una historia, pero sería faltar a la realidad. El tono gélido que la directora utiliza se entrecruza frontalmente con esos momentos en los que las miradas de ambas protagonistas se cruzan, unos pequeños segundos de maestría audiovisual que dicen más sobre el reflejo oscuro, sentirse invisible y la empatía que cientos de líneas de diálogo al respecto. La narratividad visual es mucho más potente de lo que deja entrever de un simple vistazo.
Alta por maternidad
Al final, ‘Saint Omer’ es tanto una película sobre dos mujeres racializadas sintiéndose extrañas en una sociedad que las rechaza de base (esa sorpresa general con la educación de Coly) como de una maternidad entendida como inicio y fin, como el sentimiento más intenso que se puede sentir por un ser humano. Tanto, que la muerte de la pequeña puede ser vista, dentro de su frialdad, no como un acto de psicopatía, sino de amor.
Coly es una mujer invisible: a pesar de sus aptitudes, su calidad humana y sus vivencias, la sociedad y los elementos inherentes a la misma la han condenado a la inexistencia. Igual que Medea, que sabía que los Corintios irían tras su descendencia, Coly es consciente de que Francia no va a permitir que su hija tenga una vida diferente a la suya. Por mucho que el asesinato intente revestirse y disfrazarse de brujería y locura, su alegato de inocencia consciente tiene tanto poder porque, en el fondo, los causantes de su caída en desgracia conocen de sobra su parte de relevancia en esta dolorosa historia.
Diop sabe perfectamente que ‘Saint Omer’ es una película que no va a gustar a todo el mundo, y que en un clima sociopolítico cada vez más polarizado, está destinada a recibir críticas de aquellos que hagan el esfuerzo de entenderla. Con todo, no es fácil: la película no da nada mascado, ni pretende que salgas del cine con las ideas claras sobre ella. Pide al espectador algo inédito en estos tiempos: un ejercicio de reflexión, de debate interno y clarificación de ideas. No es una obra sencilla ni amable. Al contrario: es árida, rocosa y difícil de escalar… Y no es necesariamente algo malo.
Repleta de galardones
Tampoco quiero llevar a error o levantarla más de lo debido. ‘Saint Omer’ guarda un buen puñado de diamantes para todo el espectador que quiera armarse de valor y rascar en la superficie, pero hacerlo requiere el trabajo de pasar por alto el mayor defecto de la película: por momentos es mortalmente aburrida. Y, claro está, no hace falta que cada película sea una fiesta, pero sí que no induzca a la somnolencia: las largas escenas del juicio, en la que se repite lo ocurrido una y otra vez, son puro desgaste y castigo. Tanto, que al encontrar el tesoro escondido tras ellas, uno llega a plantearse si merece la pena el camino.
Yo creo que lo merece, desde luego, ni que sea para descubrir el fabuloso papel de sus dos protagonistas: Guslagie Malanda, que tan solo ha participado en dos películas y una serie (‘The Romanoffs’) en casi una década, es un descubrimiento absoluto. Un poquillo más fuera de lugar está Kayijie Kagame, que cae un poco en la sobreactuación pero consigue encontrar ese punto justo sin pasarse. Ambas actuaciones consiguen elevar la cinta y hacerla incluso más relevante. Su juego de miradas, la frialdad contra el calor, las personalidades similares y al mismo tiempo contrapuestas, se ven crecidas por la presencia de estas dos fabulosas actrices casi noveles que llevan toda la cinta sobre sus hombros.
‘Saint Omer’ ha ganado en Venecia, en Sevilla y es la escogida por Francia para representar al país en los Óscar: la avalancha de premios hace evidente que no importa que algunos de nosotros no estemos del todo convencidos con la propuesta de Diop. Es cine adulto, complejo y que se desarrolla a fuego muy, muy lento. Como la marea subiendo, como el dolor de una persona invisible, como una mujer descubriendo que el cuento de hadas que imaginó era solo ficción.