Este verano tuve la oportunidad de conocer Escocia. Puede ser que os parezca increíble, pero de entre todas las maravillas que te puedes encontrar en ese lugar, una me llamo poderosamente la atención, sus galletas shortbread.
La historia de las escocesas shortbread” dicen que se remonta al siglo XII. Originalmente eran unas pastas secas elaboradas a partir de restos de masa de pan, endulzadas y secadas en el horno. Se conocían como biscuit bread y se podían encontrar por toda la isla británica.
Con el paso del tiempo, la levadura se fue sustituyendo por mantequilla, convirtiendo estos en shortbread, un lujoso dulce reservado a las grandes celebraciones como la Navidad, el Hogmanay o Nochevieja escocesa y las bodas. Su nombre se debe a la gran cantidad de mantequilla que contienen es lo que les hace “short ”, es decir, crujientes o quebradizas.
El refinamiento de estas pastas se atribuye a María de Estuardo, Reina escocesa, que en el siglo XVI era muy aficionada a comer “Petticoat Tails”, shortbread finos y crujientes, aromatizados con semillas de alcaravea. Hoy podéis encontrarlas en muchos supermercados, pero también disfrutar de esta receta casera llena de sabor tradicional.