Una multitud disfrutó de la vuelta del clásico festival que viajó en el tiempo con Virus y cerró con Damon Albarn cantando con la bandera argentina como máscara.
Una frase se repite de escenario a escenario en Tecnópolis, casi como un mantra: “¡Qué lindo volver a tocar acá!”. Una frase que va más allá del género musical, de la banda, del horario. Puede repetirla Virus o Las Pelotas, hasta incluso Damon Albarn, llegando al final de Gorillaz. Y esa misma sensación se traduce en las miles de personas que se abrigan y desabrigan mientras caminan las kilométricas distancias entre escenarios para no perderse a la banda que sigue después. Sin barbijo, sin distancia social, ¿sin pandemia? Lo que empezó a vivirse con Lollapalooza, con el Quilmes Rock termina de tomar sentido: los festivales volvieron y lo hicieron con pocas reminiscencias de la llamada nueva normalidad.
Con un lineup bien rockero, el Quilmes [que arrancó ayer y cierra hoy con Divididos] resultó el escenario ideal para una multitud de personas que se sintieron de nuevo en casa. El pogo, el agrupamiento indistinto de personas intentando acercarse al escenario, el aire contaminado por el humo de cigarrillos, los empujones por llegar adelante, los altos que levantan a otros para que vean desde sus espaldas, el cansancio y la decisión de ver hasta el último de los shows. La misa recitalera de un público que creció viendo esas bandas y que vuelve a juntarse para no perder ese ritual, pero también un público que ahora tiene hijos chicos y que decide llevarlos para que vivan esa experiencia. Las postales se suceden: una nena, de unos 10 años, parada entre cientos de grandes salta y tararea toda la letra de “Aries”, de Gorillaz. Un nene, de unos 6, canta todos los temas de El Cuarteto de Nos desde la espalda de su padre.
Las calles de Tecnópolis empiezan a vibrar desde temprano, a las 12 las puertas se abren y los valientes irrumpen en el predio, en busca de 12 horas de festival. En los alrededores, las colas de autos se hacen más intensas alrededor de las 5 de la tarde y aunque todavía queda lugar en el estacionamiento gratuito, la espera se hace demasiado larga. Adentro, los 5 escenarios ya están operativos: hay dos techados con límite de capacidad, el Geiser y el Enigma: El primero tiene forma de iglú y sillas y cierra la jornada con 1915. El segundo es más nocturno y escondido y tiene entre sus talentos al histriónico Benito Cerati. Entre banderas de Argentina aparece el escenario Claro, que tiene un espíritu más libre y alberga artistas como Sara Hebe para seguir con Vicentico y cerrar con Los Pericos. Las distancias se alargan y el tránsito se hace pesado para llegar a los escenarios principales: el Quilmes y el Rock. Las Pelotas y Gorillaz vienen a ser los referentes del día uno, los headliners. En el medio, los dinosaurios, que son parte del predio, abren la boca, mueven la cabeza y acompañan la peregrinación. Atrás, se ve iluminado el robot mientras se escucha una selección de música de bandas que son parte del festival. Algo que en un principio genera confusión: “¿No tocaban mañana los Decadentes?”. No tocan hoy, solo los están pasando por un parlante.
El patio cervecero, los puestos de comida y algún que otro stand le dan al Quilmes un aire de renovación, aunque su espíritu no es la selfie sino el barro. Quizá por eso, la mayoría de la personas hace tiempo sentada en el piso y guarda su lugar entre el público entre show y show. Y también la ropa no es un tema de conversación, están todos abrigados y cómodos, el glitter no abunda y tampoco las bandas de trap. Este primer día, Trueno es el único que ocupa uno de los escenarios principales. Después, todo lo que hay después son las bandas de siempre, las que se escuchan en la radio, en el imaginario popular. No hay bailarinas, ni pistas, ni tanto flow, hay letras, guitarras, bajos, baterías y clásicos que suenan como himnos. Desde “Luna de miel” de Virus a “Personalmente”, de Las Pelotas. Hay un público más heterogéneo, como lo es la grilla: hay personas de 30, 40, 50 que vienen con niños; hay parejas, amigos. Los que no abundan son los centennials.
Un recorrido con lineup en mano
Elegir qué ver antes de llegar al predio debería ser el primer mandamiento: es físicamente imposible abordar todas las bandas. En la primera jornada, que se tuvo que reprogramar por la baja por coronavirus de Fito Páez, la elección no parece tan fácil para algunos que tienen que dejar a mitad de show a Virus para ver a Vicentico y tienen que correr para ver a El Cuarteto de Nos. De esta manera se puede hacer un salpicadito entre bandas o optar por quedarse entre los dos escenarios principales, el Quilmes y el Rock y no moverse demasiado.
Entre las bandas más convocantes de la tarde está Estelares. Casi a las 6 de la tarde llegan himnos como “Moneda corriente” al Quilmes, show que queda casi pegado al de Airbag, los últimos en sumarse al lineup tras la baja de Fito Páez. En el Rock, los hermanos Gastón, Patricio y Guido Sardelli le ponen el cuerpo y ocupan el lugar que le correspondía al rosarino con mucha espalda. Con una camisa leñadora y “Solo aquí”, el frontman sube el pulso de la tarde-noche y convierte al predio en una sola voz. “Yo solo quiero olvidar lo que he sufrido por ti… Y es difícil olvidarte si tu estás aquí”, cierra.
Minutos después, el escenario del lado cobra vida y una de las bandas que debutaba en el festival se apropia del Quilmes: Conociendo Rusia. Con un aire más dulce, llega la agrupación de Mateo Sujatovich que canta “Me levanto y veo tu encanto”, tema que le dedica a Fito. Sobrevuelan los drones, pasa por “Cabildo y Juramento”, le pide al público que lo acompañe en coros y el aire se hace más liviano.
Casi en paralelo, en el escenario Claro, Feli Colina, con un look de transparencias, brillos y botas altas, abre un fogón folk, con temas como “Corazón salvaje”. Más tarde en ese mismo espacio, Sara Hebe pone a todos a rapear con su estilo femme power.
El Rock vuelve a encender las luces para escuchar, después de 7 años de estar alejados de los shows, a Virus. Con un invitado especial, Moura pone a todos a bailar y hace olvidar el avance del frío y alguna pequeña gota que asoma del cielo con “Luna de miel”. “No saben lo que significa para nosotros [dice en referencia a la presencia del hijo de Gustavo Cerati]… Por muchos motivos, además, porque es una hermosa persona con un futuro inmenso”. Minutos más tarde, Benito tiene su set en el Geiser.
Con saco animal print y espíritu rockero, la banda furor de los 80 sigue sacando hits. Suenan “Amor descartable” y “Wadu Wadu”. Pero no hay tiempo para ver el final, el escenario Claro se pone rojo sangre y entre las sombras surge Vicentico. Con una propuesta minimalista, el vocalista de los Cadillacs sigue enamorando con su versión solista. Canta, se saca la campera, juega con los sintetizadores. Suenan “68″, “Creo que me enamoré”. Y en el Quilmes arranca El Cuarteto de Nos.
Todavía faltan Eruca Sativa y Los Pericos en el Claro, pero muchos se amontonan entre los escenarios principales porque está por comenzar Trueno en el Rock para ponerle un poco de espíritu joven a la propuesta y darle pie a Las Pelotas, en el escenario de al lado. Germán Daffunchio es uno de los más agradecidos del regreso de los shows, del festival. Con la alegría del reencuentro, el vocalista de la banda hace lo que mejor sabe hacer: un show a medida para un festival de rock bien argento. Dedica un tema al “Bocha” Sokol, se ríe de que todos estén esperando a Gorillaz y los manda a “esperar un milagro”, Se pone más sensible con “Personalmente” y combativo con “Capitán América”. Termina su espacio, se pone rojo el reloj que tiene el escenario para marcar tiempos y empiezan las corridas. ya llega Gorillaz.
Fuente: La Nación