Orfandad, pastillas, demonios y un primer álbum que editó porque tenía miedo de morirse y quería dejar “una obra póstuma”. La historia de vida de Dylan León Masa, nacido en Once y criado en Colegiales; el chico que fue señalado como un outsider y hoy renueva la escena del trap nacional.
Cuando el encierro pandémico le puso una pausa obligada al vértigo de sus días y el crecimiento acelerado de su carrera, Dillom pensaba: “Mirá si me muero ahora que por fin pude cumplir mis sueños”. Eso fue hace unos meses y desde ese momento no sólo no murió sino que agotó cuatro shows en el Teatro Vorterix en tiempo récord: cuatro minutos. Sueño cumplido para el rapero de 21 años. Ya no hay entradas para el 27, 28, 29 de abril, ni para el 3 de mayo. La gran repercusión de Post Mortem, su disco debut, el set que dio en uno de los horarios centrales del Lollapalooza -y que lo ubicó como una de las grandes revelaciones del festival- y la expectativa en torno a sus próximos recitales, son su victoria y también su revancha.
Dillom logró esquivar el derrotero de su vida personal para abrirse paso en la música. Su historia familiar, los problemas de adicciones y legales de su madre, las dificultades para integrarse en la familia ensamblada del padre, la propia muerte -a la que cree latente-, el resentimiento, la (falta de) plata y el consumo excesivo de pastillas fueron obstáculos que sorteó para convertirse en una de las figuras más celebradas de la escena musical argentina. Dillom tuvo un recorrido breve pero intenso: apareció a bordo de un trap denso que explotó con su BZRP Music Session. Su llegada a la masividad es la epopeya de un paria adolescente. Dillom transformó su vida errante y plagada de excesos en un trapstar punk mundano que salió del barro y que aún no termina de entender ni de adaptarse a su propio éxito.
“Yo no hablo de mi vida, esa mierda es muy triste / y ahora que tengo plata son más graciosos mis chistes”, dice en Post Mortem, la canción que da nombre al disco y que también marca el pulso de todo el álbum. En un universo construido desde el trap más crudo y el rap tradicional inspirado en Beastie Boys, Dillom expandió su horizonte hacia el pop con momentos melódicos para narrar su propia historia. Las canciones de su primer disco son un cuento de terror inspirado en sus demonios y fantasmas, una vida digna de Lovecraft o Poe. Lejos del tradicional egotrip aspiracional del género, Dillom se muestra incrédulo ante la novedad de la abundancia. Y a eso le suma un aire de reproche a todos esos que hasta hace poco tiempo lo trataron con desprecio: “Es muy fácil que me quieran ahora que no tengo sarna”, canta en Piso 13.
Los principios de Dillom: la música es el camino
Dillom es Dylan León Masa, nació en Once y se crió en Colegiales. A los nueve años tocaba el bajo. Tiempo después formó parte de bandas punk y hardcore. Pero fue dentro del hip hop donde potenció sus propias canciones e imprimió la mugre de su estilo. A los 15, por medio de MH, un pibe que conoció en la plaza donde solía parar, empezó a frecuentar un estudio de grabación en la Villa 31, Retiro. Allí se transformó en el beatmaker y DJ del grupo La 31.
Mientras tanto, lo que pasaba en su casa iba marcando su personalidad. Con los padres separados, el pequeño Dillom rebotaba entre ambos hogares y en ninguno lograba estar a gusto. En uno lidiaba con la violencia y las drogas; en el otro lo hacían sentir afuera por no adaptarse a las reglas y la dinámica de la nueva familia.
“Mi vieja, pobre, hizo lo que pudo y entró en algunas medio oscuras de adicción y depresión. Tenía varios novios que eran medio violentos. Y, bueno, un día, de toda esa mala junta, terminó ella pegada en un caso medio turbio y terminó presa”, contó Dillom a la edición estadounidense de la revista Forbes. Como vivía con su madre, que había quedado detenida después de un allanamiento, Dillon tenía chances de terminar en un instituto de menores. Para evitarlo, se mudó con su padre y su nueva familia. Pero la disciplina religiosa del “nuevo hogar” colapsaba con su espíritu inquieto, así que lo terminaron echando. Esa noche durmió en la plaza.
Las opciones fueron Ushuaia o Misiones, en casas de otros familiares. “Yo lo único en lo que pensaba era en vivir de la música. Entonces dije ‘ni en pedo me voy, allá lamentablemente no hay la misma cantidad de oportunidades que puede haber en Buenos Aires’”, le dijo también a Forbes. Un amigo de la infancia le dio cobijo en su casa. Entre los 15 y los 16, Dillom se sintió un huérfano. Fueron años ásperos, de profundización de su consumo y de un resentimiento fuerte. “Si no me pasa nada bueno a mí, ¿por qué tengo que ser bueno con el resto?”, le dijo a Julio Leiva en Caja Negra.
Siguió componiendo bases instrumentales de las canciones del grupo La 31, mientras pensaba que nadie en la Argentina estaba haciendo la música que a él le gustaba. Para finales de 2017 decidió intentarlo y dio un paso al frente con temas propios. Al año siguiente apareció Dripping, su primer single, y en 2019, el segundo, Superglue. Con furia punk abrazó un trap oscuro: “Era lo que más escuchaba al momento de hacer música por mí mismo. Además, dentro de todo es un género más fácil, no precisás muchas herramientas para llevarlo a cabo. No necesitás muchos instrumentos ni un súper estudio de grabación”, dijo al Suplemento No, de Página/12.
Fueron los primeros esbozos del estilo que supo pulir con el tiempo: una voz filosa y sucia con letras cargadas de sexo, drogas, agresividad y un particular sentido del humor. Su aparición fue novedosa. Y también significó una incomodidad en la escena: lo señalaron como un outsider. Dillom lideró la segunda oleada fuerte del trap argentino -que ya tenía a Duki, Neo Pistea e Ysy A como principales figuras- y renovó la escena local.
Ningún rapero puede solo: cómo se gestó Post Mortem
Aún cuando su nombre ganó peso propio, sería imposible pensar los pasos musicales de Dillom como una aventura en solitario. Junto con Muerejoven, ODD MAMI, Taichu, Saramalacara e Ill Quentin formaron la Rip Gang, un colectivo artístico que incluye a productores, diseñadores gráficos y un equipo de audiovisuales. Y fueron, justamente, colaboraciones con otros artistas las que marcaron el punto de inflexión y el despegue definitivo de su música en términos de audiencia. Primero su Bizarrap Music Session con el estribillo repetido como mantra de “Esto es trash / Lo tuyo es basura” y luego el cruce de mundos con L-Gante, en Tinty Nasty. Dillom floreció en 2019. El año pasado reventó.
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La fama puso sobre la mesa el miedo a morir(se). La muerte de raperos de veintipocos años por el consumo de psicofármacos en los Estados Unidos -Lil Peep, Juice Wrld- lo acercó a un psicosis que combinaba miedo irracional con angustia. Con esa idea en la cabeza y junto al equipo de Bohemian Groove, el sello discográfico que fundaron algunos integrantes de la Rip Gang, se gestó Post Mortem, su álbum debut. Dillom quiso sacar un disco póstumo en vida, una obra con sentido autobiográfico donde quedaría inmortalizado por si moría. Un poco lejos de aquella irreverencia y agresividad inicial, de aquel resentimiento adolescente, Post Mortem también significa un renacer para Dillom.
“Mi idea es unir y abarcar todo el público. Los más pibes ya están en el bolsillo, sé que me van a escuchar. Estoy recontra agradecido, obviamente. Pero siendo que el trap es la música popular de la juventud de hoy en día, a los pibes los tenés seguro. Lo que cuesta más es conseguir a gente grande que te escuche. A mí lo que más me llena es leer comentarios de ‘che, tengo 40 años y me gusta tu música’”, dijo en la entrevista con Forbes.
La llegada a una audiencia masiva por fuera del nicho es, también, un riesgo. En Altavoz, el programa joven de la TV Pública, Dillom estaba siendo entrevistado. El estudio, repleto de fans. El conductor aprovechó y le preguntó a una nena de unos diez años si sabía alguna letra del rapero. Ella cantó con naturalidad: “Lo fumo con falopa, si quieren lo que tengo yo conozco al de la nota”, un fragmento de Opa, uno de los adelantos de Post Mortem. Ese recorte se viralizó en redes sociales y Dillom salió a tuitear: “Dónde vieron que una nena de 10 años cante ‘lo fumo con falopa’ en Televisión Pública y no sea un escándalo. Locura total”. Espantados, los programas de noticias reaccionaron. Ante las críticas, Dillom redobló la apuesta y utilizó la exposición a su favor. Compuso la versión de Opa apta para todo público: pasó de “Lo fumo con falopa, si quieren lo que tengo yo conozco al de la nota” al inocente “Lo tomo con la sopa, también en el colegio yo me saco buena nota”.
“Para mí, estar hoy acá de este lado del escenario es un sueño cumplido”, dijo desde el escenario del Lollapalooza. En una serie de hechos fortuitos, los cambios en la grilla del festival lo ubicaron en horario central y su set fue uno de los más esperados. Una semana después, asomó el monstruo. Los primeros dos shows para presentar Post Mortem en el Vorterix se agotaron en dos minutos. Las dos fechas que agregaron al día siguiente, 1° de abril, se fueron, también, en dos minutos. La cuádruple presentación del disco debut abre una etapa, quizás con destino masivo. Pero es, sin dudas, la revancha de Dillom.
Fuente: ElDiarioAR