De entre la descomunal cantidad de estafas que nos amenazan por Internet, posiblemente una de las primeras estafas que llegó a popularizarse a nivel global fue la conocida como «estafa del príncipe nigeriano».
Si llevas un par de décadas siendo usuario del correo electrónico y/o de las redes sociales, sin duda te habrás cruzado en alguna ocasión con un mensaje que podría resumirse en los siguientes términos:
«Hola. Soy príncipe/millonario de Nigeria que necesita trasladar suma importante dólares al extranjero con discreción. ¿Podrías mandarme ahora un poco de dinero y yo a cambio te daré mucho, pero más tarde?».
Básicamente, esta estafa consiste en que el cibercriminal se hace pasar por alguien adinerado y respetable que, a causa de la guerra y/o la persecución política, necesita desesperadamente sacar una gran cantidad de dinero de su país y solicita tu ayuda confidencial (incluido un pequeño pago por adelantado por tu parte) para superar alguna supuesta traba burocrática a cambio obtener más tarde un porcentaje significativo de la fortuna.
Una vez la víctima ‘pica’, el ‘príncipe’ le irá pidiendo más y más ‘pagos por adelantado’ (siempre hay alguna nueva traba burocrática que alegar) hasta que el primero sea consciente de que ha sido víctima de una estafa (o se quede sin dinero).
No importa que el supuesto príncipe jamás llegue a aclarar cómo ha dado, concretamente, contigo y con tu cuenta de e-mail/redes sociales: a los crédulos les ciega ‘la oportunidad’, y los escépticos descartan el mensaje como un timo mucho antes de tener que hacerse esa pregunta.
El papel de Nigeria en todo esto
Curiosamente, al menos en los primeros años de difusión de esta estafa, había un detalle del mensaje que era totalmente verídico: detrás del mismo había algún nigeriano desesperado por culpa de la guerra y/o la corrupción. A comienzos de los 90, los jóvenes nigerianos se enfrentaron a dos fenómenos simultáneos: un desempleo galopante en un país carente de Estado del Bienestar…
…y el auge de los cibercafés en el país, que facilitaba un acceso a los envíos de e-mails por un costo muy bajo. En resumen, que las ciberestafas (y, con el tiempo, la ciberdelincuencia en general) se convirtieron en una profesión de último recurso para muchos de ellos… y lo ha seguido siendo hasta el día de hoy, pese a la mejora económica experimentada desde entonces por el país.
De hecho, Wired, en un artículo publicado hace ahora un año (‘La larga sombra de la estafa del príncipe nigeriano‘) recogía unas declaraciones de Olubukola Stella Adesina, profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad de Ibadan (Nigeria), en la que afirmaba que, para las instituciones financieras internacionales
«ahora los cheques bancarios nigerianos ya no son instrumentos financieros internacionales viables. Los proveedores nigerianos de servicios de Internet y de correo electrónico ya están en las listas negras de los sistemas de bloqueo de correo electrónico en Internet. Algunas compañías incluso bloquean segmentos completos del tráfico online que se origina en Nigeria».
El príncipe se fue, la estafa queda
Hoy en día, por supuesto, el ‘príncipe nigeriano’ es una figura desgastada por su gran popularidad, y es raro verlo utilizado como ‘gancho’ en nuevas estafas. Pero el esquema básico de la misma se ha reutilizado una y otra vez desde entonces cambiando el envoltorio. Primero vino su ampliación al resto de África: el ‘príncipe’ podía ser ya de cualquier país subsahariano.
Más tarde, empezaron a llegar innovaciones: se hizo famoso el uso de Aisha Gaddafi (una persona real, hija del destronado dictador de Libia) como forma de convencer a los receptores del mensaje de que podrían hincarle el diente a la fortuna oculta del fallecido líder magrebí. Luego el esquema se repitió en la estafa del militar de Irak y finalmente se ha terminado aplicando incluso al ‘timo del amor’.
Cuando el ‘príncipe nigeriano’ era ‘el prisionero español’
Sin embargo, el origen de esta estafa va mucho más allá de Nigeria y de la época de Internet: ya en la época de las Guerras Napoleónicas, hubo personas que —al norte de los Pirineos— denunciaron haber recibido cartas de compatriotas de supuesta buena posición económica (a veces se hacían pasar también por familiares lejanos) que decían encontrarse en prisiones españolas sin poder acceder a su fortuna, prometiendo recompensar generosamente a la potencial víctima si les hacía llegar una pequeña cantidad para sobornar a sus carceleros y permitir así que les liberasen.
Aun sin toda la tecnología de por medio, la rentabilidad de la estafa para estafador y estafado era muy similar a la actual.
Imagen | Póster de ‘El príncipe de Zamunda’ (Paramount Pictures), Tumisu en Pixabay