Son pocas las superproducciones de Hollywood que no han funcionado por debajo de lo esperado durante los últimos tiempos y todo apunta a que ‘Moonfall’, el regreso al cine de catástrofes de Roland Emmerich, no va a ser una excepción. Al menos eso indica su pinchazo en la taquilla de Estados Unidos.
A su manera, podría decirse que este tipo de cintas tocaron techo con ‘2012’, todavía hoy una de las películas más taquilleras de todos los tiempos que no forme parte de una franquicia o sea una producción animada. El modelo Emmerich ha ido perdiendo tirón entre el público desde entonces y no me sorprendería que ‘Moonfall’ fuese su última aportación al cine de catástrofes.
Ya no es especial
Algo que tiene en su contra es que este tipo de película ha perdido su categoría de evento. Ha llegado un punto en el que da la sensación de que todas estas superproducciones se parecen más de la cuenta y seguro que habéis escuchado más de una vez referirse a ‘Moonfall’ como una especie de grandes éxitos de las películas sobre el fin del mundo de Emmerich. Eso no es algo necesariamente malo, pero tampoco invita a estar ansioso por verla.
Reconozco que yo ya me cansé con ‘2012’, una película muchísimo menos entretenida de lo que debería haber sido y de la que solamente recuerdo con cierto cariño la breve aparición de Woody Harrelson. Tras la mala experiencia con ‘Independence Day: Contraataque’, temía que me sucediera lo mismo con ‘Moonfall’. No voy a decir que acabase encantado con ella, pero hay algo refrescante en su completa falta de vergüenza.
Hay algo curioso que sucede en ‘Moonfall’, y es que Emmerich juega al mismo tiempo la baza del dramatismo y la del disparate. Es como si quisiera ser ‘Deep Impact’ y ‘Armageddon’ al mismo tiempo, prescindiendo por completo de cualquier lógica científica en la misión para intentar salvar la Tierra y en paralelo incidiendo en su lado más trágico por lo que parece algo completamente inevitable.
Ese mezcla imposible es algo que ‘Moonfall’ logra equilibrar con cierta fortuna durante sus dos primeros actos. La película tiene entonces la suficiente energía para que uno no se aburra y además presta algo más de atención a sus personajes, seguramente por querer jugar la baza de contar con rostros conocidos que puedan elevar el interés del público hacia lo que sucede en pantalla.
Pero sí cumplidora
Lo curioso es que eso también limita a ‘Moonfall’, ya que su atractivo como divertimento nunca se explora en profundidad, apoyándose sobre todo en el conspiranoico interpretado por John Bradley, a quien quizá conozcáis más por su papel como Samwell Tarly en ‘Juego de Tronos’. Es también a través de él cuando queda claro que a este nuevo largometraje del director de ‘El día de mañana’ no le interesa tanto la verosimilitud como el espectáculo, porque por lo demás quizá tiene un puntito ligeramente macarra con Patrick Wilson canalizando a su Chris Pratt interior, pero poco más.
Ahí también sucede algo llamativo, ya que ‘Moonfall’ probablemente no sea todo lo espectacular que uno esperaría de una superproducción con un coste de casi 150 millones de dólares. Y es que la presencia de los efectos visuales es más reducida durante su primera hora, confiando en que sus personajes sean los que enganchen al público.
Quizá por ello es entonces cuando todo resulta más dinámico. No es que sea memorable -y sospecho que habrá quien lo vea hasta aburrido porque simplemente está viendo la película para ver destrucción sin parar-, pero tampoco es lo suficientemente estúpida como para tomárselo a broma ni tan grandilocuente que se haga pesada. Esto es algo que se va perdiendo según pasan los minutos hasta que llega un punto en el que Emmerich da un salto al vacío sin red, siendo ahí donde peor funciona ese cóctel de disparates y dramatismo que propone en todo momento.
Con todo, se agradece que alguien sea tan atrevido como para intentar vender al público una serie de ideas que en la vida real sería propias de algún foro de amantes de las teorías de la conspiración. De hecho, a veces da la sensación de que es una película de catástrofes orientada a ellos mientras al resto hace creer que se trata de otra más del género.
Habrá quien pueda ver eso como una extensión de la vertiente más enloquecida de la película, pero lo cierto es que lo trata con respeto dentro del disparate reinante. Todo aliñado con un buen despliegue de efectos visuales pero que se siente demasiado familiar. A fin de cuentas, tampoco hay tantas formas de mostrar cómo colapsa nuestro planeta.
Hace falta más
‘Moonfall’ es una competente película de catástrofes, un aceptable pasatiempo que quiere jugar al mismo tiempo la carta del drama y del exceso. El problema es que actualmente necesitamos algo más que eso. Queremos espectáculos sin igual y lo nuevo de Roland Emmerich no llega a serlo, dejando claro que quizá Hollywood tenga que replantearse este tipo de cine. El reciente fenómeno de ‘No mires arriba’ también apunta en esa dirección.