Cuando a finales del mes de junio comenté el arranque del inesperado reboot de ‘Perry Mason’, hice mención al enorme distanciamiento en términos técnicos y creativos de las producciones HBO con el resto de series de la competencia —recordemos aquello de —It’s not TV, it’s HBO»—. Una constante en la cadena que, pese a ser algo habitual, no impidió que el *show me sorprendiese gratamente al no esperar prácticamente nada de él, convirtiéndolo casi en uno de esos «tapados» que llegan sin hacer ruido para hacerte caer rendido ante ellos.
Hoy, después de haber disfrutado su electrizante octavo episodio, que marca el final de la primera temporada, no puedo menos que celebrar aún más si cabe la renovación para una segunda etapa que, probablemente, no sorprenderá de igual modo, pero que ya espero como uno de los estrenos más destacados del próximo curso televisivo. Pero antes de adelantar las sorpresas que nos esperan, con suerte, el año que viene, vamos a ver qué ha ocurrido en el soberbio ‘Chapter Eight’.
Verdad y justicia
Si el debut del bueno de Perry como abogado en el sexto capítulo, sumado a la continuación del litigio contra Emily Dodson en el siguiente episodio, ya apuntaban a uno de los dramas judiciales más intensos y emocionantes que hayamos visto tanto en la gran como en la pequeña pantalla durante los últimos años, lo acontecido en este ‘Chapter Eight’ reafirma esta idea.
El director Tim Van Patten, escudado en la fantástica interpretación de un Matthew Rhys que grita Emmy a los cuatro vientos, me ha mantenido al borde del asiento durante poco más de una hora que ha transformado el juzgado de Los Angeles en una especie de combate de boxeo dialéctico rebosante de esquivas, golpes bajos y jugadas maestras que, para alegría de nuestros protagonistas, ha resultado en una victoria —a los puntos— para Mason y su clienta.
El abogado defensor tenía todas las cartas a su favor de cara al cierre de temporada. Posee toda la verdad en sus manos, pero, tal y como reflexiona en una escena concreta, puedes tener toda la verdad de tu lado, pero, si no lo pruebas, no existe. Y esto es, precisamente lo que ocurre al subir a Ennis al estrado —algo que no llega a ocurrir realmente, ya que es tan sólo una representación que teoriza sobre lo que podría ocurrir en el juicio—; arrinconando al responsable directo de la muerte de Charlie Dodson intentando forzar una confesión que nunca llega por la falta de evidencias.
Situaciones desesperadas implican medidas desesperadas, y el siguiente paso lógico para intentar salir airosos del proceso es llevar a la propia Emily Dodson como testigo; una maniobra muy arriesgada que un Mason desesperado rechaza en un primer momento —después de comportarse como un cretino con Della—, pero que deriva en un testimonio de la acusada sobrecogedor. Emily no fue más que una mujer utilizada. Una madre que no tuvo más que un amor en su vida: su hijo.
El fiscal Barnes, opositando a convertirse en uno de los antagonistas más despreciables de la televisión actual, vuelve a contraatacar con la misma carta del sensacionalismo y el menosprecio a Dodson como mujer y como persona, generando una nueva reacción contradictoria entre los miembros del jurado. Por suerte, nuestro Perry Mason ofrece un alegato final en el que los conceptos de verdad, justicia y venganza, conducen a un jurado no todo lo incorruptible que debería ser a declararse incapaz de llegar a una decisión.
El juicio se declara nulo. Emily Dodson es libre. Perry Mason lo ha logrado. Pero aún quedan unos cuantos cabos sueltos que cerrar…
Un nuevo inicio
El fin del caso sobre la muerte de Charlie Dodson abre paso a un nuevo status quo para el nutrido surtido de personajes de ‘Perry Mason’, comenzando por un Pete que informa al abogado que, a partir de ahora, trabajará para Burger como investigador con la intención de tumbar la Radiant Assembly of God debido a su financiación irregular; algo que no deja a Mason —ni a mi como espectador— demasiado contento, pero que se endulza con la muerte de Ennis a manos de Holcomb. Justicia poética o un «perro come perro» en toda regla, según se mire.
Por otro lado, con la Hermana Alice a la fuga, lo que queda de susodicha institución religiosa se adapta a la situación estirando el chicle de la resurrección del pequeño Charlie. Durante una de las salidas del juzgado, un hombre da un sobre a Emily Dodson que contiene una huella del pie de un bebé. Cuando la mujer acude a Birdy, la madre de Alice, esta le da a la criatura que vimos en el séptimo episodio y que hacen pasar por Charlie. Emily es consciente de que no es su hijo, pero acepta el trato y recorre la carretera junto a los restos de la Radiant Assembly of God vendiendo el milagro.
¿Y qué hay de nuestro equipo favorito? Perry, Della y el agente Paul Drake regresan al despacho de E.B. Jonathan para convertirlo en «Perry Mason and Associates» —sólo hasta que Della consiga su licencia de abogada—, con Drake haciendo las veces de investigador ahora que su mujer ya ha dado a luz y está segura en la ciudad. Un nuevo comienzo para Mason que, tras encontrarse con Alice por última vez y dar por sentado que sus destinos pasan por permanecer solos, ya tiene un nuevo caso sobre la mesa con nombre y apellidos: Eva Griffin.
‘El caso de las garras de terciopelo’
Con todas las subtramas cerradas con gran acierto, ‘Perry Mason’ nos da un aperitivo de lo que podemos esperar de su continuación únicamente con el nombre de la nueva clienta. Eva Gardner es un personaje de la primera novela de Mason firmada por Erle Stanley Gardner, ‘El caso de las garras de terciopelo’ —adaptada al cine en 1936 por William Clemens—. En ella, Eva Belter —alias Griffin— es fotografiada saliendo de un casino ilegal con un político, y decide pedir ayuda a Mason para jugar todas las cartas que cabría esperar de una femme fatale de tomo y lomo.
Con este planteamiento, y después del maravilloso viaje que me ha ofrecido esta primera temporada, no puedo esperar a regresar a la Norteamérica de la Gran Depresión de la mano del abogado defensor más famoso del medio catódico.