Si es posible, sacar el pollo de la nevera unos minutos para que se atempere y secar con papel de cocina. Precalentar el horno a 190ºC, lavar los limones (necesitaremos 1 o 2, según tamaño), exprimir el zumo y reservar uno para rallar la piel fina. Rallar o picar muy fino el ajo. Lavar y secar la lechuga.
Colocar las rebanadas de pan (esta receta es perfecta para aprovechar una barra mediocre ya algo rancia) en una fuente, pintar con dos cucharadas de aceite, salar ligeramente y hornear 10-15 minutos, dándoles la vuelta a mitad del tiempo. Deben quedar muy doradas y crujientes, sin quemarse.
Batir en un cuenco tres cucharadas del aceite restante con el zumo de limón, la ralladura, el orégano, el ajo, los copos de chile y 1/2 cucharadita de sal. Reservar.
Calentar una buena sartén o tipo skillet con el aceite restante, salpimentar el pollo y dorar a fuego medio-fuerte hasta que quede dorado por ambas caras, girándolos solo una vez; serán unos 5-7 minutos por cada lado.
Agregar 60 ml de agua, tapar y mantener la cocción unos entre 5-10 minutos, según el grosor del pollo. Comprobar que no está aún crudo por dentro con un pequeño corte o un termómetro de carnes y retirar.
Echar la marinada de limón por encima, mezclando bien todas las piezas. Disponer una fuente con la base de lechuga, añadir el pollo y repartir el pan crujiente roto en piezas con las manos. Si se desea, añadir un poco más de orégano, pimienta o ralladura de limón.