Las secuencias ordenadas y ubicadas en el propio ritmo de realidad de una ficción son a menudo mayoría frente a los pensamientos caóticos e irracionales que asaltan en la vida real
La mente juega malas pasadas a menudo y el orden no es precisamente su fuerte, con pensamientos que muchas veces pueden ser una lluvia caótica y se alejan de un proceso puramente racional. En el audiovisual, los flashbacks, esos recursos que se utilizan para mostrar ante el espectador algo que no se ha visto en pantalla o para refrescarle la memoria de un suceso anteriormente contado, ejercen muchas veces el papel de responsable visual para exponer el viaje por el pasado de cierto personaje.
Con un recuerdo centrando la acción del flashback, en ocasiones brotan imágenes mucho más confusas en lugar de la secuencia ordenada a la que se ha acostumbrado más la vista del espectador de forma genérica.
Por definición, el momento en el que un flashback se hace realidad en pantalla suele estar caracterizado por el ritmo habitual de escenas que están ocurriendo a tiempo real en el universo ficcional, aunque lo cierto es que si se habla de recuerdos o del pasado desde el prisma de un personaje, poco o nada están definidas esas imágenes por lo que se percibe en el tiempo presente, sino que son más bien borrones.
¿Alguien es capaz de acordarse de lo que experimentó en un año cuando tenía, por ejemplo, una edad de 10? ¿12 o 14 años? Probablemente, lo que se viene a la cabeza para la mayoría serán ‘flashes’ de imágenes puntuales y pequeños detalles, como una sucesión de momentos muy rápidos que igual que vienen se van.
Así, los viajes al pasado están llenos de cierto caos dulce si se tratan de recuerdos bonitos o de un desorden tumultuoso si van más al hilo de una experiencia traumática, ambos sin una cronología precisa que lucir. Dos ejemplos visuales en lo que a películas se refiere pueden ser el reciente biopic de ‘Elvis‘ dirigido por Baz Luhrmann y que se ha estrenado recientemente en streaming, o, en un polo totalmente contrapuesto, el ‘thriller’ político sobre el asesinato de John Fitzgerald Kennedy en 1963 de Oliver Stone, ‘J.F.K.: caso abierto’, que ha tenido en este 2022 una suerte de continuación con el documental ‘J.F.K.: caso revisado’.
En el caso del retrato del rey del rock, de la que ya se ha hablado ampliamente por su potencial visual y sus continuos juegos y cambios a nivel de montaje, se puede apreciar antes de que el que el cantante vaya a subirse por primera vez con su banda al escenario que le asaltan imágenes de cuando era niño y se colaba en todos aquellos recovecos en los que la música soul se abría paso en Memphis, Tennessee, la ciudad en la que vivió buena parte de su infancia.
Ese viaje al pasado es un deleite de imágenes dispuestas casi a modo de un sueño no vivido, con escenas conectadas entre sí de forma vertiginosa con barridos circulares. Esa estructura da la sensación al espectador de haberse instalado justo en el tren de pensamiento del personaje, lo que envuelve el ‘flashback’ de un cariz especial.
Por su parte, la teoría del asesinato del expresidente estadounidense Kennedy expuesta por Oliver Stone en los 90 se aprovecha del propio contexto de la época de la acción para darle un mayor empaque a los recuerdos de los testigos con los que habla el personaje de Kevin Costner, el fiscal del distrito de Nueva Orleans.
La línea de tiempo de la supuesta conspiración contra Kennedy se nutre básicamente de imágenes distorsionadas por la necesidad también de alimentar el puzzle del misterio. Aun así, la película da espacio a la visión de los personajes, sin perder el formato estilístico de la imagen, de recuerdos que unos querrían borrar o de momentos que nunca se olvidarán por haber sufrido manipulación.
También hay relatos que muestran con similar confusión cómo la mente humana recuerda, por ejemplo, a una persona fallecida cuando han pasado ya varios años, del que puede que su voz se haya perdido incluso por el camino, convirtiéndose en un esfuerzo el recordar el tono con el que hablaba esa persona. Son pocos, normalmente, los recuerdos cotidianos que logran resistir al paso del tiempo de la vida compartida con esa persona que ya no está, y es más factible quedarse de forma común con las experiencias más importantes vividas con esa persona o con las grandes dificultades que juntan también en el camino.
Aun así, de igual modo que un día cualquiera la mente recuerda aquellos helados favoritos que se comían durante la infancia o el baile que se ensayaba en el instituto, pueden asaltar detalles nimios de esa vida pasada. En ‘El árbol de la vida‘, la película de Terrence Malick que protagonizaron Jessica Chastain, Brad Pitt y Sean Penn, son precisamente los instantes que pasan más desapercibidos los que unen de forma alterna la línea del presente con la del pasado, confundiendo en ocasiones al espectador con una línea temporal tan inconexa y llena de momentos aislados como es la mental.
Llamadas irracionales de la mente, formato película
Cuando el viaje de un personaje se revela como un plano mental más que un recorrido pegado a la mirada externa de su vida también se brinda la ocasión al espectador de ver de forma visual los deseos más ilógicos e irracionales que se pueden llegar a tener. La última película que estrenó la directora francesa Céline Sciamma, ‘Petit maman‘, se descubre rápidamente como una buena muestra de ello.
Antes de hablar más en profundidad de esta cinta, ¡cuidado con el spoiler si no quieres saber nada de ella!
El caso es que Sciamma, después de haber mostrado en ‘Retrato de una mujer en llamas‘ cómo a la pintora Marianne le atormenta la visión de Héloïse, de la que está enamorada, vestida de novia ante su inmediata boda, crea en ‘Petit maman’ una especie de cuento en la que una niña de 8 años, Nelly, acaba conociendo y haciéndose amiga de la niña que fue su madre en su infancia. Todo esto después (y a la par) de que su madre actual, la adulta, se distancie de ella y no le dirija prácticamente la palabra tras la muerte de su progenitora, la abuela de la niña.
La película acaba siendo, en resumen, un juego al servicio de la niña protagonista, como si el público estuviera dentro de su cabeza en la que nada tiene sentido y no se sabe a ciencia cierta qué es lo que está ocurriendo. Más allá de grandes tramas estructuradas de esta forma, es bonito encontrarse con una imagen mental en una película cuando menos se pueda esperar, al igual que sucede en la realidad mientras se está haciendo cualquier cosa y de repente asalta un pensamiento.
Esto es lo que pasa, por ejemplo, en ‘La peor persona del mundo‘, de Joachim Trier, cuando Julie, la protagonista, sale corriendo mentalmente de su rutina con el simple gesto de dar a un interruptor en su cocina. Todo ello para hacer realidad, al menos en una dimensión, lo que realmente desea. ¿No es algo que hemos pensado todos a diario? ¿Escapar al mundo soñado?