Hace
unos
días
me
llegó
un
recuerdo
de
estos
de
Facebook
del
año
2014,
cuando
yo
vivía
en
Bogotá,
Colombia,
desde
donde
reportaba
de
tecnologías
para
otra
revista
online.
Había
estado
en
el
(enorme)
evento
de
prensa
de
la
presentación
de
uno
de
smartphones
de
aquel
momento
y,
a
mi
vuelta
a
casa,
compartí
mi
indignación
por
lo
que
había
escuchado
aquella
noche.
La
reconocida
empresa
fabricante
había
comentado,
para
convencer
a
los
periodistas
de
lo
impresionante
que
era
aquel
dispositivo,
que
usarlo
haría
la
vida
de
la
gente
más
segura;
los
ayudaría
a
estar
más
en
forma;
y
les
daría
mayor
calidad
de
vida.
Hace
más
de
10
años
de
eso
y
las
empresas
tenían
una
meta
por
delante
muy
grande:
convencer
a
la
gente
de
gastarse
cientos
y
cientos
de
euros
en
smartphones
y
dejar
de
lado
de
su
móviles
básicos
y
sus
formas
de
comunicarse
de
toda
la
vida.
En
mi
indignado
comentario
en
Facebook
yo
preguntaba
si
alguien
creía
que
estar
conectados
más
horas
al
mundo
digital,
a
las
redes
sociales,
al
trabajo
y
los
mails,
un
fin
de
semana,
un
día
de
playa
o
un
día
en
la
montaña
nos
podría
dar
calidad
de
vida.
Cuando
leí
ese
texto
de
mi
yo
del
pasado,
solo
pude
echarme
de
menos.
Los
tiempos
cambian,
las
ansiedades
también
Esperé
hasta
casi
2017
para
tener
un
smartphone
y
usarlo
conectado
a
los
datos
móviles
(la
primera
vez
que
heredé
uno
en
2016
decidí
que
no
le
pondría
datos
y
solo
me
conectaría
con
wifi
que
en
aquellos
momentos
era
algo
más
escaso
que
ahora,
que
está
en
todos
lados)
y
ahora
vivo
pegada
a
un
móvil.
Y
confirmo
aquellos
presagios
míos.
No
creo
que
me
dé
calidad
de
vida
tener
la
opción
de
estar
conectada
a
las
redes
sociales,
a
los
mensajes
que
me
llegan
constantemente
y
a
la
información
y
a
los
mails
en
cualquier
momento.
Más
que
eso,
ahora
no
es
solo
que
yo
mire
el
móvil
a
menudo,
es
que,
en
general,
se
espera
que
las
respuestas
sean
rápidas.
Los
tiempos
han
cambiado.
Sí
me
da
más
seguridad
pero
también
más
estrés.
Por
ejemplo,
en
mi
vida
pre-smartphone,
mi
familia
podía
comenzar
a
preocuparse
si
estaban
cinco
días
sin
saber
nada
de
mí
cuando
yo
vivía
fuera
de
Asturias.
Sabían
que
no
siempre
me
conectaba
a
las
redes
sociales
cuando
estaba
delante
de
mi
PC
para
trabajar
y
que
si
no
escribía
era
porque
estaba
a
otras
cosas.
Ahora
si
llego
a
mi
destino
de
viaje
y
no
lo
informo
o
si,
estando
viviendo
fuera,
paso
días
sin
responder
se
van
a
preocupar
con
total
razón:
saben
que
mi
smartphone
está
ahí
a
mi
lado
porque
lo
uso
para
mil
cosas
necesarias
del
día
a
día.
Yo
también
me
preocuparía
si
alguien
muy
cercano
se
va
a
la
otra
punta
del
mundo
y
pasa
días
sin
dar
una
señal.
Por
otro
lado,
antes,
hasta
no
hace
mucho
tiempo,
para
quedar
con
alguien
fijábamos
un
día,
hora
y
sitio
y
listo.
Ahora
los
planes
se
van
haciendo
más
sobre
la
marcha.
Si
alguien
va
a
llegar
tarde,
avisa
un
rato
antes
para
que
la
otra
persona
espere
a
ir
al
punto
de
encuentro
y
eso
no
es
de
mala
educación.
Por
tanto,
sin
un
móvil,
incluso
algo
tan
básico
como
quedar
se
complica
más.
Yo
recuerdo
que
los
últimos
años
sin
smartphone
comencé
a
tener
ese
problema.
La
gente
me
decía:
y «cómo
te
aviso
si
llego
tarde»,
o «dónde
te
encuentro
si
no
puedo
llegar
a
la
hora».
Yo
les
daba
el
número
de
otra
persona
que
saliera
conmigo
para
que
se
comunicaran
esos
imprevistos.
Por
lo
que
yo
no
tenía
WhatsApp,
pero
sí
dependía
de
que
los
demás
alrededor
mío
lo
tuvieran.
Viajar
el
mundo
sin
mirar
el
móvil
para
todo
También
añoro
recorrer
países
sin
usar
Google
Maps
o
encontrar
alojamientos
pateando
las
calles
de
ciudades
nuevas
y
preguntando.
Gracias
a
eso,
al
cara
a
cara,
me
quedó
en
sitios
geniales
que
no
se
anuncian
en
Internet.
En
San
Cristóbal
de
las
Casas,
un
lugar
precioso
en
Chiapas,
al
sur
de
México,
hice
una
familia
mexicana
en
un
hostal
que
encontré
mientras
caminaba
calles
preguntando
por
los
precios
de
una
noche.
Ahora
dependo
demasiado
de
Booking
o
de
Airbnb,
de
las
opiniones
de
otros
viajeros,
de
las
ofertas
que
en
esos
portales
se
ofrecen…
Igual
que
dependo
demasiado
de
Maps.
Sé
que
es
culpa
mía,
y
que
puedo
ignorar
el
mapa
y
poner
más
atención
por
donde
camino
para
ubicarme
mejor
o
simplemente
ir
preguntando
o
perdiéndome
a
veces,
pero
recurro
a
esa
app
sin
recordar
en
muchas
ocasiones
que
puedo
recorrer
ciudades
sin
depender
de
esa
orientación,
porque
fue
lo
que
hice
durante
muchísimos
años.
El
agotamiento
de
estar
siempre
conectada
Es
absurdo,
pero
algo
que
recuerdo
con
nostalgia
son
aquellos
momentos
en
los
que,
viajaba
con
mi
mochila
y
me
subía
a
un
autobús
15
horas
para
cambiar
de
ciudad.
Era
un
momento
de
desconexión
absoluta
que
ahora
mismo
no
sé
hacer.
Leía,
escribía
o
solo
pensaba
y
descansaba.
Desde
antes
de
que
se
pusiera
de
moda
el
teletrabajo,
yo
trabajo
online
y
ya
era
activa
en
redes
sociales
y
en
las
antiguas
herramientas
de
mensajería:
al
tener
lejos
a
familia
y
amigos
era
la
mejor
forma
para
estar
en
contacto.
Por
eso,
ya
sabía
lo
que
podía
suponer
de
agotamiento
a
veces
estar
conectada
varias
horas
al
día
y
estar
atenta
a
recibir
mensajes
por
si
algo
podía
haber
pasado.
Pero
tenía
la
baza
de
no
tener
conexión
fuera
de
casa
o
de
los
lugares
donde
hubiera
internet
y
yo
conectara
mi
PC
para
trabajar,
porque
así
lo
hacía.
Ahora,
hay
días
que
me
levanto
por
la
mañana
con
mensajes
de
15
personas
diferentes.
Dejar
sin
responder
no
me
gusta,
pero
muchas
veces
lo
hago
sin
querer.
Hay
veces
que,
en
el
proceso
de
responder
los
primeros,
ya
llego
a
un
punto
que
se
me
olvida
el
resto
y,
semanas
más
tarde
veo
que
alguna
amistad
me
contó
algo
y
que
su
conversación
quedó
en
el
listado
de «no
respondidos»
que
crece
con
los
días
inevitablemente.
Sí
que
me
da
más
seguridad.
Ahora
si
salgo
por
la
noche
a
hacer
algo
en
una
gran
ciudad,
me
agarro
tranquilamente
un
transporte
de
una
aplicación
y
no
me
muero
de
estrés
en
un
taxi
con
un
conductor
desconocido
(de
hecho,
en
mi
era
pre
smartphone
sufrí
acoso
sexual
de
taxistas
en
un
par
de
ocasiones)
o
no
me
quedo
sin
salir
por
evitar
ese
trance.
Pero
no
me
dio
tranquilidad
el
móvil.
Al
contrario.
Vivo
sobreinformada
y
con
la
necesidad
de
que
tengo
que
responder
mensajes,
porque
qué
feo
es
dejar
a
la
gente «en
visto».
Voy
a
pasar
menos
tiempo
conectada
Por
ahora,
he
ido
tomando
pequeñas
medidas.
Hace
mucho
que
no
tengo
acceso
al
Facebook
desde
mi
smartphone.
Y
casi
no
accedo
nunca
a
los
mensajes
de
Messenger.
Quien
quiera
escribirme
algo
urgente
o
importante
recurrirá
a
usar
el
WhatsApp
o
eso
pienso.
Y
desde
hace
unas
semanas
quité
la
app
de
Instagram
y
ya
me
siento
mucho
más
descansada.
Pierdo
menos
mi
tiempo
de
descanso
viendo
Reels
y
no
tengo
tanta
información
de
conflictos
internacionales
y
masacres.
Obviamente
leo
prensa
a
diario,
por
lo
que
ni
vivo
ajena
al
mundo
ni
quiero,
pero
la
información
que
recibo
está
más
limitada
así.
Estando
estos
últimos
meses
en
Ciudad
de
México
también
decidí
no
comprar
datos
móviles.
De
todos
modos,
en
la
ciudad
hay
wifi
gratis
en
casi
cualquier
lugar
(Internet
para
Todos),
por
lo
que
mi
plan
de
desconexión
no
ha
funcionado
muy
bien
en
ese
respecto.
Imagen
|
Foto
de
ROBIN
WORRALL
en
Unsplash