Bob Pop solo ha tenido que mirar hacia atrás para crear una de las series más emocionales de la temporada. ‘Maricón perdido‘ supone una suerte de exorcismo ficcionado de sus recuerdos, de los mejores y también de los menos buenos, que llega a TNT en forma de serie. Pero no de una serie cualquiera.
Viviendo en la era Pop
Entre la década de los 50 y los 60, la televisión norteamericana vivió su momento de gloria. Durante todo ese tiempo, una generación de espectadores creció delante de la pantalla, y muchos de ellos terminarían saltando al otro lado. No creo que la intención del creador de la serie haya sido la de «criar» a nadie, principalmente porque apenas da tiempo y porque las recomendaciones actuales desaconsejan poner a los críos delante de la pantalla, pero es innegable que ‘Maricón perdido’ es un faro que puede iluminar nuestro camino.
Nadie conoce a Bob Pop mejor que Bob Pop, así que entrar en el juego de espejos que muestra su serie no supone ningún esfuerzo. La narrativa, siempre avanzando incluso cuando los saltos son largos y hacia atrás, marcha a toda máquina durante cada minuto. Pasado y presente viajan de la mano mientras tres generaciones espirituales de Pop nos cuentan verdades y mentiras pintadas de colores fosforitos. Pero la serie no solo es un abrazo a la tolerancia y al respeto, también es un bestial ejercicio de aceptación. El otro día hablábamos sobre el valiente artículo sobre la violación que Ned Beatty había escrito a propósito de su participación en ‘Deliverance’. Bob Pop es otro valiente.
Su valentía no tiene filtro, y eso es algo en lo que él siempre insiste a la hora de venirse arriba cuando llega el momento de las batallitas. Y eso es lo mejor que uno puede hacer. Venirse arriba cuando la vida te da un sopapo inesperado. Uno que dejará secuelas. A la vida, como a su padre (al menos en la ¿ficción? responsable de estas líneas miserables), Pop la torea. A lo que no es tangible lo hace desde detrás de sus gafas, con empuje, enérgico, intolerante ante la intolerancia. A su padre, haciéndolo invisible.
‘Maricón perdido’ no es solo una serie good feeling «bonita». Tiene decisiones de edición y ambientación realmente ambiciosas. Ese recurso de dejar al padre interpretado por Carlos Bardem en la más absoluta invisibilidad es uno de los ejercicios de venganza más viscerales que hemos visto últimamente. Pero el ritmo al que avanza la serie, llena de hallazgos visuales, no se queda atrás. Gran trabajo de Alejandro Marín en la dirección, tan invisible como el padre del protagonista. Puede que lo más difícil del trabajo de un director.
Raro pero bonito
Y luego está el reparto, claro. Gabriel Sánchez y Carlos González se apoderan de manera sutil pero brutal de pequeños tics, gestos reconocibles y maneras del protagonista. Son pequeños detalles, no están jugando a la imitación. Los dos Bobs son frutos de un trabajo actoral de primer nivel. Y además están secundados por una fastuosa e irreconocible Candela Peña. Cada vez que la actriz aparece en pantalla convierte su escena en un tornado de proporciones bíblicas.
Miguel Rellán no necesita más que su presencia y un par de miradas perdidas para que el nudo de la garganta no se deshaga durante las escasas tres horas que ocupa esta hermosa serie, este baño y masaje (y sauna) que propone ‘Maricón perdido’. La forma de deshacer ese nudo es directa e indolora. Magistral. Otro que sabe llevarse la serie a su terreno es Javier Bódalo, un camaleón que lo mismo hace de quinceañero que de treintañero, y que siempre tiñe de misericordia hasta el personaje más desagradable. Alba Flores también disfruta como compañera de viaje pop.
La serie de TNT es un triunfo, un soplo de aire fresco y un amor de verano. Una novela juvenil de bolsillo y un viaje sin nostalgia, siempre optimista, a las etapas de una vida que podría ser la de cualquiera. Una lección de humildad y valentía sobre cómo mirar al abismo sin miedo a que nos devuelva la mirada. Y si lo que vemos no nos gusta, pues ya sabes, cambiamos el final.