La
música
es
el
lenguaje
del
alma,
y
un
lenguaje
universal.
Las
calles
de
ciudades
grandes
y
pequeñas
de
medio
mundo
tienen
músicos
de
todo
tipo
que
se
ganan
la
vida,
lo
hacen
por
hobby
o
para
entretener
en
un
acto
que
haría
estremecer
a
la
SGAE.
En
México,
esa
música
callejera
es
tradición,
una
que
se
mantiene
viva
gracias
a
los
organilleros.
Tienen
un
par
de
siglos
a
sus
espaldas
y
lo
más
triste
es
que
son
el
ejemplo
perfecto
de
la
obsolescencia
natural:
los
organillos
no
morirán
porque
no
haya
nadie
que
quiera
tocarlos,
sino
porque
no
habrá
quien
sepa
repararlos.
El
organillo.
La
figura
del
organillero
puede
que
nos
quede
lejos
ahora
mismo
a
quienes
vivimos
en
Europa.
Es
posible
verlos
en
fiestas
populares
en
algunos
municipios
alemanes,
pero
es
algo
más
anecdótico
y
reservado
a
momentos
concretos
que
otra
cosa.
En
México,
la
cosa
cambia:
allí
se
siguen
escuchando
a
diario
en
ciudades
como
Ciudad
de
México.
También
en
Buenos
Aires
o
Santiago
de
Chile.

Los
cilindros
Lo
curioso
del
asunto
es
que
los
organilleros
nacieron
en
Europa,
como
los
organillos.
Se
trata
de
un
instrumento
mecánico
portátil
que
se
inventó
en
el
siglo
XVIII,
pero
que
se
perfeccionó
cuando
llegó
a
Alemania
durante
el
siglo
XIX.

La
caja
se
puede
adornar
con
los
motivos
que
se
quiera
Es
un
instrumento
mecánico
con
cilindros
que
tienen
protuberancias
o
perforaciones.
Estos
cilindros
giran
gracias
a
la
acción
de
una
manivela,
y
activan
a
su
paso
una
serie
de
lengüetas.
Al
hacerlo,
un
fuello
interno
expulsa
aire
a
través
de
tubos,
que
son
los
que
producen
las
notas
musicales
a
la
altura
y
ritmo
predefinido
debido
al
propio
cilindro.
No
hace
falta
saber
de
música,
vaya,
simplemente
hay
que
girar
la
manivela.
Cruzando
el
charco.
En
Alemania
eran
tremendamente
populares,
pero
también
en
Italia,
Francia,
Países
Bajos
o
España.
Cada
país
podía
adaptarlos
a
sus
canciones
populares
y
los
organilleros
iban
por
las
calles
y
plazas
amenizando
la
estancia
de
los
viandantes.
Era
una
forma
de
popularizar
la
música
y,
en
algún
momento
a
finales
del
siglo
XIX,
llegaron
a
México.
Fue
un
bombazo.
Ganoa.
‘Wagner
y
Levien’
era
una
casa
de
instrumentos
musicales
fundada
por
inmigrantes
alemanes
que
no
sólo
trajeron
los
organillos,
sino
que
los
alquilaban
a
quienes
querían
ganarse
la
vida
tocando
en
la
calle.
Se
seguían
fabricando
en
Alemania,
por
lo
que
había
que
importarlos
y
se
dice
que
el
más
importante
en
este
sentido
fue
Gilberto
Lázaro
Gaona.
Se
estima
que
fueron
250
organillos
los
que
adquirió
en
la
década
de
1930,
coincidiendo
con
el
momento
en
el
que
se
dejaron
de
fabricar
en
Alemania.
Y
son
los
que,
modificados
para
reproducir
música
popular
mexicana,
durante
décadas
han
estado
dando
vueltas
por
las
calles
de
la
ciudad.

Tradición.
Estos
organillos
pesan
lo
suyo.
Algunos
llegan
a
superar
los
50
kilos
y,
aunque
hay
modelos
que
pueden
llevarse
a
cuestas,
lo
más
común
es
apoyarlos
sobre
un
palo
o
en
un
soporte
con
ruedas
que
facilite
el
transporte.
Los
organilleros
llevan
puesto
su
uniforme
tradicional
y
se
dedican
a…
eso,
a
dar
vueltas
a
la
palanca
para
activar
el
mecanismo
y
colorear
de
forma
musical
algunas
de
las
calles
más
transitadas
de
la
ciudad.
Evidentemente,
gracias
a
la
sensibilidad
con
los
animales,
ahora
no
ocurre,
pero
antes
estos
organilleros
podían
llevar
un
mono
que
recogía
los
donativos
y
completaba
el
espectáculo.

Tambiérn
en
Chile
Polémicas
y
contrapolémicas.
Son,
por
tanto,
parte
del
tejido
cultural
de
Ciudad
de
México
y,
como
ocurre
tantas
y
tantas
veces,
hay
turistas
que
no
ven
con
buenos
ojos
esas
tradiciones
locales.
Célebre
fue
el
caso
de
una
turista
estadounidense
que
se
quejó
a
través
de
las
redes
sociales
por
el
sonido
de
este
instrumento.
No
tardaron
en
caerle
críticas
que
no
achantaron
a
la
joven,
aparecieron
defensores
del
oficio
de
los
organilleros,
de
la
importancia
cultural
que
tienen
y,
por
qué
no
decirlo,
también
apareció
ese
celo
por
la
patria
que
a
veces
se
exalta
cuando
nos
sentimos
atacados.
En
extinción.
Ahora
bien,
los
organilleros
parecen
estar
lejos
de
desaparecer,
pero
otro
cantar
es
lo
que
ocurrirá
con
el
organillo.
Debido
al
uso,
posibles
accidentes
y
la
fricción
entre
los
elementos,
estos
organillos
se
desgastan
y
hay
que
repararlos.
¿Recuerdas
las
250
piezas
que
importó
Gaona?
Bien,
se
estima
que
quedan
16
porque
el
resto
se
perdieron,
fueron
robados
o
se
vendieron
a
coleccionistas,
y
esos
16
son
los
que
se
siguen
alquilando
a
los
organilleros.
Y
la
responsable
de
ese
negocio
y
de
su
reparación
es,
como
leemos
en
México
Desconocido,
Marcela
Silvia
Hernández
Cortés,
nuera
de
Gilberto.
Su
marido
era
el
que
llevaba
el
negocio
y
a
ella
nadie
le
enseñó
porque
los
dos
hombres
le
decían
que
se
dedicara
a
la
cocina
cuando
intentaba
aprender
el
oficio.
Legado.
Tras
la
muerte
de
su
marido,
Marcela
aprendió
por
su
cuenta
a
reparar
estos
organillos
que,
si
han
sobrevivido,
es
gracias
a
su
pericia
y
dedicación.
Lo
triste
es
que
no
hay
una
escuela
de
reparadores
de
organillos,
tampoco
piezas
nuevas,
pues
las
fábricas
cerraron
y
la
esperanza
de
la
artesana,
como
comenta
en
TeleDiario,
es
que
sus
nietas
continúen
con
el
legado.
“Es
muy
laborioso,
pero
a
veces
me
quedan
bien”,
comentó
Marcela
en
el
telediario,
quien
también
comenta
que,
más
allá
de
la
tradición,
el
oficio
de
organillero
es
una
oportunidad
para
personas
de
cierta
edad
que
se
han
quedado
sin
trabajo
y
que
no
pueden,
por
el
motivo
que
sea,
acceder
a
uno.
La
del
artesano
es
una
profesión
preciosa
y,
como
vimos
con
la
respuesta
popular
ante
el
vídeo
de
la
turista
estadounidense,
el
papel
del
organillero
es
respetado
y
apreciado
por
los
mexicanos.
Tanto
que
hay
organizaciones
que
trabajan
para
conservar
esta
tradición.
Imágenes
|
RDeminicis
(WMB)
(2),
Jmillan325,
Luisalvaz








































