«En unos años, con ayuda de un aparato que funcionará de forma inalámbrica y quizás se llame Telephotophon, uno podrá sin duda ver y escuchar a su pareja hablar al mismo tiempo. Los ‘modelos de bolsillo’ permitirán seguir una conversación iniciada incluso en un viaje o un paseo«.
Suena a anteayer, reflexiones de los años 70, o quizás, con suerte, de algún visionario de los 50; pero lo que acabas de leer es parte de una crónica titulada «Milagros que nuestros hijos aún pueden experimentar» y se publicó en el diario alemán Berliner Illustrirte Zeitung en… —redoble de tambor— 1928. Hace casi un siglo, poco después de que John Logie Baird empezase a trastear con la televisión electromagnética y cuando aquí, en España, había aún amplias zonas sin luz pública.
Visionarios y gente con buen olfato han existido siempre. Eso no es una novedad. Lo que resulta sorprendente del pasaje del Berliner Illustrirte Zeitung es que ocurre casi lo contrario: a pesar de lo que hoy nos pueda parecer, su autor tampoco fue tan vanguardista al escribir aquellas líneas. Acertó, sí, y perfila con una puntería respetable lo que acabarían siendo los modernos smartphones; pero sus lectores podían encontrarse con algo parecido a lo que describe ya en los años 30.
«Un sueño de la humanidad»
¿Cómo? Fácil. En la Alemania nazi funcionó brevemente un servicio de comunicaciones que, salvando las distancias, puede considerarse el precedente de los modernos Google Meet, Zoom o Skype. A lo largo de la segunda mitad de años 30 el país probó un sistema de videoconferencias, un «Fernseh-Sprech-Verbindung», en alemán, que básicamente permitía hacer lo mismo que tenemos hoy cuando conectamos Zoom: hablar cara a cara con alguien que está a kilómetros.
No era un servicio al alcance de todos los bolsillos, no estaba implantado en todo el país y por supuesto su calidad dejaba mucho que desear; pero desde luego sirvió a la Alemania de Adolf Hitler para sacar pecho y mostrar al resto del mundo el músculo de su sector tecnológico.
El servicio se estrenó hace casi nueve décadas, el 1 de marzo 1936, durante la inauguración de la Feria de Primavera de Leipzig y a las puertas de las Olimpiadas que ese mismo verano centraron la atención de medio planeta en Alemania. Para lanzarlo se escogió la línea que conectaba Leipzig con la capital del país, Berlín, y se orquestó un acto cargado de pompa. Como «maestros de ceremonia» de aquella charla telefónica en la que había que cuidarse de los gestos, bostezos y aspavientos ejercieron el ministro Paul Freiherr von Eltz-Rübenach y el alcalde Carl F. Goerdeler.
«El entretenimiento televisivo a cualquier distancia que se avecina cumple otro sueño de la humanidad: podemos hablar con una persona en un lugar lejano y verla como si estuviera parada frente a nosotros», apuntó von Eltz-Rübenach como colofón a un discurso cargado de retórica épica. No falló en el tiro; aunque para lograrlo quedaba todavía mucho trabajo por delante.
Si von Eltz-Rübenach y Goerdeler pudieron tener una charla «cara a cara» desde la distancia en marzo de 1936 fue, básicamente, gracias a los avances de la década anterior. Dentro y fuera de su propio país. En los años 20 Baird y AT&T habían explorado ya las posibilidades del videoteléfono y en Alemania, en 1929, durante la Gran Exposición de la Radio Alemania, G. Krawinkel mostró que dos personas podían verse mientras mantenían una conversación por teléfono.
La primera línea aprovechó el cable coaxial de televisión tendido entre Berlín y Leipzig y funcionaba con dos pares de intercomunicadores situados en edificios reconocibles de ambas localidades. Ese mismo año el cable y las estaciones se extendieron desde Trebnitz a Nuremberg y, con el paso del tiempo, se avanzó hacia otras regiones urbanizadas del país, como Munich o Hamburgo.
Que estuviese más extendido no significa que estuviese más implantado. Las videoconferencias, como recuerda el Deutsches Ferbseghmuseum, resultaban «exclusivas y caras». Una conexión local costaba 1,5 reichsmark y por una de larga distancia se cobraba el doble que por otra ordinaria de igual duración. El Mundo señala que usar el servicio suponía el 7% del salario semanal.
A pesar de toda su pompa y halo de modernidad, el nuevo servicio tampoco resultaba cómodo: quienes lo usaban tenían que acudir a las oficinas del ReichPost («Fernsehsprechstellen») y situarse frente a la pantalla con el auricular. En cuanto a la calidad de las imágenes de vídeo, se escaneaba a los usuarios con un haz de luz controlado mecánicamente 25 veces por segundo y una fotocélula capaz de capturar 40.000 píxeles. Ni lo uno ni lo otro pareció importar a las autoridades, que, convencidas de su potencial, facilitaron que se puliese a nivel técnico con los años.
El «Google Meet» de la Alemania nazi no tuvo en cualquier caso demasiado margen para mejorar. Con el cambio de década, marcado por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, las autoridades abandonaron el servicio en la ruta entre Berlín, Leipzig y Munich porque la señal de las imágenes interfería con otras emisiones. La propia conflagración impidió que el servicio se beneficiase de mejoras como la que había probado en 1938 G. Krawinkel para el almacenamiento.
El fin de su historia por fortuna no supuso el fin de las videollamadas. En 1952 se presentaba un nuevo dispositivo durante la Exposición de Radio de Londres y en los años 60 la operadora AT&T, de EEUU, lanzaba su propio sistema en la Feria Mundial de Nueva York, el Picturephone, otra invención tan novedosa y adelantada como poco afortunada en su historia. La compañía confiaba en que a finales de los 70 el 85% de las reuniones se hicieran ya por videoconferencia, estimación que se quedó muy lejos de la realidad. El nuevo sistema, sencillamente, resultaba demasiado caro.
Ni en los 70, ni en los 80, ni en los 90; pero la historia de las videoconferencias ha terminado teniendo un final feliz. Con el empujón de la pandemia hoy más que nunca nos conectamos para charlar con nuestros amigos, familia, pareja o, como vaticinaba AT&T, los compañeros de trabajo. Quizás el premio gordo no sea para el sistema del Reich; pero el tiempo ha demostrado que no se equivocaron al apostar por una forma de comunicación que mezclase imagen y sonido.
No lo hizo él. Y tampoco, se ha comprobado, aquella vieja profecía del Berliner Illustrirte.
Imágenes | Fernseh Museum