Tras un engañoso trailer y una también engañosa promesa de que ‘Los muertos no mueren’ es una comedia zombi rebosante de cameos locos, se esconde una propuesta que chapotea en distintos registros de humor. De la parodia clásica al estilo apagado de Bill Murray. Pero que también se atreve a tocar muchos otros palos. Es una propuesta difícil de clasificar, no exactamente una comedia, tampoco excesivamente autoral por parte de Jim Jarmusch, pero que desde luego se confirma como una de las películas más inclasificables de la cartelera.
Lo que hace especial a ‘Los muertos no mueren’, sin duda, es su tono apagado, lejos de la histeria narrativa de comedias más amables como ‘Zombieland’ o más sofisticadas, como ‘Shaun of the Dead’. El film de Jarmusch vibra a una frecuencia bajísima, como si todos los personajes se hubieran contagiado de la apatía existencial de un Bill Murray absolutamente inmerso en ese estilo de comedia construido con infragestos y microrreacciones, y que ya hace indistinguibles a cualquiera de sus personajes.
Jarmusch anima a todos sus actores a que ubiquen a sus personajes en una onda similar, y el resultado es, por ejemplo, la pareja cómica (Bill Murray y Adam Driver) de más baja intensidad de los últimos tiempos. La propia película parece contagiarse también de esa apatía, nada casual, y discurre con un ritmo perezoso, típico de ese Medio Oeste estadounidense que le sirve de escenario, donde nada pasa porque nada puede pasar, y donde incluso cuando los muertos se levantan en lo que muy bien podría ser el principio de un apocalipsis cuasi-bíblico, es obligado tomarse las cosas con calma.
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De hecho, ‘Los muertos no mueren’ cuenta muy pocas cosas. Cómo, un día, los muertos se levantan en el típico pueblo norteamericano de Centerville, y la reducidísima fuerza policial (Murray, Driver y una también estupenda Chloë Sevigny) tienen que hacerles frente, en un fenómeno que podría tener un origen relacionado con el fracking en los polos o no, o con la aparición de una nueva y extraña dueña de la funeraria, Zelda (Tilda Swinton) o no. Pero algo tienen que hacer. O no.
‘Los muertos no mueren’: zombis a cámara lentísima
La película de Jarmusch se va a encontrar, sin duda, con un rechazo frontal de aquellos que busquen en ella una perversión de las normas del cine zombi. ‘Los muertos no mueren’ está más cerca de ser una extraña, sosegada, contemplativa película de muertos vivientes donde las reacciones de los humanos son inusualmente relajadas que de una dinamitación frontal del género. Y eso que queda muy claro que Jarmusch es devoto del fantástico en general (sus coqueteos con el mismo en ‘Dead Man’, ‘Ghost Dog’ o, abiertamente, en ‘Solo los amantes sobreviven’, no dejan lugar a dudas). Y de George A. Romero en particular.
El padre de las ficciones zombis tal y como las entendemos hoy es reverenciado tanto directa (algunos personajes conducen un coche como el que salía en ‘La noche de los muertos vivientes’, hay guiños directos a escenas míticas de la película original, como las manos atravesando unos tablones) como indirectamente (el motivo medioambiental ridículo, los muertos conservando sus costumbres de cuando estaban vivos como en ‘Zombi’, llamar a los muertos «ghouls»…). Es obvio que Jarmusch quiere rendir tributo al padre del zombi moderno, y lo hace con buen gusto y sin caer en demasiadas obviedades.
Los muertos que no mueren aquí tienen el aspecto de los de Romero (extraordinario trabajo de maquillaje, por cierto, inspirado en fotos en color de la película del 68, y que retrotrae también a los zombis old-school de los ochenta), pero la cosa no se queda en un mero homenaje vacío. Jarmusch le imprime su tranquilo sentido del humor, y la cosa queda sumergida en un sello autoral muy propio, y a veces algo abrupto. Tonteando con la ruptura descarada de la cuarta pared en los que son, quizás, los peores chistes de la película (pero también, reconozcámoslo, lo más inesperados), ‘Los muertos no mueren’ parece buscar siempre un relajado ritmo a medio gas.
Sin duda, los mejores momentos del filme proceden no de cuando se viste con los códigos de la comedia, sino cuando lo hace con los del terror: muertos en la lejanía andando a duras penas, manos saliendo de tumbas, acoso a espacios reducidos… el humor no siempre es tan efectivo como el terror, y junto a personajes memorables y chistes atinados (el del tema principal de la película es tan desconcertante como simpático) hay cameos aburridos o caricaturas demasiado grotescas. El resultado, sin duda, está desequilibrado, pero los amantes del terror pocho y la comedia de baja gradación encontrarán más de una escena con la que se encontrarán como recién resucitados.