Por su entramado narrativo y estético, ‘Legión’ parecería, más bien, la suma de caprichos formales que Noah Hawley quiere incluir en las tramas del personaje de los cómics de X-Men; algo lógico si tenemos en cuenta la acumulación referencial de la serie o la suma de sus extravagantes decisiones.
La de David Haller (encarnado por Dan Stevens) es, para empezar, una historia paranoide inspirada, al mismo tiempo, en la viñeta, Stanley Kubrick o ‘Alicia en el país de las maravillas‘, pero también un relato poco habitual en la ficción televisiva y la saturada narrativa superheroica.
La lisérgica ficción mutante que adapta libremente la historia de David, enfermo mental y semidiós de inconmensurable poder, concluye con una temporada 3 planeada por su creador como final indiscutible. Una conclusión que, más allá de ser satisfactoria en el plano argumental, con una última entrega que se ha acercado a la historia desarrollada en los cómics, trae consigo una serie de decisiones poco habituales y más que reseñables por su marcada intención experimental en el campo televisivo.
Pero, además de la importancia seminal de su puesta en escena, ‘Legión’ no olvida la relevancia de su contenido, apostando por la pertinencia de un discurso donde hay cabida para el replanteamiento del conflicto superheroico y la guerra como única solución posible, la ambición masculina por el poder, la violación y hasta la crítica a la justificación moral del mal.
Todo ello utilizando como fondo una continua puesta en cuestión del status quo y la problemática del pánico social ante el alarmismo contemporáneo, una reflexión donde las fake news y el odio online tienen especial incidencia.
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Así, el desenlace de ‘Legión’ ha confirmado una extraña forma de hacer ficción televisiva, una apuesta que se aleja de las formas de la pequeña pantalla, pero también de la estética habitual de las historias inspiradas en superhéroes, donde quizá sólo es superada por ‘Spider-Man: Un nuevo universo’ en el desarrollo de su vibrante apartado formal.
Sería fácil hablar de los riesgos que la serie corre, pero lo llamativo aquí no es tanto su apuesta por la forma abigarrada y juguetona con los elementos del lenguaje audiovisual, que sirven como inesperado y apresurado repaso a la historia del celuloide, sino cómo sus decisiones formales se desvelan y encajan como la forma lógica y más efectiva para explicar desde la imagen lo que ocurre en una historia narrada, para más inri, desde el punto de vista de su protagonista.
AVISO: este artículo contiene SPOILERS de ‘Legión’. No sigas leyendo si no has visto el final de la serie…
Cronofotografías y devoradores de tiempo
Como si no hubiera suficiente con una narrativa confusa donde la linealidad es un bien escaso y preciado, la temporada final de ‘Legión’ tiene uno de los hallazgos más interesantes de toda la serie a través de la inclusión de los viajes en el tiempo.
Mediante la introducción de Switch (Lauren Tsai), una actualización del personaje de las grapas Time-Sink, entran en juego las derivas temporales como un elemento clave de la narrativa, algo que da también entrada a su apuesta más interesante: los demonios temporales.
Una llamativa apuesta, dado que estas criaturas no tienen un movimiento continuo en la imagen, sino que sus desplazamientos se producen a menos de 24 fotogramas por segundo.
Estos demonios devoran tiempo, por lo que la explicación lógica es que estas criaturas están comiéndose, literalmente, parte de la materialidad que los compone, de ahí los fotogramas faltantes que parecen limitar su movimiento. Y, al mismo tiempo, devoran el tiempo diegético de la propia serie, acelerando la narrativa hasta su punto de no retorno y desenlace final.
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Esta decisión es la más congruente si tenemos en cuenta la naturaleza de estas criaturas de inspiración cronofotográfica, así como, por extensión, la única forma de combatirlas: entrando en ese tiempo detenido, la imagen fija, esto es, en una sucesión de fotogramas.
Y esta llamativa pelea desvela a través de la naturaleza de la imagen el artificio de su movimiento, al mismo tiempo que reivindica una expresión estética que va más allá de la cita histórica a Muybridge y termina dando sentido al final de la serie, que devora todo tiempo para resetear su historia.
Resignificando la referencialidad: un bolero mudo
La introducción de la imagen fija da forma a una nueva expresión que se suma a la referencialidad consciente de ‘Legion’, marca de la serie en continua búsqueda de nuevos sentidos y significados para estos elementos formales.
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Ya ocurrió con los publirreportajes de la segunda temporada narrados por Jon Hamm, así como con el terrorífico bolero silente de la primera entrega, que enlaza, a su vez, con este inesperado repaso a la historia del cine. Inesperado, en primer lugar, porque la inclusión de estos elementos, más que un repaso histórico, parece motivada por la reivindicación de expresiones formales que son, por lo general, ajenas al medio televisivo.
Imagen fija, intertítulos o continuo cambio de formato en función del punto de vista y espacio mental desde el que se narre la escena concreta, sin olvidar la batalla de gallos entre Oliver (Jemaine Clement) y Amahl Farouk (Navid Negahban), son algunas de las herramientas con las que Hawley explora las posibilidades estéticas de la televisión como medio.
Esta suerte de homenaje involuntario también llama la atención por la presencia desordenada de estas citas. Un desorden que magnifica el sentido narrativo de la serie, decididamente fragmentario y con sucesivas idas y vueltas entre mundos creados por su protagonista planos astrales y diferentes tiempos posibles, y que encuentra en episodios como el capítulo 7 de su segunda temporada su razón de ser.
‘Legión’: las vidas posibles de David Haller
Este episodio, en el que David Haller recrea en su mente una serie de mundos posibles en una interpretación superheroica de ‘Las vidas posibles de Mr. Nobody’ tras la muerte de su hermana, podría parecer más un capricho experimental por su aparente desconexión respecto al resto de la serie. Sin embargo, el capítulo es uno de los que mayor peso tiene a la hora de aglutinar el espíritu de ‘Legión’.
Estas hipotéticas existencias permiten al protagonista pasar el duelo, al tiempo que anticipan su descenso a los infiernos y su conversión como villano, además de proveerle de justificaciones para sus peores actos. Algo que refleja la cita a ‘La naranja mecánica’ y la subversión del destino del vagabundo, el propio David en esta versión: ante la paliza inminente que perpetraban Alex y sus drugos en la cinta de Kubrick, el protagonista se sirve de su poder para reducir a sus agresores, literalmente, a cenizas.
Esta vez, el mal por el mal es castigado, algo que encumbra a David como figura garante del bien, como el dios en el que aspira a convertirse y que, más tarde, justificará todas sus deleznables acciones hasta el final de la serie. Así, ‘Legión’ se retrotrae al pasado en orden difuso en busca de expresiones formales concretas para resignificarlas y hacerlas congruentes con su desarrollo, en busca de un storytelling alejado de la narrativa televisiva habitual.
Su aspiración, más allá de la posible voluntad de Hawley en la reivindicación en el mainstream de formas concretas de la historia del cine, es reciclar la puesta en escena televisiva, transitando como protagonista un camino en el que también están ‘Atlanta’ o ‘Fleabag’, que, como esta ficción mutante, tienen la relevancia de su discurso y las reflexiones sobre la contemporaneidad a la misma altura que su cuidada ruptura con la estética televisiva clásica.
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Por tanto, el logro de ‘Legion’ no es tanto la conjunción de sus elementos formales, sino la insistencia en la creación de sentido de sus imágenes. La justificación de una puesta en escena desorbitada que conjuga, al mismo tiempo, atrevimiento formal en un medio donde las limitaciones para la experimentación estética son mayores, e imaginación respecto a un género, el de superhéroes, desgastado por la insistencia de una fórmula que comienza a agotarse y que necesita, cuanto antes, recuperar su interés por el sentido de sus imágenes.