La infancia es una etapa muy importante de nuestra vida, pues es la base sobre la que se construye nuestra autoestima y muchos otros aspectos esenciales para nuestro desarrollo emocional. Es la etapa en la que se construye el apego, el primer vínculo importante de nuestra vida, con nuestros padres. También es la etapa en la que empezamos a reconocernos como seres valiosos que somos.
Por ello, si en esta etapa tan primordial para el desarrollo, aparecen desajustes, carencias o dinámicas disfuncionales en la construcción de ese apego, estas heridas o pequeños traumas pueden acabar generando secuelas psicológicas en nuestra vida adulta.
Y no tienen por qué ser grandes traumas y grandes secuelas; pueden ser «pequeñas heridas» psicológicas que se traducen en un apego dañado, el cual repercute en nuestra visión de nosotros mismos y en la forma que tenemos de relacionarnos, de cuidar a los demás, de empatizar… Así, una de estas heridas son las carencias de apego. ¿Cómo nos impactan de adultos?
El apego y su construcción
Hemos hablado en artículos anteriores del apego y su construcción, por eso no vamos a detenernos mucho aquí. Solo remarcar que el apego es el primer vínculo del bebé o niño (sobre todo, los primeros años de vida) con sus progenitores o cuidadores principales, sobre todo con la madre, y que éste se construye a través de las interacciones entre el bebé y el adulto.
Para que el apego sea sano, estas interacciones deben fundamentarse en:
- Escuchar e interpretar adecuadamente las señales y necesidades del bebé, a nivel físico, emocional y de su seguridad.
- Acompañar y sostener las emociones de la criatura desde el amor, el respeto y la empatía.
- Compartir tiempo de calidad con el bebé y mostrar nuestra disponibilidad para atenderle siempre que nos necesite; si llora, si está intranquilo o asustado, si tiene hambre, etc.
- Darle mucho amor y muestras de afecto; caricias, abrazos, besos…
Carencias de apego o apego inseguro
Pero, ¿qué ocurre cuando estas interacciones son disfuncionales o dañinas? ¿Cuándo hay negligencia, maltrato o abuso? O cuándo, «simplemente, ¿ese bebé no es atendido adecuadamente? ¿O solo es atendido a veces, generando en él la percepción de que sus padres no son su «base segura»?
Que entonces el bebé desarrolla un apego inseguro (que se extenderá hasta la edad adulta), eso es, un patrón a la hora de vincularse desde el miedo o la ansiedad.
El apego inseguro es aquel que manifiestan las personas que, o bien tienen miedo a vincularse con los demás, miedo al rechazo, al abandono, inseguridades, baja autoestima, la creencia de que los demás siempre le dañarán, o no atenderán sus necesidades, la creencia de que sus emociones no importan, etc. Básicamente, aspectos que muchos adultos tratan de trabajar o resolver en terapia psicológica.
Adultos con carencias en el apego y aspectos que desean trabajar
En las sesiones de terapia me encuentro que la mayoría de adultos -que no todos- que vienen, han vivido experiencias de apego poco nutritivas o dañinas.
Han crecido con la ausencia del cariño del padre, o con padres que no han atendido bien sus necesidades (sobre todo, emocionales), que han sido inconsistentes a la hora de mostrarse disponibles con sus hijos, o incluso, que los han maltratado verbalmente.
Insisto, no hace falta vivir un «gran trauma» para acabar manifestando ciertas problemáticas que requieren trabajarse en terapia para poder sanarse. Las dos problemáticas o temas a abordar, que me he encontrado con más frecuencia en terapia con adultos, son:
1. Relaciones dañinas y una forma disfuncional de vinculación
Las famosas «relaciones tóxicas», de las que todo el mundo habla, es aquel tipo de relación que establece una persona con alguien, la cual le genera sufrimiento pero que, sin embargo, se siente incapaz de abandonar. Pueden ser relaciones dañinas con nuestra familia (padres, hermanos…), con amigos, con la pareja…
Y, en la mayoría de los casos, esta forma de vincularnos tiene su origen en las carencias del apego en la infancia. Si de pequeños hemos aprendido que papá o mamá no siempre están disponibles o no nos pueden validan las emociones, por ejemplo, y nos hemos acostumbrado a reprimir lo que sentimos, a no poner límites… es «lógico» que de mayores, reproduzcamos este patrón de relaciones.
Y por ello, nos fijemos más (o nos quedemos) en relaciones con personas que no satisfacen nuestras necesidades emocionales, nos dañan o no nos validan como personas importantes, porque hemos aprendido que eso era «lo normal». Este tipo de relaciones, claro está, repercuten en nuestro bienestar y en nuestra autoestima.
2. Baja autoestima
El segundo problema más importante que arrastran muchas personas desde hace años, y que me he encontrado en terapia, a raíz de un apego inseguro o de carencias en el apego durante la infancia, es una baja autoestima.
Cuando crecemos con la creencia de que «no valemos nada», «no somos importantes», «nuestras emociones no importan», o «somos unos exagerados», por ejemplo, es normal que desarrollemos una baja autoestima.
Y estas creencias nacen fruto de esas carencias de apego; si un bebé crece sintiendo que sus padres no están disponibles, o que si llora, no es atendido, esa autoestima que se forma en la infancia y que debe ser sólida y segura, no se construye bien.
Aunque, por suerte, la autoestima puede mejorarse con los años, y por eso toda la vida podemos cuidarla. Si bien es cierto que haber crecido en un entorno que no nos ha validado (de bebés pero también de niños), dificulta la construcción de esta sana autoestima, por suerte con trabajo personal, experiencias positivas y mucho autocuidado, esa autoestima puede repararse.
La infancia no lo determina todo, pero influye
Lo que vivimos en la infancia no tiene por qué marcarnos de por vida, pero sí influye en nuestro desarrollo psicológico y emocional. Y dentro de esta infancia, el apego es uno de los hitos más importantes, la base sobre la cual se sustenta nuestra forma de querernos y relacionarnos.
Por ello es tan importante ser consciente de estas heridas de la infancia, aprender a identificarlas y ser compasivos con nosotros mismos, para poder sanarlas. Y también, para evitar que esas heridas tengan un impacto negativo en la educación de nuestros hijos, y evitar también reproducir, inconscientemente, patrones tóxicos que hayamos heredado de nuestros padres.
Nuestros hijos, igual que nosotros, se merecen todo el amor del mundo, y una base sólida y un entorno seguro en el que crecer y ser felices.
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