Cuando hablamos con ellos de cara a la segunda temporada de ‘Westworld’, los showrunners de la serie de HBO, Jonathan Nolan y Lisa Joy, nos decían que «lo mejor de HBO es que nunca nos piden que hagamos la historia más tonta». Su visible entusiasmo no era para menos: es muy posible que la segunda temporada de ‘Westworld’ pueda verse como un traspiés en cuanto al tono y los hallazgos de la primera temporada, y también en términos de audiencia. Pero lo que estaba claro es que no tuvieron demasiadas cortapisas: incluso elevaron el nivel de exigencia de la serie.
La segunda temporada de ‘Westworld’ era un auténtico laberinto de líneas temporales que convirtió la serie en un genuino desafío para sus seguidores. Daba poca o ninguna explicación o contextualización sobre lo que sucedía en sus múltiples tiempos, e internet se llenó de páginas y páginas conjeturando acerca de los misterios y las pistas que iba dejando la serie. El resultado era más plomizo que estimulante, pero muy sugestivo en lo visual, y sobre todo, hacía pensar que había espacio para una ciencia-ficción adulta y ambiciosa en televisión.
Posiblemente, los flojos resultados de audiencia han llevado a HBO a replantear la serie, que en ciertos sentidos es una ‘Westworld’ nueva. Hemos tenido acceso a los cuatro primeros episodios antes de su estreno el próximo 16 de marzo, y aunque obviamente es necesario tener el bagaje de las dos temporadas anteriores, hay más personajes nuevos que nunca, se describe un mundo con el que apenas habíamos tenido contacto y, sobre todo, desaparecen los parques casi por completo (aunque no del todo, como veremos).
‘Westworld’ pasa así a ser del nombre de un parque a casi un lugar abstracto. El «Mundo del Oeste», estrictamente hablando, ya no existe. Pero es que el mundo exterior, tal y como vamos descubriendo, no tiene nada que envidiar al western más salvaje. Esa es la primera lección que aprendemos en un viaje al futuro en el que pronto descubrimos, también que no hace falta traer papel, lápiz y mapas. Todo es mucho más sencillo.
Para empezar, tenemos algunos personajes nuevos, pero en general se siguen muchas menos acciones divergentes, apenas tres o cuatro. Las principales, no entraremos en detalles para no espoilear, son la de Dolores (Evan Rachel Wood), que ha adquirido consciencia de su naturaleza y ha huído al mundo real, decidida a vengarse de los creadores de los parques, convertida en poco menos que una Terminator. En una situación similar a ella, pero permaneciendo dentro de los parques (entrando, de hecho, en distintas épocas más allá del Salvaje Oeste), Maeve (Thandie Newton) también muy consciente de lo que sucede, aunque quizás a otro nivel.
También andan por ahí Bernard (Jeffrey Wright) y Charlotte (Tessa Thompson), ambos más o menos integrados en el mundo real, y ambos descubriendo al espectador detalles sobre la rebelión de las máquinas de la que forman parte, y que cada uno se ha tomado de una manera. Junto a ellos, el delincuente Caleb (Aaron Paul) que inicia una relación de amistad muy especial -apenas apuntada en estos primeros episodios- con Dolores y el financiero interpretado por Vincent Cassel, potencial villano de la temporada (es pronto para saberlo) y que mantiene un tira y afloja de demostración de poder con Maeve.
Fuera de Westworld
La aparente idea de la serie es mostrar la revolución de las IAs desde que se distancian del parque, y lo hace con esta diversificación de puntos de vista, pero sin complicarse la vida. Salvo sorpresas posteriores, y en un radical giro desde la segunda temporada, todas las acciones son simultáneas, o casi. Es, en definitiva, una trama mucho más sencilla de seguir.
Esto no necesariamente tiene por qué ser negativo: enfrentarse a cada episodio de la segunda temporada era casi como si te volvieran a poner deberes en el colegio. Entenderla a fondo era un auténtico desafío, y no siempre para bien: la serie jugaba a veces a ser oscura en demasía sin necesitarlo, y sobre todo, no siempre era divertida. Recordemos que la película original de Michael Chrichton era un corre-que-te-pillo por un parque temático del Oeste: la solución narrativa lógica a un argumento de rebelión de robots disparatado como este.
Enfrentarse a cada episodio de la segunda temporada de ‘Westworld’ era casi como si te volvieran a poner deberes en el colegio
Las dos primeras temporadas de ‘Westworld’, en general y con sus baches de interés -mucho más pronunciados en la segunda temporada- conseguían, sin embargo, lanzar al espectador preguntas sobre la naturaleza de lo humano y si es posible replicarlo artificialmente. Y en un tema relativamente manido en la ciencia-ficción como es el de las IAs que toman consciencia de su naturaleza conseguía esquivar los tópicos de rigor gracias a una estructura narrativa circular a veces, laberíntica otras, que replicaba el cortocircuito metafísico que experimentaban los personajes.
En la segunda temporada, además, se incidía especialmente en la idea de la recolección de datos privados, que iba adquiriendo mayor envergadura según avanzaba la serie, y que llegaba a unas dimensiones que todavía no se han terminado de desvelar. Una sugestiva capa de significado, tan pertinente o más para los tiempos que corren como la rebelión de los autómatas, y que parecía dejar preparada la trama para la tercera temporada.
Esos dos elementos están presentes en esta ocasión. Quizás Maeve sea la que mejor conserva el espíritu de las primeras temporadas, con una trama más sinuosa, pasos en falso y continuo desconcierto, pese a que tiene una de los escenarios más genuínamente aventureros de la serie, el parque dedicado a la Segunda Guerra Mundial. Nos devuelve sin embargo a los siempre fascinantes laboratorios en las tripas de las instalaciones, donde se dan tradicionalmente las conversaciones más abstractas y los momentos más desconcertantes. Esta vez no es una excepción.
El tono general, sin embargo, es de acción y thriller robótico con ocasionales jeroglíficos. Lo que no está tampoco mal porque HBO ha puesto suficientes medios en la temporada para que rebose hallazgos e ideas visuales. Detalles como el diseño de la app con la que Caleb recibe encargos -uno de los toques con más mala uva de la temporada- o los impresionantes vehículos (utilitarios, ambulancias, coches de policía) favorecen la inmersión y hacen de esta la temporada si no más sugestiva, desde luego sí más espectacular de toda la serie.
Todo parece indicar que el resto de la temporada seguirá en esta línea: más acción, más thriller, más emociones, personajes igualmente complejos e interesantes, pero menos enigmáticos. Y sobre todo, menos jugueteos con las líneas temporales y con los orígenes de la trama y más centrarse en lo que sucede aquí y ahora. ¿El secreto del éxito? Está por ver si el público prefiere el cambio y que se le exija menos.
¿Está bajando el nivel de sofisticación la ciencia-ficción televisiva?
Hablábamos hace unos días de cómo la nueva temporada de ‘Altered Carbon’ ha supuesto una rebaja considerable del nivel de exigencia al espectador. Lo tenéis detallado en aquel artículo, pero lo cierto es que, a diferencia de ‘Westworld’, donde se ha sustituido lo cerebral por lo emocional, pero el nivel creativo sigue siendo alto, la segunda temporada de ‘Altered Carbon’ conllevó un recorte de la ambición y de las notas de identidad que caracterizaron a la excelente primera temporada.
¿Hemos vivido sin darnos cuenta (o casi) una etapa de alta exigencia en la ciencia-ficción que nos ha llegado via streaming y otras plataformas, pero las productoras -u otras variables- han hecho que ahora nos llegue más masticadita? Otro ejemplo: ‘Black Mirror’. Recuerda las espeluznantes primeras temporadas, más afines al espíritu elegante de ‘Twilight Zone’ y al humor ácido de la serie anterior de Charlie Brooker, ‘Dead Set’ -por no hablar de las salvajadas que escribió para la sátira ‘Brass Eye’-.
El salto a Netflix no le sentó nada bien, sin embargo, y aunque experimentos como ‘Bandersnatch’ son resultones, y siempre hay destellos de genialidad como el merecidamente mítico ‘San Junipero’, en general la serie se ha banalizado considerablemente. E incluso más allá: esa banalización le ha vuelto mucho más conservadora, predecible y atrevida, encasquillándose en una crítica a las redes sociales digna de cena de Navidad con la familia.
Y hay más ejemplos: aunque ‘Star Trek: Picard’ es interesante, es más un juguete nostálgico para trekkies que una continuación consistente de ‘La Nueva Generación’. Solo parece mantener el tipo ‘Doctor Who’, cuya última temporada ha remontado el vuelo de una anterior algo más floja, y que ha catapultado a Jodie Whittaker al Olimpo de los mejores Doctores de la historia de la serie.
Vivimos buenos tiempos para la ciencia-ficción televisiva. ‘Westworld’, pese a las dudas, sigue siendo una apuesta interesantísima, y la propia HBO no para de hacer propuestas que bien merecen un vistazo: acaba de estrenar ‘Devs’, la nueva joyita de Alex Garland, y ‘Watchmen’ fue uno de los hitos televisivos del año pasado. Quizás las pequeñas bajadas en exigencia de casos como ‘Westworld’ o ‘Altered Carbon’ no sean tendencia, sino momentos puntuales en la evolución de ambas series. En ambos casos tienen por delante, respectivamente, la cuarta (y quizás última) temporada, ya asegurada, y una prometedora serie de anime. Seguiremos exigiéndoles lo mejor, como ellas hicieron en su día con los espectadores.