La primera calculadora capaz de realizar multiplicaciones la creó un español para intentar demostrar que no había que envidiar a los americanos

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La ‘Verea Direct Multiplier’ fue la primera calculadora capaz de realizar multiplicaciones directas. Una máquina que se encuentra en el Museo de la Sede Central de IBM, en Nueva York, y se considera el precedente de las calculadoras modernas. Uno de esos artefactos históricos de la tecnología que fue inventado por Ramón Verea, periodista gallego que fue expulsado de la Universidad de Santiago de Compostela por sus ideas anticlericales.

En vez de emplear múltiples vueltas de manivela y sumas sucesivas, la máquina de Verea aplicaba un método directo que empleaba una serie de valores de una tabla de multiplicar codificada. Esta es su historia.

Una máquina que se hizo para demostrar sus capacidades, pero sin interés comercial

Ramon Verea

El primer invento de Ramón Verea fue una máquina para plegar periódicos, en 1863. Pero no consiguió financiación. No fue hasta 1874, cuando trabajaba como cambista entre Nueva York y La Habana, en Cuba, cuando quiso calcular el equivalente entre las distintas monedas y el oro, que creó su calculadora.

Aprovechando una idea de Edmund Barbour, Verea construyó una calculadora, que posteriormente patentaría en 1878, donde a través de una manivela había que darle tantas vueltas como dígitos se quisiera multiplicar.

Verea

Su calculadora pesaba 26 kilos, con unos 35 centímetros de largo, 23 de ancho y 20 de alto. Entre las capacidades se podía sumar y restar como en otras máquinas de la época, pero también permitiría multiplicar y dividir números de nueve cifras, con hasta seis números en el multiplicador.

Las primeras calculadoras datan de 1820, pero para multiplicar lo que hacían era sumar varias veces. Por ejemplo, para tener 23 x 44 lo que se hacía era colocar la máquina en 23 y luego girar cuatro veces la palanca para establecer el primero de los dígitos del multiplicador. Luego se movía la manivela a un lado y se volvía a girar cuatro veces más para el segundo dígito. En el caso por ejemplo de 23 x 26, lo que se hacía es girar seis veces, pasar de lado y luego dos veces. Con la máquina de Verea esto se simplificó totalmente al poder multiplicar directamente.

Las calculadoras que querían hacer mucho más que calcular

La calculadora de Verea disponía de dos cilindros con distintas perforaciones y diferentes tamaños. Su funcionamiento era similar a un telar de Jacquard y en unos pocos años, las calculadoras mecánicas que utilizaban este sistema se convirtieron en lo habitual.

Cada cilindro de latón disponía de diez lados, con diez agujeros. El más grande era el 0 y el más pequeño y menos profundo era el 9. Estos cilindros quedaban al descubierto y el usuario lo que tenía que hacer era apuntarlos con las agujas que entraban en ellos y se desplazaban más o menos. Agujeros representando los dígitos y cilindros mecánicos actuando a modo de tablas de multiplicar.

Patente Calculadora

Durante una de las demostraciones, según describió el New York Herald, la calculadora pudo multiplicar 698.543.721 x 807.689 en unos 20 segundos. Una velocidad increíble para la época y el máximo de su capacidad, al multiplicar nueve cifras por un multiplicador de seis dígitos. Una vez realizada la multiplicación, un mecanismo de seguridad volvía todos los dígitos a cero.

Cuando las calculadoras dominaban el mundo

Pese a ser una de las máquinas más rápidas y precisas de la época y ser galardonada en la Exposición Mundial de Inventos en Cuba en 1878, la ‘Verea Direct Multiplier’ nunca llegó a ser un éxito comercial. De hecho, únicamente se llegaron a fabricar 3 unidades.

Calculadora

El origen de la invención la encontramos en puro afán por demostrar sus capacidades. Ramón Verea, de origen gallego, tuvo que marcharse de España pero tenía claro que esta procedencia no tenía que ser un impedimento.

Según se relata, en un artículo publicado el 1 de Abril de 1881 en el Diario “Las Novedades”, el propio Verea describía que su «objeto al emprender una invención a primera vista imposible no fue la esperanza de reembolsar jamás ni una parte de los varios miles de pesos que he gastado; ni será tampoco con la celebridad que otros por menos adquirieron y que yo no ambiciono; mis móviles fueron: 1) un poco de amor propio 2) mucho de amor nacional, el deseo de probar que en genio inventivo un español puede dejar atrás a las eminencias de las naciones más cultas 3) el afán innato de contribuir con algo al adelanto de la ciencia 4) y último, un entretenimiento conforme a mis gustos e inclinaciones».

Imagen | Smithsonian