La paz que ofrece el fin del mundo: por qué muchos se han sentido más liberados que nunca durante el gran apagón

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En
Madrid,
durante
las
horas
más
largas
del
apagón,
Andrés
tuvo
una
sensación «rara»
similar
a
la
de
la
pandemia,
como
de
mundo
detenido,
de
tiempo
mucho
más
lento,
de
silencio.
En
Málaga
y
sin
radio
en
casa,
Matías
pensó
que
era
algo
local
y
se
puso
a
regar
las
plantas.
Fueron
dos
horas
de
absoluta
paz
interior.
En
Ciudad
Real,
si
datos
ni
portátil,
Alex
se
sentó
con
su
perra
a
disfrutar
de
la
brisa
que
entraba
por
la
ventana.

Y
no
era
el
mundo
exterior.
No
podía
ser:
en
las
casas
había
el
mismo
ruido
de
siempre,
las
calles
estaban
más
llenas
de
lo
normal,
el
universo
seguía
girando.
¿Qué
estaba
pasando?


Paz
en
un
mundo
en
ruinas.

Porque
eso
es
lo
primero
que
viene
a
la
cabeza:
la
paradoja
de
que
en
situaciones
aparentemente
negativas
(o
incluso
trágicas)
como
los
apagones,

las
pandemias

o
eventos
externos
de
este
tipo,
las
personas
experimenten
una
rara
sensación
de
paz,
liberación
o
descompresión.
Sin
embargo,
psicólogos,
sociólogos
y
antropólogos
dejan
claro
que
la
paradoja
es
solo
aparente.

En
realidad,
estamos
tan
acostumbrados
a
vivir
en
vidas
repletas
de
compromisos
laborales,
estudios,
actividades
sociales;
vidas
inmersas
en
un
flujo
de
información
constante…
que
un
evento
de
este
tipo
nos
trastoca
profundamente.
O,
mejor
dicho,
nos
desestabiliza:
como
nos
dicen
los
expertos
en
terapias
de
activación
conductual,
las
actividades
de
nuestro
día
son
como
anclas
emocionales.
SIn
ellas,
somos
mucho
más
susceptibles
a
las
incidencias
exteriores;
sean
positivas
o
negativas.


La
sorpresa,
claro,
es
que
a
veces
son
positivas
.
Lo
pudimos
estudiar
con
mucho
detalle
durante
la
pandemia.
Por
ejemplo,
un
grupo
de
investigadores
de
la
Universidad
de
Cambridge

descubrieron

que
uno
de
cada
tres
jóvenes
se
habían
sentido
más
felices
durante
los
confinamientos.
Pero
no
se
redujo
a
ellos:
es
algo,
de
hecho,

encontramos
con
sorprendente
frecuencia
.


Pero…
¿por
qué?

Se
ha
teorizado
mucho
sobre
el
por
qué
(menos
estrés
social
y
académico:
menos
soledad,
ausencia
de
bullying,
más
horas
de
sueño
o
más
ejercicio
físico
durante
el
encierro…),
pero
todas
acaban
en
el
mismo
sitio.
A
la
eliminación
de
los
elementos
aversivos
de
la
vida
cotidiana
y
el
aumento
de
actividades
agradables,
se
suma
algo
más:
la
ausencia
de
responsabilidad.

Esa
es
la
pieza
clave
que
permite
aceptar
la
inactividad
con
menos
resistencia.
No
es
gratuito
que
entre
los
sanitarios,
por
ejemplo,
este
tipo
de
fenómenos

fueran
menos
frecuentes
durante
la
pandemia

(incluso
cuando
estaban
enfermos).
La
sensación
de
culpa
o
responsabilidad
no
desaparecía
y,
de
hecho,
se
volvía
un
problema.


Lo
que
nos
lleva
a
una
pregunta…
¿Y
si
lo
problemático
es
la
normalidad?

En
1922,
Dorothy
Thomas

se
dio
cuenta
de
un
detalle
muy
curioso
:
a
diferencia
de
lo
que
podríamos
pensar,
la
mortalidad
parecía
seguir
un
patrón «procíclico».
Es
decir,
conforme
mejor
va
la
economía,
más
gente
muere.
Es
así.
Es
algo
que
hemos

visto
una

y

otra
vez
:

la
última
gran
crisis
española
es
un
buen
ejemplo
.

La
evidencia
es
sólida:
el
crecimiento
económico
tiene
como
consecuencia
directa
que
la
gente
muere
más.

Como
explicaban
en
el
Colectivo
Silesia
, «hay
algo
en
el
propio
sistema
político-económico
de
circulación
de
capital
y
bienes
que,
al
acelerarse,
destruye
la
salud
de
las
poblaciones».
No
solemos
reparar
en
ellos
(porque
los
beneficios
son
altos
y
porque
las
crisis
económicas
tampoco
es
que
sean «buenas
para
la
salud»)
pero
es
así.


¿Puede
que
pase
algo
parecido
con
la
salud
mental?

Es
una
hipótesis
plausible.
Como
explicábamos
hace
unas
semanas,
el ‘cansancio’
se
ha
convertido
en
algo
ubicuo
en
nuestras
sociedades.
Prácticamente

la
mitad
de
la
población
trabajadora

o
bien
sienten
niveles
altos
de
estrés
o
bien
directamente
han
sufrido
burnout.

Hemos
construido
unos
entornos
sociales
donde
prima
un
estilo
de
vida
centrado
en
la
hiperproductividad
(productividad
tóxica
),
la
multitarea
y
la
sobrecarga
permanente;
donde «sentir
la
presión
de
ser
productivo
en
cada
instante
del
día
–tener
siempre
una
lista
de
pendientes
y
culpa
por
no
cumplirla–»
se

ha
convertido
en
la
nueva
normalidad
.
Y
en
una
fuente
ansiedad,
insomnio
y
agotamiento
extremo.


Perder
todo
eso
puede
ser
una
forma
de
recuperar
todo
lo
demás.

De
hecho,
lo
que
han
vuelto
a
demostrar
estas
doce
horas
de
oscuridad
es
que,

para
mucha
gente,
lo
es
.
Pero
también
demuestra
la
dificultad
que
tenemos
para ‘tomar
el
control’
de
nuestra
propia
vida
imbuidos
como
estamos
en
sistemas
socio-económicos
cada
vez
más
complejos:
solo
un
evento
histórico
parece
darnos
pie
a
recuperarlo.

Imagen
|
Elaboración
propia

En
Xataka
|

Botellón,
reuniones
y
auditorios
improvisados:
el
apagón,
además
de
caos,
trajo
un
inesperado
ambiente
festivo