La historia de Martinovic. O cómo una botella en el recto de un granjero precipitó la desintegración de Yugoslavia

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Si no me supiera mal arrancar uno de los primeros post del año con una frase manida, la de Djorde Martinovic sería la historia ideal para recordar aquello de que «la realidad siempre supera a la ficción». Solo que en el caso de Djorde Martinovic la realidad supera muchos más géneros que el de la simple ficción. La suya es una historia tan delirante que está a la altura del mejor psicothriller de tintes políticos y con su buena carga de enredos y conjuras. Al fin y al cabo no abundan los relatos de gente que, como le ocurrió al desventurado Martinovic, haya precipitado el desmembramiento de un país por haber alojado una botella en el orto.

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Una visita al médico. A Djorde Martinovic la fama le llegó ya talludito, con 56 años, y de la peor de las formas posibles, con un suceso doloroso cuya resonancia se amplificó por el contexto político de la Yugoslavia de mediados de los años 80. Hasta entonces Martinovic había vivido como un granjero serbio residente en un pequeño pueblo situado a las afueras de Gjiljan, en Kosovo, Yugoslava. El día 1 de mayo de 1985, festividad del trabajador, Martinovic llegó al hospital sin embargo con unas lesiones horribles que nada tenían que ver con su oficio. El motivo: el origen de sus heridas era una botella fracturada e introducida en su ano.

Pero… ¿Qué ha pasado aquí? La respuesta a semejante pregunta y los detalles reales de cómo llegó medio casquillo de vidrio al malogrado recto de Martinovic es algo que solo conocía el granjero, fallecido en septiembre de 2000 a los 71 años. Lo que sí sabemos es que sobre lo ocurrido circularon dos versiones, profundamente contrapuestas: una presenta al granjero como una víctima de terrorismo; la otra, como un hombre que tuvo la mala fortuna de sufrir un accidente mientras se daba un homenaje sexual a sí mismo con ayuda de una estaca y una botella de vidrio.

Lo innegable es que su caso logró tal notoriedad, se vio caldeado hasta tal punto por el contexto geopolítico de Yugoslavia y sus tiranteces nacionalistas, que acabó favoreciendo el desmembramiento del país. Todavía hoy, casi 40 años después, hay quien sostiene una y otra versión e insiste en presentar al granjero como un mártir del pueblo serbio o como alguien que simplemente sufrió un accidente bochornoso y quiso encubrirlo con el relato de una agresión, treta que habrían aprovechado a su vez ciertas esferas serbias para sus propios intereses políticos.

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Una salvaje agresión en el campo. Esa fue la versión de Martinovic, quien aseguró que si aquel pedazo de vidrio astillado estaba incrustado en su recto era porque unos albaneses desalmados se lo habían introducido a traición. Lo que el granjero serbio narró a las autoridades es que dos o tres terroristas lo habían asaltado en el campo donde trabajaba y lo habían violado con la botella.

El relato desgranado por el granjero resultaba aterrador: los atacantes lo sorprendieron a traición, usaron un casquillo de medio litro y una estaca y acabaron incrustándole la botella justo debajo del arco subcostal derecho. El pobre Martinovic quedó tan malherido tras el ataque que apenas pudo arrastrarse hasta una carretera cercana, donde lo encontraron y trasladaron al hospital de Pristina.

Una vez en el quirófano lo atendieron tres cirujanos, dos albaneses y uno serbio, quien al acabar la intervención describió la escena con la que se había topado como «espeluznante», según recogen en el medio serbio Novosti. Cuatro días después la noticia se publicó en Politika, que culpaba a terroristas de lo ocurrido, y desató una profunda ola de indignación. El caso de Martinovic pasó por comités de médicos especialistas y se trató de forma profusa en la prensa nacional, donde pese a los esfuerzos de las autoridades comunistas yugoslavas por evitar que el crimen se achacase a ciudadanos albaneses, lo ocurrido se presentó como un ejemplo flagrante de la violencia que padecían los serbios en Kosovo y Metohija.

… o una excusa del propio Martinovic. No todos tienen tan claro que lo ocurrido fuese culpa de albaneses violentos, ni que se pudiese interpretar tampoco como un ataque antiserbio. Hay quien afirma que la primera versión de Martinovic era bien distinta y que reconoció que si aquella botella estaba en un lugar tan poco convencional era porque él mismo se la había introducido en el recto mientras se masturbaba en solitario con ayuda de un palo clavado en el suelo.

Con ese punto de partida la historia se complica y complica cada vez más, con versiones dignas de la mejor crónica de intrigas geopolíticas: se cuenta que si Martinovic cambió su versión fue porque recibió un soborno, que en un inicio la historia apuntaba más a resentimientos locales que a estrategias nacionales, que el granjero reconoció a un coronel yugoslavo que las heridas se las provocó él mismo al intentar sodomizarse…  También hay quien habla, aún hoy, de que Martinovic sí sufrió una agresión, pero recibió presiones de las altas esferas militares para que confesara que lo ocurrido era resultado de un auto homenaje erótico frustrado.

Todo esto salpicado de informes igual de polarizados que juzgaban que la autolesión era imposible o totalmente factible e incluso una visita a Belgrado, a 450 km, para que un comité de médicos pudiesen examinar sus heridas.

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Una botella, mucha indignación. De lo que no hay duda es de que lo ocurrido alcanzó una popularidad notable y la versión del ataque albano tensó las ya de por sí complicadas relaciones étnicas entre la población serbia y albanesa de Kosovo. Como telón de fondo, Yugoslavia afrontaba sus primeros años sin su arquitecto principal, el mariscal Tito, fallecido en mayo de 1980. Sobre Djorde Martinovic se escribieron poemas y artículos que cargaban contra lo que suponían como un feroz e inhumano ataque antiserbio, alimentando una indignación y nacionalismo que facilitaron la disolución de Yugoslavia a comienzos de la década de 1990.

«Dentro de los círculos intelectuales nacionalistas, principalmente con base en Belgrado, se convirtió en una especie de causa célebre», explica Samuel Foster, autor de ‘Yugoslavia in the British Imagination’ a la revista Mel Magazine: «Todo eso alimentó sentimientos que no eran tanto explícitamente antialbaneses como antimusulmanes». De hecho hubo quien creyó ver en las lesiones de Martinovic una reminiscencia de los terribles métodos de tortura empleados por los turcos otomanos que habían avanzado sobre Serbia y Kosovo siglos atrás.

Efecto mariposa. ¿Fue el episodio de Martinovic el causante de la desmembramiento de Yugoslavia? Eso sería decir mucho, pero lo que se apunta con frecuencia es que contribuyó y lo ocurrido en aquel lejano pueblo próximo a Gjiljan un 1 de mayo de 1985 acabó generando un «efecto mariposa» que condenó al país. Lo ocurrido no se entiende sin embargo sin otras muchas claves, como las propias tensiones de la República Socialista, la desaparición de Tito y el vacío de poder que dejó su muerte, el debate en torno a la autonomía de Kosovo respecto a Yugoslavia e incluso las dificultades económicas del momento. «Si no fuera él, habría sido otra persona», reconoce Foster sobre la figura de Martinovic.

Imágenes: Tom (Flickr)

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