Nadie es profeta en su tierra
Cuenta el Evangelio de San Lucas que hace dos milenios y algo, cuando Jesús de Nazaret regresó a su pueblo, luego de prepararse cuarenta días en el desierto, fue a la sinagoga a leer las escrituras, como de costumbre, pero “ese día” resultó distinto a otros…
Pasó que esa vez los asistentes a la sinagoga, que lo conocían de niño a Jesús, no lo sintieron profeta… ¡Al contrario! Lo vieron en estado de herejía, ¿y qué decidieron?… ¡Noo! Todavía faltaba un poco para eso. Lo llevaron hacia afuera con la intención de arrojarlo al despeñadero… ¡Y sí! Fue tras ese episodio que Jesús dijo: “Nadie es profeta en su tierra”, logrando escapar de la multitud enardecida…
A partir de allí, salió a predicar y sanar enfermos a Cafarnaúm, donde fue escuchado y respetado… A propósito de Jesús, paradigma del profeta, cabe preguntarse: el profeta, la profetisa, ¿nacen o se hacen? ¿Dónde, cómo y cuánto se prepara una persona para profetizar, es decir, andar por la vida haciendo predicciones por inspiración divina, o a partir de la interpretación de ciertos indicios o señales?… Al pobre Jesús le pasó la del chiste, con sus vecinos: ¡Qué va a ser profeta este si vive a la vuelta de mi casa!
Así, de acuerdo con la lógica de este refrán, si una persona quiere ganar un cierto respeto y reputación (en lo que sea), debe emprender camino fuera de su lugar de origen, tal como en tiempos antiguos lo hacían los profetas, que viajaban de pueblo en pueblo para trasmitir su mensaje y obtener respeto… ¡Si lo sabrá bien el chamaco Oscar Alvarado!
«Nadie es profeta en su tierra» (Oscar Alvarado)
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